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Los Goya 2020: pocos discursos brillantes y uno desastroso

El periodista y profesor de oratoria y comunicación Paco Grau analiza los "no tan correctos" discursos de agradecimiento de los premiados

Premios Goya 2020.

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Paco Grau

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Como en años anteriores, la noche del sábado 25 me situé frente al televisor dispuesto a seguir de principio a fin la 34ª edición de los Premios Goya del cine español. Con mi bloc y mi bolígrafo, empecé, como siempre, a tomar nota de todos lo que iba viendo y escuchando, sobre todo en los breves (¡por fin!) discursos de agradecimiento de los premiados.

Mi primera observación fue para la ausencia de atril. ¡Bien! Los responsables del evento demostraron buen criterio. Cuando alguien habla en público, como no me canso de repetir, la mejor posición que puede tener el orador es de pie y sin atril; es decir, sin nada que “le oculte” de la mirada del público.

Una "actriz revelación de 84 años"

Nada más empezar el reparto de premios ya tuvimos el primer “discurso de agradecimiento” que se apartaba de lo corriente, por no decir de lo vulgar y manido de la mayoría de los premiados. La que habló fue una señora de 84 años, que no es actriz profesional; por eso, recibió el premio a la “Actriz revelación”.

Benedicta Sánchez, que así se llama la señora gallega que actúa en la película “O que arde”, habló lo que pudo y como pudo, porque es una señora de pueblo y mayor, lo que significa que habló emocionada (ponte en su lugar y lo comprenderás) y transmitió sencillez y naturalidad. Apenas sabía qué decir, preguntó si estaba bien con lo que había dicho y terminó diciendo: “Estoy muy emocionada de España”. Ella y un francés, fueron los únicos que tuvieron el atrevimiento de mencionar el nombre de nuestro país sin que los cimientos del pabellón temblaran ni se hundieran.

La noche me la prometía muy feliz, analizando los discursos que escuchaba con interés. El siguiente que habló para agradecer el premio a la dirección artística, Juan Pedro de Gaspar, utilizó sólo ¡20 segundos! Lo nunca visto ni oído en los Goya. Dijo lo justo y no se enrolló. “¡Enhorabuena!”, le grité; pero no me oyó, claro.

Y seguimos con las impresiones manidas y feas

El siguiente premiado utilizó un minuto. Bien. Es lo previsto por la organización. Pero ya empezó a utilizar expresiones manidas que están incrustadas en las mentes del noventa y nueve por ciento de los españoles y que todo el mundo repite sin caer en la cuenta de que son incorrectas, además de feas. Y siguen diciéndolas hasta que vienen a mi curso y les corrijo con amenaza de darles corrientes eléctricas cada vez que las repitan: “Agradecerle a…”, “Y decir también…”. ¡No empieces jamás una frase con un verbo en infinitivo! Porque, ¿quién hace la acción del verbo?, ¿y cuándo la hace?

Por tanto, “agradecer” no expresa quién agradece ni cuándo agradece. O sea, que lo correcto, a ver si se entera todo el mundo, por favor, es decir: “Agradezco a…”, lo que expresa claramente que soy yo quien agradece y que lo hago ahora, en el presente. Sí. Ya sé que es una batalla que puedo dar por perdida, pero me da igual; seguiré reivindicando que un orador debe hablar con total corrección y seguiré enseñando a mis alumnos que se sumen a mi particular cruzada contra el analfabetismo lingüístico que invade a la inmensa mayoría de profesionales españoles (y de los estudiantes, ni hablemos).

Emociones y hasta temblores en los premiados

Durante la gala hubo, claro, mucha emoción. Algunos, como el “Goya al Mejor actor revelación”, Enrique Auquer, tuvieron que hacer mucho esfuerzo para contener incluso los temblores, aunque le quedaron fuerzas para lanzar al final de sus más de dos minutos de agradecimientos (se pasó) un llamamiento “contra las mujeres fascistas” (sic) (¿?¿?). Seguramente vio que quien le precedió en recoger un premio, Pedro Almodóvar, al mejor guión original por “Dolor y gloria”, utilizó casi tres minutos en sus agradecimientos y terminó haciéndole la pelota al presidente del gobierno allí presente, por lo que el bueno de Auquer se vino arriba y pensó: “¡Allá voy!”. Y fue.

...seguiré reivindicando que un orador debe hablar con total corrección y seguiré enseñando a mis alumnos que se sumen a mi particular cruzada contra el analfabetismo lingüístico que invade a la inmensa mayoría de profesionales españoles...

Otra expresión que escuché aparecer (bien es cierto que sólo una vez, pero yo me lancé como un lobo a reseñarla en mi bloc) es otra a la que ataco de forma inmisericorde. Uno de los que salió a recoger el “Goya a los efectos especiales, Mario Campoy o Iñaki Madariaga, dijo: “Se lo quiero dedicar a lo que es mi familia”. “¡Para, para! ¡Que paren la Gala”, pensé.

