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Los animales también son mi familia

Nunca olvidaré la primera vez que lo vi, con el botoncito rosado que tenía por nariz, sus ojitos que apenas se abrían y esos maullidos de alfiler

Los animales también son mi familia

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Raquel Aguilar *

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Todavía recuerdo el día que llegó a casa de mis padres, hace ya más de 13 años.

Lo traía mi prima en una cajita. Alguien lo había dejado en la calle, solo, abandonándolo a su suerte, sin pegarle directamente un tiro, pero abocándolo a una muerte casi segura…dentro de esas cajas que a algunas personas les lavan la conciencia.

Nunca olvidaré la primera vez que lo vi, con el botoncito rosado que tenía por nariz, sus ojitos que apenas se abrían y esos maullidos de alfiler pidiendo comida que se te metían en la cabeza sin posibilidad de escapar.

Así, de esta forma tan inesperada, Silvestre entró en nuestra casa y en nuestra familia.

Porque desde ese momento, fue uno más.

La percepción de las familias, por suerte, ha cambiado. Aunque haya todavía quien se niegue a admitirlo, las familias las formamos quienes convivimos unidos y unidas por vínculos genéticos o afectivos, independientemente del número, la especie o el género de sus integrantes.

Los estereotipos basados en la supuesta “normalidad” poco a poco se van resquebrajando para dar paso a la normalización de la realidad, más compleja, más diversa y más enriquecedora. Porque el amor no puede medirse.

Como tampoco pueden medirse la felicidad que sientes cuando estás junto a quienes quieres o el dolor que experimentas cuando se acerca su final.

Hoy, tras más de cuatro años de una enfermedad crónica, debemos despedirle. Mi “conino”, como nos gustaba llamarle, deja un hueco irreemplazable y se lleva con él un trocito de mi alma.

Pese a las muchas despedidas que me ha tocado vivir, el dolor no es menos intenso, aunque el modo de asumirlo sí es más sereno.

Convivir con otras especies te enseña a ver las cosas desde otra perspectiva.

Aprendes que el tiempo es relativo y que todas las vidas no avanzan a la misma velocidad.

Aprendes a valorar la sencillez de las supuestas “pequeñas” cosas, que en realidad, son más grandes de lo que aparentan.

Aprendes que las miradas más nobles se encuentran en aquellos que no tienen piernas, sino patas.

No creo que exista algo más que el vacío después de la muerte, pero si tuviese que describir mi “cielo”, en él me volvería a encontrar con quienes he considerado mi familia. Y allí estaría también Silvestre.

*Coordinadora provincial de PACMA en Valencia.

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