La mendicidad, el lado vulnerable de Valencia
No tenemos que esperar la época de Navidad para darnos cuenta de que en Valencia cada vez hay más mendicidad, lo cual es triste.
Soy de un país donde el índice de mendicidad es alto debido a muchos factores, sobre todo a las marcadas diferencias sociales que hay. Cuando empecé a vivir en España me parecía que no había pobreza, porque no veía una de las principales manifestaciones de ésta: personas pidiendo dinero en la calle. Hoy sí lo veo y cada vez más.
Camina uno por las calles más céntricas de Valencia y se ven más personas pidiendo dinero. Pasa uno por las iglesias del centro, concretamente la basílica y la catedral, y al margen de los portones hay hombres o mujeres pidiendo limosna.
Pasea uno de noche por las áreas verdes del río Túria y se observan personas bajo algunos puentes, resguardándose porque no tienen un techo propio donde vivir. Y qué decir de aquellos que duermen en el suelo de un cajero. Al menos ellos están más protegidos que quienes se quedan en la intemperie.
Unos serán extranjeros y otros españoles, pero la realidad es la realidad: en Valencia cada vez hay más mendigos, más pobreza y más diferencia social. La vulnerabilidad se percibe.
Ni Valencia ni España son las mismas de hace años. La crisis económica que golpeó al país hace tiempo, sigue ahí, visible y palpable cada día en esa clase vulnerable de la sociedad que en las calles es invisible porque parece que nadie la ve, nadie la ayuda.
Es triste y vergonzoso que las autoridades hablen de impulsar una ciudad "moderna", con un importante flujo turístico, siempre en continua construcción de obras importantes, con proyectos viales nuevos en aras de contribuir a la sostenibilidad y que no den soluciones inmediatas a una triste realidad de indigencia, de infortunio social.
Qué bueno que Valencia se prepare para el futuro, pero qué pena que no implemente acciones inmediatas para ayudar a ese sector frágil de la sociedad que, como miles de ciudadanos, perdieron trabajo, casa y hasta familia y que por estas circunstancias o más, se vean en la dolorosa necesidad de salir a la calle a mendigar una limosna, sin que muchas veces reciban ni siquiera una mirada de compasión de quienes pasan a su lado.
Esto justamente se observa cuando uno transita por el tramo comercial más neurálgico de la ciudad, de Colón a Xátiva, donde se percibe un irónico contraste social: cinco, siete, nueve, diez o más personas que mantienen cierta distancia entre ellas mismas, pidiendo respetuosamente dinero, mientras la gente camina metida en su mundo, rumbo a su trabajo, su piso o cargando bolsas de compras hechas en alguna tienda de prestigio, sin mirar muchas veces a quienes están a su paso, en el suelo.
Sentados en la acera, con mantas, libros, utensilios de cocina y más objetos, justo al lado de la puerta de reconocidas tiendas, con bote en mano, cajita de cartón o pequeña cesta en el suelo y con una cártel que en pocas palabras ya cuenta una triste historia de desempleo, de falta de techo, de hijos con hambre, de abandono o de enfermedad, hombres y mujeres de cualquier edad piden no sólo dinero, piden compasión, comprensión, ayuda, atención.
Ésta es, sin duda alguna, una realidad que años anteriores a la crisis no era tan visible. Había personas pidiendo dinero, sí, quizá una o dos en algún punto concreto, pero no tantas como se ven hoy en día. No cabe duda que muchas cosas han cambiado en este país y han ido a peor.
Desgraciadamente las almas caritativas que se apiadan de quien pide ayuda en la calle, cada vez son menos.
¿Por qué? Porque aunque se niegue, la sociedad española no tiene la cultura de dar limosna al mendigo. No fomenta la mendicidad. Lo cual está bien o está mal. Eso ya queda a criterio de cada persona. Lo cierto es que esta práctica se presta a que la gente desconfíe del mendigo, porque hay algunos que falsamente piden dinero por y para sus vicios y hacen de esto "un trabajo cómodo", mientras que a aquellos que son honestos y piden ayuda porque realmente están en una situación vulnerable, tampoco les creen.
En fin que drama o realidad, las calles de la ciudad dejan al descubierto tristes historias de personas frágiles que por horas y aguantando las inclemencias del tiempo, solicitan dinero y a veces ni migajas reciben. Son invisibles, parece que nadie los quiere ver, quizá porque a una parte de la sociedad le resulta más cómodo mirar hacia otro lado para no ver lo que cada día va en aumento.
Y éstas no son escenas que sólo se ven en Navidad, se ve durante todo el año. Tristemente.
*Periodista mexicana residente en la provincia de Valencia.