¿Por qué se está extendiendo este virus lingüístico en España como si fuera una peligrosa epidemia cultural? ¿No es más natural y sencillo decir: “Se lo dedico a mi familia”? Pues no. Además de decir lo de “se lo quiero dedicar” (pues, dedícaselo), por si lo de “a mi familia” no deja claros los límites de la dedicatoria, el subconsciente del hablante (inculto) envía la orden al centro cerebral del habla de que diga el puñetero “a lo que es”, para acotar que se refiere a su familia y sólo a su familia y nada más que a su familia y a nadie más que no sea su familia. Seguramente, quien utiliza esta expresión teme que, si no la verbaliza, los que le escuchan no vayan a tener claro que a quien se lo dedica es “a su familia”. (¡¿Cómoooo?!)

El presidente (de la academia), un desastre

Y llegó el discurso del Presidente de la “Academia de las artes y las ciencias cinematográficas de España”, organizadora del evento, Mariano Barroso. Un desastre de orador. Tendré que invitarle a uno de mis cursos, a ver si aprende. Nervioso, balanceándose, con dudas al hablar, apretándose las manos o entrelazándolas delante de “sus partes más delicadas”, expresando el llamado “signo de bragueta abierta” o “de bragueta rota”, que con estos nombres es conocida esta posición de las manos en un orador. O sea, en resumen, mal. Muy mal.

No voy a entrar a desmenuzar cada uno de los síntomas de inseguridad que transmitió Mariano Barroso, porque cada uno de ellos merece un artículo completo y ya lo he hecho otras veces en mi blog y, por supuesto, en mis cursos; pero, la conclusión final que me gustaría transmitirle y que machaco una y otra vez a mis alumnos, es que “dijo” una serie de ideas; es decir, pronunció frases con sus palabras, pero “no comunicó”, porque no transmitió la más mínima emoción en ningún sentido. En ninguno. Fue un discurso de seis minutos, entrecortado, flojo, sin garra, dubitativo… En fin, que fue el protagonista negativo de la noche, desde el punto de vista de la oratoria, que es de lo que yo me ocupo.

Un líder que no sepa comunicar con sus palabras, no es un líder de verdad. Que cada cual haga examen de conciencia.

La verdad es que una de las personas que habló de forma más natural y con su punto de emoción incluido, fue Celia Flores, una de las hijas de Marisol, de Pepa Flores, “Goya de honor de la academia”.

Un líder que no sepa comunicar con sus palabras, no es un líder de verdad. Que cada cual haga examen de conciencia.

Un diez para Julieta Serrano y para Banderas

Otra mujer que me encantó con sus dos minutos y medio de discurso de agradecimiento fue Julieta Serrano, “Goya a la mejor actriz de reparto” por su papel de madre anciana de Antonio Banderas/Pedro Almodóvar en “Dolor y Gloria”. Con sus 86 años muy bien llevados, con una sonrisa muy natural, dijo: “Muchas gracias a la academia”, en un breve discurso muy natural y muy bien dicho. Desde aquí, mi enhorabuena, aunque al final, refiriéndose a sus competidoras en el premio, dijera un “quiero compartirlo con ellas…”, que le perdono de corazón.

Y, llegando al final, Antonio Banderas recibió el “Goya al mejor actor protagonista”. Fueron tres minutos (se le disculpa el pequeño exceso) que comenzó diciendo: “Me había preparado un discurso, pero no lo voy a leer”. Y yo anoté: ¡muy bien! Si un actorazo como Banderas tuviera que “leer” su breve discurso sería para ponerle a ver la grabación de la gala durante una semana, sin parar, a modo de inmenso castigo. Como ya dije en ediciones anteriores de los Goya, si un actor no es capaz de escribirse un breve discurso, memorizarlo y comunicarlo al público; o sea, decirlo transmitiendo emociones, como hace en cualquier película, apaga y vámonos y el último que cierre la puerta. Por tanto, Banderas lo hizo bien.

Pedro, "eh...", Almodóvar

El último discurso que mereció alguna anotación en mi bloc fue el del casi final, tras recibir Pedro Almodóvar el “Goya a la mejor dirección” por su película “Dolor y gloria”, que después recibió el último premio, el “Goya a la mejor película”. Pedro estuvo en su línea: serio, austero, como buen castellano-manchego, pero con un punto de discreta emoción (la costumbre, claro) y con una manía que haría bien en quitarse cuando habla en público: la repetición de la muletilla o latiguillo: “Eh…”, una y otra vez. Que ¿cómo se eliminan los latiguillos? No teniéndole miedo a los silencios.

El año que viene, más. Se acabó.

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