La ciudad no es para mí. El Estado en obras...
Los acontecimientos -renuncio a calificarlos- a los que estamos asistiendo, impávidos, en una parte de nuestro territorio, de nuestra patria nación, son testigos de notorias patologías.
El Estado. Ese que el artículo primero de los preliminares de nuestra Constitución -la de todos los españoles- calificó muy pedagógica y precisamente como social y democrático de derecho, tal y como se esfuerza en recordar machaconamente en sus proclamas el presidente en presunciones Sánchez, con ese acopio de adjetivación propio de la literatura más mediocre y de las tesis doctorales más burdas. El Estado español.
Los acontecimientos -renuncio a calificarlos- a los que estamos asistiendo, impávidos, en una parte de nuestro territorio, de nuestra patria nación, son testigos de notorias patologías.
Ignoro las razones por las que las diagnosis de los especialistas son tan diversas, al tiempo que desconfío de su pericia y, en consecuencia, de su resultado. Algunos coinciden en los indicadores de riesgo, mientras otros los ignoran o diluyen.
Así, unos pretenden obras de demolición urgente, otros meras reparaciones cosméticas. Entre los primeros, los hay partidarios de la voladura -tal vez habituados al manejo del explosivo en su diario quehacer- mientras otros, más sutiles y hasta aparentemente sostenibles, optan por un derribo artesano, manual y paciente, tal vez porque lo vienen practicando ya mucho tiempo.
Y una nómina de reformadores y reformistas, decoradores de lo jurídico o interioristas de conductas, especulan con soluciones parciales habitualmente producidas a la medida de sus zapatos.
Los autodenominados –no sé si con cierto cinismo- partidos constitucionalistas, están demostrando no ser capaces de apartar su narcisismo y su ansia electoral...
Pongan ustedes mismos nombres de los principales -si es que alguno merece esa acepción en su sentido más noble- partidos políticos. Entre los más radicales, propensos a su destrucción, hay bofetadas por el protagonismo: con los separatistas catalanes a la cabeza (esos angelitos de Torra), y celosos, batasunos blanqueados de segunda generación (y los residuos más repugnantes de los originales). Seguidos de frustrados asaltadores de cielos, ahora facciosos light de origen común (Iglesias y Errejón).
Los socialistas del nuevo PSOE -me cuesta pensar que se aliste la totalidad del socialismo español bajo esa etiqueta- conscientes o no de lo que están haciendo, socavan su fortaleza mientras proclaman, con vanas palabras y tímidos gestos, lo contrario.
Los reformadores, en su conjunto, eluden observar vicios ocultos y se contentan con camuflarlos y que no se advierta su presencia. Más tímidos que cautos, esquivan el riesgo de un trabajo más profundo y responsable, dejándolo para el que venga luego.
Gentes más sensatas, con experiencia no sólo en la construcción sino también en el mantenimiento, y en el uso del edificio constitucional, aprecian daños estructurales y hasta en los propios cimientos que, en consecuencia, aconsejan su refuerzo decidido. Personalmente lo encuentro de urgencia.
Los autodenominados –no sé si con cierto cinismo- partidos constitucionalistas, están demostrando no ser capaces de apartar su narcisismo y su ansia electoral, y llamar al conjunto de los españoles a manifestar con entereza la defensa de la unidad de España.
Millones y millones lo haríamos con seguridad y con firmeza, reforzando fundamentos y principios de la arquitectura de nuestro Estado de Derecho que, naturalmente, es democrático y social.