La locura de Boris Johnson
"Temo que la Unión sea permisiva y flexible con los británicos residentes en su territorio, mientras que en Reino Unido se proceda a privar de derechos y expulsar a residentes comunitarios".
Lo impensable ha sucedido. Si bien era de todos conocida la inquebrantable voluntad de Boris Johnson de llevar adelante el Brexit, aun sin acuerdo, lo que no terminaban de esperar los británicos era que optara por la estratagema de forzar la suspensión del Parlamento para evitar que la oposición tuviera la oportunidad de oponerse con éxito a una salida sin acuerdo que, con toda seguridad, provocará el caos, hará caer el PIB, desabastecerá y hará pasar serias penurias a los británicos, además de otras consecuencias.
La de Johnson es una artimañana digna de Nicolás Maduro o del independentismo catalán, ambos firmes defensores de cambiar las reglas de juego a mitad de partido y en cualquier ocasión que no les convenga. Sigue fresco en nuestra memoria el recuerdo de una mesa del Parlament catalán que cambió el reglamento para impedir a la oposición intervenir en contra del referéndum ilegal.
Ningún otro Premier tuvo la tentación de silenciar a la oposición de un modo tan abyecto
Sin embargo, este juego sucio es absolutamente indigno de la tradición parlamentaria anglosajona. Johnson parece olvidar que, por muy legal que sea, en la medida que está previsto en las leyes británicas, si no se ha usado en más de 70 años, desde 1948, es por algo. En ese tiempo, el país ha tenido tiempo de sufrir múltiples crisis y escenarios de tensión política, pero ningún otro Premier tuvo la tentación de silenciar a la oposición de un modo tan abyecto.
Esta jugada ha dejado también a la Reina Isabel II en una situación más que comprometida. Aunque podría haberse negado a decretar la suspensión del Parlamento solicitada por Johnson, como en tantas otras monarquías parlamentarias europeas, el monarca adopta una posición neutral y se limita a sancionar lo solicitado por el Gobierno. No hay que entender, por tanto, que la reina avale los planes de Johnson.
Quizá el rubicundo y despeinado Johnson sea víctima de malas influencias, cuando otro líder igualmente rubicundo y despeinado de la otra orilla del Atlántico le ha animado y jaleado para que se olvide del resto de Europa continental y sean amiguitos.
Lo primero que habrá que hacer es cambiar el nombre al país, pues Reino seguirá siendo, pero unido, muy dudosamente.
El actual Primer Ministro del Reino Unido parece no darse cuenta del alcance de sus acciones. De triunfar un brexit duro, lo primero que habrá que hacer es cambiar el nombre al país, pues Reino seguirá siendo, pero unido, muy dudosamente. Será cuestión de tiempo que en el Ulster vean con buenos ojos una eventual unificación con Irlanda, y los escoceses, por su parte, no tardarán en realizar un nuevo referéndum e iniciar los trámites para entrar en la UE.
Muchos temas siguen sin resolver, que afectan a personas, británicos y extranjeros, en relación a asistencia sanitaria, permisos de trabajo, pensiones y otros. Temo que la Unión sea permisiva y flexible con los británicos residentes en su territorio, mientras que en Reino Unido se proceda a privar de derechos y expulsar a residentes comunitarios, salvo en sectores altamente cualificados donde Reino Unido no cuenta con recambios, como en sanidad.
No sé si continuará la locura de Johnson o alguien de su entorno, aunque sea a base de collejas, le hará volver a la realidad y reconsiderar sus decisiones. Sospecho que no.