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El abrazo de Caín

Sánchez, con resignación, llamó a un Pablo Iglesias que acudió muy sonriente y solícito a envolver con su abrazo de Caín a un presidente en funciones con cara de circunstancias.

El abrazo de Caín

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Los resultados de las elecciones del 10 de noviembre, lejos de clarificar la situación política española, han producido el efecto de hacerla más confusa. Descartada la opción de una gran coalición al estilo alemán, los números obligan a contar con los independentistas si se quiere alcanzar un gobierno estable.

Pedro Sánchez se las prometía muy felices cuando convocó elecciones. Las encuestas le otorgaban 135 diputados, amén de una caída de Unidas Podemos, lo que le colocaría en una posición de fuerza a la hora de negociar de cara a la formación de un nuevo gobierno. No acertó.

Podemos cayó en número de votos y escaños, pero igualmente lo hizo el Partido Socialista. La suma que antes no daba, ahora resultaba todavía más corta y, por si no fuera poco, Sánchez perdió también el control del Senado. Con resignación, llamó a un Pablo Iglesias que acudió muy sonriente y solícito a envolver con su abrazo de Caín a un presidente en funciones con cara de circunstancias.

Lejos de hacer verdadera autocrítica, ambos se empeñan en vender como una victoria algo que no lo es y se reparten prestos el botín, cuando ni siquiera han logrado el fundamental apoyo de Esquerra Republicana de Catalunya, que se enfrenta a una seria fractura interna entre los más radicales, opuestos a todo pacto con el gobierno español, y los más realistas, que ven una baza para lograr concesiones a sus peticiones.

Quizá Pablo Iglesias sea, pese a la oportunidad que le ofrece el gobierno de coalición con el PSOE para disimular su progresiva pérdida de apoyos, realista en relación a los límites de lo que podrá hacer. Por ello, anuncia a sus seguidores que les tocará ceder en muchas cosas y que se encontrarán con contradicciones internas. Inteligente técnica la de echar la culpa a los demás por adelantado de todos los fallos propios que pueda cometer.

La espectacular caída de Ciudadanos ha sido paralela a la subida de Vox, que ha encendido todas las alarmas y una verdadera histeria en la izquierda sobre la llegada del fascismo a España. No creo sea necesario poner el grito en el cielo y clamar por la creación de cordones sanitarios, sino estar a la altura del desafío e intentar ganarse a ese electorado sin vilipendiarlo.

Ciudadanos tiene todavía margen para reestructurarse y buscar su espacio político propio de partido bisagra con amplio margen de maniobra para pactar a derecha e izquierda, sin volver a caer en el error de pretender ser un nuevo Partido Popular. El partido cuenta además con una sucesora natural a la dirección del partido tras la dimisión de Albert Rivera: Inés Arrimadas. No hay que darlo todavía por muerto.

Por su parte, Vox se ha beneficiado del poco tiempo que lleva en las instituciones, lo que ha impedido que su electorado le pida cuentas por su gestión, como sí ha ocurrido con el partido de Rivera e de Iglesias. Veremos que ocurre en el transcurso de esta legislatura.

Los nacionalistas son los que tienen la llave de la gobernabilidad, salvo que PP y PSOE limen asperezas y se pongan de acuerdo en momentos puntuales para políticas de estado.

Que Dios nos pille confesados.