La ciudad no es para mí. Pax romana
Hemos asistido a toda suerte de extravagancias -muchas rayanas en lo amoral y lo indecente- en el reparto de poder en ayuntamientos y comunidades.
Es sabido que con el término evocamos aquellos doscientos años de imperio romano, antes y después de Cristo, en los que -no exentos de maniobras, crímenes de estado y toda suerte de derivadas políticas- estabilidad de gobierno, bonanza y crecimiento económico y seguridad externa e interna fueron sus principales características.
No le falta razón al doctor Sánchez para propugnar estabilidad para su propio mandato. Pero me temo que lo que sí le falta es convicción. Salvo que su desiderátum se circunscriba exclusivamente a su estabilidad mandataria. Que en esta materia ha demostrado ya con creces habilidades y capacidad.
El episodio navarro, tan reciente, es botón de muestra. Aun a sabiendas de que con su traición constitucionalista desprecia los votos que facilitarían su irremediable investidura, su instinto de supervivencia ha vencido nuevamente. Más chulo que un ocho, que diría mi padre.
Mientras tanto los gestos de permisividad con los separatistas catalanes se multiplican. No sabremos si el cónsul español en Escocia ha sido, además de bobo, chivo expiatorio y si expresaba ingenuamente –como han sostenido las autoridades de allá- la opinión del Gobierno español o la suya propia. Tampoco cuántas nuevas “embajadas” piensa seguir abriendo el caradura de Torra con el dinero de España.
Ni tampoco hasta cuándo lucirá el lazo amarillo de la Colau (anda que ha tardado en renovarlo, tras las cuatro lagrimitas y el abrazo de Valls) en el balcón del ayuntamiento de Barcelona, con el disimulo de sus socios de gobierno. Con “toda la legitimidad democrática y formal” (PSC dixit).
Lo del francés es muy fuerte. Ha roto con Rivera y exacerbado a Arrimadas y Villegas, ha espantado a Gorbacho y ha puesto en guardia a todo quisque con su autoproclamada y pretendida superioridad moral.
Hablando de gabachos, ojalá Macron leyera la excelente carta abierta, que desde La Razón, le ha escrito el catedrático de derecho de Alicante Santiago González Varas. La leyera y la entendiera, porque el doctor Sánchez se lo habrá explicado de forma diferente.
Hemos asistido a toda suerte de extravagancias -muchas rayanas en lo amoral y lo indecente- en el reparto de poder en ayuntamientos y comunidades por mor de pactos de perdedores (expresión prohibida en el lenguaje actual de lo políticamente correcto). Y hemos soportado esperpentos orales o fácticos, como determinadas fórmulas de compromiso con el cargo o -el colmo- el del concejal de Compromís de Albal poniendo boca abajo el retrato del Rey Felipe VI.
Así que somos muchos los españoles que soñamos con una pax romana, como la que al fin y a la postre resultó la transición y su posterior recorrido democrático. Cual la original, no fue ajena a intrigas y desacatos, pero resultó estable con sus relevos gubernamentales. En los que, siendo benévolos, los entrantes venían a subsanar los errores cometidos por los otros. Y de positivo balance final en lo económico.
Cuando en EEUU acaba de aparecer un portentoso medicamento que cuesta algo más de dos millones de dólares, Maduro deja morir a los niños enfermos graves venezolanos. Esto es peor.