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Elogio a la abundancia

El presidente del Senado, Manuel Cruz, ha sido acusado de plagiar un manual de Filosofía. Un nuevo caso de "corta y pega" al que han recurrido no pocos políticos españoles.

Elogio a la abundancia

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José María Lozano*

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No es mi intención emular -no evocarlo es imposible- el maravilloso Elogio de la locura que Erasmo de Roterdam publicara en 1511. En el que al final de sus sesenta y ocho capítulos no concluye ni resume, confesando su incapacidad, o su desinterés, en recordar lo argumentado. Citando el viejo adagio “no me gusta el convidado que tiene buena memoria …” e inventando (sic) “detesto al oyente que se acuerda de todo”. Aunque lo desterré de entre mis manuales de supervivencia

de cabecera.

Tampoco al mítico Elogio de la Sombra, lectura obligada para el joven estudiante de arquitectura (léanlo ustedes también, y no me preguntarán porqué), de Junichiro Tanizaki, escrito en 1933 en japonés y traducido a todos los idiomas. Que comprobé afortunadamente inútil como guía metodológica para el desarrollo profesional.

Ni al Poemario de 1968 del gran Jorge Luis Borges, del mismo título, del que se pudieran deducir delicadas relaciones entre la sombra –tantas vividas y rememoradas por él en su propia ceguera- y la memoria. “Y la inacción dejé, que es la cordura” me recordaba otro amigo de la nada, el escultor Rafael Trénor.

La editorial Nerea, ha editado recientemente un libro a cargo de Eduardo Delgado Orusco, con escritos del arquitecto –buen amigo- Salvador Pérez Arroyo, que incluye su viejo texto Elogio de la fealdad. De lo que me alegro tanto, porque lo escribió para un encuentro internacional que organicé en Jaén en 1992 y contiene pioneras y acertadas valoraciones sobre la ciudad contemporánea, que considero vigentes. Con el título específico Elogio de la copia, podrán encontrar al menos dos razonados artículos: el de Vicente Verdú, El País de 16/04/1998, citando a Oscar Tusquets, y el de Eudoxa, Elizabeth Frías (“copiar es un acto peligrosamente fértil”) de 11/09/2011.

La vejez (recuérdese el libro de Herman Heese), la naturaleza (el de Susanne Ziesse), el horizonte (la escultura de Eduardo Chillida en Gijón), la experiencia, la lentitud, la homosexualidad, el crimen … han merecido reflexiones elogiosas que traer aquí resultaría abusivo. Hasta ahora en cuanto a elogios.

Cómo me llamó la atención el “te copio” de mis colegas cubanos para indicar entendimiento y comprensión.

Copia es el antecedente latino más compartido en la etimología del término abundancia que da nombre a este artículo. Elogio de la copia sirve también, en consecuencia.

Nuestro diccionario de la Real de la Lengua, se ocupa de forma extensa de ello. A las Bellas Artes en su conjunto, para todas sus variantes, formatos y técnicas, incluida por supuesto la arquitectura, resultan de aplicación al menos tres acepciones. La tercera, que introduce el término “reproducción literal”, aplicado a la literatura; la quinta, sobre la obra de arte, si ésta “reproduce totalmente un original”; y la novena, que ilustrada con el campo audiovisual e informático, llama así a “cada uno de los ejemplares reproducidos”. Sólo la séptima -y son diez las entradas- establece una definición culposa o dolosa, “imitación de una obra ajena, con la pretensión de que parezca original”. (Llámeseme simple, pero es tan sólo uno de los diez supuestos teóricos, uno de cada diez …).

Si cito todo esto, con el riesgo cierto de que hayan abandonado ya la lectura, es con ánimo de documentar previamente mi argumentación posterior y ahuyentar la posibilidad de que me tachen de “copión”.

Recuerdo, sin traza de trauma alguna, haber copiado cien veces, en cuaderno o encerado, palabras y frases enteras. Y cómo me llamó la atención el “te copio” de mis colegas cubanos para indicar entendimiento y comprensión.

La copia ha construido un discurso pedagógico de larga andadura y no poco prestigio en la Academia

Se copia un texto entero, un poema y se hace nuestro. Tal vez fuera esa y no otra la pretensión de su creador. Se copia un pensamiento, una idea o un ideal. Y se copia la naturaleza y al individuo, como se copia –continuándola, practicándola- la costumbre y la tradición.

Cien estudiantes de Román Jiménez copiábamos, a carboncillo, la misma “Belphegora” en yeso en los inicios de la escuela de arquitectura de Valencia, pero la copia de cada uno era distinta (la mía entre las peores). He copiado en mis cuadernos de viaje centenares de detalles y de frases. He copiado mis propias reflexiones y ocurrencias también. He copiado con mi cámara fotográfica cientos, miles de paisajes, personas, animales y objetos, que atesoro en desordenados archivos y reviso con frecuencia aleatoria como una suerte de estimulante para la memoria.

La copia ha construido un discurso pedagógico de larga andadura y no poco prestigio en la Academia y muchas horas de aprendizaje ocupadas con su práctica se cuentan, confesas, en las memorias de los mejores científicos y artistas. Nunca fue copia estéril -glosada o no al margen- exenta de reflexión ni de crítica, sino creativa y fecunda.

Otra cosa es lo de estos políticos devenidos a grados académicos por vericuetos administrativos, cuya minúscula aportación científica resulta irrelevante (salvo excepciones muy honrosas)

He revisado mis anotaciones académicas sobre “redibujar a los maestros” y proyectar “a la manière de”. Todavía conservo y visito ocasionalmente los ejercicios de mis estudiantes sobre Le Corbusier, Aalto o Wright que mostré en mi defensa de cátedra.

Y me gusta copiar conductas que, en lo humano, considero modélicas por sus valores. En lo organizativo, métodos y procesos de éxito en otros sectores y materias. Y en materia de innovación, el espíritu de sus protagonistas. Claro que no he olvidado la Ética. Nada escapa a la condición ética. Sin ella no hay modelo, humano o no, que valga; no hay éxito que aplaudir, no hay conducta alguna a seguir. Fuera de lo ético no hay nada. Bien lo sabe y lo dice Adela Cortina.

Déjenme añadir una última consideración. La copia facilita la comparación -cuestión que en esencia nos llevaría por nuevos derroteros ahora inoportunos- con el original copiado, diferenciándose de éste, permitiendo sancionar la calidad de aquélla. Condición que al propio original no resulta, sin embargo, de exigencia.

El “copia y pega” es otra cosa. El segundo verbo delata la primera acción. Y la condena. No cabe siquiera corregir la errata de lo ilícitamente apropiado, ni introducir la propia, como exiguo indicador de autenticidad.

Como otra cosa es lo de estos políticos devenidos a grados académicos por vericuetos administrativos, cuya minúscula aportación científica resulta irrelevante (salvo excepciones muy honrosas). Y más penosa la situación inversa, la de algunos profesores, como el todavía presidente del Senado, que son presa de su efímera notoriedad política sobrevenida, y de un pasado travieso.

Porque no es la copia, señores, es la Ética de la copia. La Ética.

(*) José María Lozano Velasco. Catedrático de arquitectura de la UPV. Presidente de la Comisión de las Ciencias del Consell Vavlencià de Cultura.

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