La ciudad no es para mi. Afirmaciones muy efímeras
Miro por la ventana y está cayendo, ahora en forma de lluvia fina, de chirimiri refrescante, un sinfín de afirmaciones gratuitas, de precocinadas consignas, facilonas, obvias algunas.
Me gusta tirar de los clásicos del popular español y oír cómo los utilizan mis nietos con naturalidad. “De grandes cenas están las sepulturas llenas”, reza éste tan irónico que solía tener como estrambote espontáneo el de, “y de los muertos de hambre también”.
Esta suerte de papelera gigante y tecnológicamente avanzada, ese depósito de volumen virtualmente variable, ese cubo de basura cibernética, que con esmero o desorden acumulamos en el ordenador personal, en la tableta o en el teléfono portátil. Esa especie de vida paralela -¡ay Plutarco!- que escribimos a diario con los residuos, con los detritus informáticos de nuestra práctica habitual. Me obsesiona.
Esa eficiencia de los poderosos -los poderosos de verdad, los que se divierten con los apuros de Plácido Domingo porque los inventaron para eso, por poner un ejemplo- en proveer al personal de la adecuada sobrealimentación informativa, hurtando a la vez formación objetiva y precisa, que garantice digestión algo convulsa y un casi morboso, y placentero, vomitado final.
Y esa eficacia, más próxima, como de jefe de planta, de la legión de políticos profusos en afirmaciones efímeras. Contundentes y enérgicamente enunciadas ante las cámaras en ese minuto de gloria diario del que, como de un opiáceo, dependen. Y penden. Ligeras, eso sí. Desnudas, escuálidas las más. Gavilán o paloma.
La desfachatez y el desparpajo alcanza cotas sublimes cuando suenan las fanfarrias monclovitas- Confieso mi debilidad por la ministra portavoz. No la hay como Celaá
Encuentro portentosa esa fábrica de vacíos, de piezas etéreas, de la que nuestra clase política se nutre para afirmar una cosa y la contraria ante la desprejuiciada mirada del pueblo español.
La desfachatez y el desparpajo alcanza cotas sublimes cuando suenan las fanfarrias monclovitas- Confieso mi debilidad por la ministra portavoz. No la hay como Celaá. Chica … Zamora. Me troncho con ella.
Oltra es otra cosa -oltra cosa, se suele escuchar-, porque se disculpa y se queda tan fresca, que de humanos es reincidir y volver a disculparse. Pero los asesores son los asesores y hay que alimentar la tropa.
Yo ya no sé qué decir de los de Galapagar, después de leer de un maestro que a sus amos iraníes se deben, sin rechistar … Lucen acorralados.
La oposición, las tres derechas -hay que reconocer que han acuñado el término- compiten por distinguirse sin más objetivo que exhibir la diferencia, como si de un guateque de pijos fuera el tema. Van como chicos de gym, hoy saco pecho, mañana meto tripa. Mientras el cuerpo aguante.
Y en el camino, bandidos, asaltadores, depredadores que son, encuentran acontecimientos que engullir -como la muerte de una atleta- hasta la formación de un bolo indigerible, imposible de englutir para una opinión pública que se vuelve comprensiva del dolor ajeno y lo hace suyo. Complacida.
Miro por la ventana y está cayendo, ahora en forma de lluvia fina, de chirimiri refrescante, un sinfín de afirmaciones gratuitas, de precocinadas consignas, facilonas, obvias algunas. De las que gusta escuchar por un momento. Ahí lo tienes, báilalo.
Y empiezan a pasar, como en una creación de entre Lorca y Buñuel, en grises y negros, Sánchez, Casado, Rivera, Iglesias y Abascal … bien provistos de sus efímeras, normalmente tenebrosas, afirmaciones del día.
Como las sepulturas del clásico, repletas están nuestras papeleras de ellas.