De 'La Gallera' a las 'fiesta blancas'
El último libro de Ramón Palomar, 'La gallera' refleja en una excelente novela negra las bajezas humanas y la lucha por la supervivencia que nos convierte en gallos de pelea .
Hacía ya días que me rondaba por la cabeza realizar un somero comentario sobre la novela 'La gallera' de mi admirado Ramón Palomar-ni se me ocurriría hablar de crítica- y relacionar el hábitat por el que transcurren los personajes de la misma con la particular novela negra que estamos viviendo en Valencia con el caso de Marta Calvo, y parece que otras tantas.
Pero ahí que me asomo al balcón de su columna y el muy canalla me titula 'Fiestas blancas' y me desmonta todo mi argumentario diciendo que el vicio de rellenar, cual pavo navideño, los cuerpos humanos con rocas de cocaína para dar rienda suelta a todo tipo de instintos no había llegado a sus oídos. Me relajo, leo bien y recupero mi línea argumental, porque entiendo que a Ramón, como en los juicios, "no le consta" pero es sólo un paso más en la cadena de filias a las que conduce el aburrimiento.
Hablo entonces con alguien que me cuenta que estas fiestas hace años que existen, me describe las bondades de las 'roquitas de coca' frente a "la mierda del polvo cortado" y vuelvo a pensar que la negritud de la estupenda novela de Palomar no lo es menos porque desconociera que el vicioso es inagotablemente imaginativo.
Nos describe el autor en la novela a personajes que, como él mismo comentó en la presentación de la obra, "puede que estén aquí entre nosotros". A fe que están, y los ingredientes que se cocinan en 'La gallera': droga, violencia,tortura, venganza, vanidad, amor y estupidez vienen de serie en nuestro ADN cuando nacemos.
Pero como dice Ramón, los que hemos tomado la Primera Comunión aún tenemos límites y estas 'taras' se contienen o se minimizan, pero no siempre es así. Si 'La gallera' es una metáfora de la supervivencia, de la lucha por la vida a la que nos enfrentamos día a día como un gallo en cada pelea, algunos juegan en escenarios más peligrosos y luchan con diferentes armas.
No obstante, una cosa es luchar por defender lo tuyo, y otra muy distinta hacer desaparecer los límites de la ética, la legalidad y el buen gusto en pro de la satisfacción personal, que nunca tiene límites porque todo lo que ya hemos hecho nos suena a antiguo, nos huele a naftalina, un maldito Deja Vu que juega en nuestro cerebro cuando se vive rápido y se tiene constancia de lo efímeros que somos.
Y como dije que no era una crítica literaria, así ha sido, pedazo de historia la construida por Palomar con un lenguaje directo, tramas que se entrecruzan y un ritmo frenético que yo mismo convertiría en película si mi cartera no tuviera el esfínter encogido. Hasta el estresado, el inconstante y el vago devorará una novela que se lee a borbotones, como la sangre que sale de la femoral de un torero corneado.