"No ha llegado, todavía, un céntimo": las consecuencias políticas de la riada
El alcalde había pedido y hecho demasiado. El 8 de octubre, poco antes del primer aniversario de la riada, fue cesado, y sustituido por Adolfo Rincón de Arellano
La riada de 1957 provocó numerosas víctimas mortales y cuantiosos daños materiales. Tomás Trenor Azcárraga, II marqués del Turia y alcalde de la ciudad (1955-1958), asumió desde el primer momento el desafío de afrontar las consecuencias de la catástrofe con los escasos medios a su disposición.
Tras la furia de las aguas, resultaba imperativo recuperar los servicios básicos, atender a la población civil y reconstruir las redes de transporte y electricidad. La magnitud del desastre superaba ampliamente las capacidades y recursos de la provincia y de la ciudad. Sería esta cuestión, la de las ayudas, y los esfuerzos del alcalde por conseguirlas, la que generaría una importante crisis política.
Lo cierto es que se prometieron pronto "toda clase de auxilios económicos a los damnificados por la catástrofe" mediante un decreto el 18 de octubre de 1957. Pero resultó evidente la lentitud con la que se le dotó de recursos.
Los ministros acudieron rápido, pero hasta el 2 de noviembre no llegó el caudillo a visitar personalmente la ciudad y con él, la movilización militar que permitió retirar más de un millón de toneladas de fango.
Se organizó una suscripción general para recaudar fondos para Valencia y se abrieron cuentas en cada gobierno civil de España para donar dinero. Fueron muchas las muestras de solidaridad particular, entre ellas, la del arzobispo de Valencia, quien ofreció en subasta su anillo. Murcia se distinguió como la región que más ayudó a los valencianos.
También llegó ayuda internacional: Francia, Italia, Gran Bretaña, Holanda, Portugal, Suecia... Además de dinero norteamericano, el portaaviones USS Lake Champlain se desplazó hasta Valencia y ayudó con sus medios, especialmente con sus helicópteros.
Si bien el dinero recaudado en Valencia se destinaba rápidamente a las labores de reconstrucción, no ocurría lo mismo con el procedente del resto del país. Las sumas se remitían a Madrid, pero el tiempo pasaba y los fondos no terminaban de llegar.
El alcalde protestó abiertamente el 25 de noviembre cuando supo que parte de los fondos destinados para Valencia habían sido desviados para los damnificados en Castellón y Canarias por las malas cosechas. De hecho, hasta el 23 diciembre no comenzaron a llegar las ayudas estatales, limitadas hasta 300 millones de pesetas.
La cuestión de las ayudas no terminó entonces, sino que se agravó. Las partidas consignadas resultaron insuficientes y los hechos así lo demostraron poco tiempo después. El 18 de junio de 1958 volvió a llover torrencialmente, 123 l/m2.
La lluvia, además de evocar los temores y los miedos del pasado octubre, evidenció las deficiencias estructurales que la ciudad de Valencia seguía arrastrando. El sistema de alcantarillado y desagüe era del todo insuficiente y el distrito de Poblados Marítimos volvió a inundarse. Sus vecinos advirtieron que marcharían en manifestación desde sus casas hasta el ayuntamiento.
Fue entonces cuando el alcalde pronunció su célebre discurso durante el pleno del 20 de junio, quejándose del olvido que sufría la ciudad y pidiendo soluciones urgentes: "¿Por qué no pudo hacer también el Estado una cosa ágil, como nosotros, para atender lo que era tan urgente y necesario?". Y por supuesto, denunció los retrasos de las ayudas: "No ha llegado, todavía, un céntimo". Al conocer su contenido, Jesús Posada Cacho, el gobernador civil (1956-1962), intentó en vano que no se difundiera entre la población.
Martín Domínguez, director del periódico Las Provincias (el más leído en la capital), recogió indirectamente las palabras del alcalde y elogió su "heroico cumplimiento del deber". El periodista ya había pronunciado durante la exaltación de la fallera mayor de 1958 un discurso de protesta delante del ministro Pedro Gual Villalbí y otras autoridades.
Titulado ´Valencia, la gran silenciada. Cuando enmudecen los hombres... ¡hablan las piedras!´, fue un hecho singular. Transmitido a través de la radio e impresos, criticó públicamente al gobierno franquista. Y por supuesto, también se hizo eco de las inundaciones de junio: "Las calles de Valencia se llenaron ayer otra vez de agua". Fueron sus últimos casos de un largo historial de disidencia: entre 1955 y 1958 acumuló más de veinte infracciones por desoír a la censura.
Por su parte, Joaquín Maldonado, presidente del Ateneo Mercantil, transcribió el discurso del alcalde en un librito del cual llegaron a imprimirse y venderse millares de ejemplares. El gobernador civil tuvo que notificar a Madrid que poseía varios informes policiales que advertían sobre el enorme descontento existente entre los vecinos de la ciudad contra la gestión del gobierno.
Tales acciones reivindicativas no se quedaron sin consecuencias. Con su discurso, el alcalde había pedido y hecho demasiado. El 8 de octubre, poco antes del primer aniversario de la riada, fue cesado, y sustituido por Adolfo Rincón de Arellano (1958-1969).
En cuanto a Martín Domínguez, tuvo que dimitir de su cargo al ser amenazado por el gobierno con limitar las cuotas de papel que tenía asignadas y asfixiar así a su periódico. Maldonado, al frente de la importante entidad del Ateneo Mercantil y respaldado por sus más de 8.000 socios, fue el único de los tres personajes que no fue sustituido: mantuvo su cargo hasta 1963.
Desde la silenciada Valencia se había lanzado un abierto desafío público frente al inmovilismo, desidia y excesiva burocracia del régimen.