El plan que se quedó en la caja fuerte
En verano de 1942 se ultimaban los planes de la Operación Torch. Las fuerzas norteamericanas desembarcarían en el Norte de África. Todo estaba claro salvo la reacción de Franco y sus tropas
Cuando el Alto Mando norteamericano presentó la “Operación Torch” al presidente Roosevelt le quedaron tres dudas: la resistencia al desembarco de las tropas francesas acantonadas en el Norte de África, la actitud de la población indígena, y la reacción del ejército español.
Respecto a las tropas francesas, diseñaron una campaña psicológica para erosionar su voluntad de combatir. Para ganarse a “los moros” (“the moors”, así se refieren a ellos en sus planes), decidieron que el día del desembarco lanzarían una serie de panfletos en las lenguas locales para invitarles a “dejarles pasar” sin más: ellos no eran el enemigo.
La única variable que los norteamericanos no controlaban en esa difícil ecuación que era el Norte de África aquel verano de 1942 era la actitud de Franco. Las opciones eran muchas y muy peligrosas: podía ordenar el cierre del estrecho de Gibraltar, permitir a los bombarderos alemanes usar las bases aéreas españolas, que sus tropas de Regulares indígenas hostigaran el avance norteamericano… e incluso que “La Legión” atacara los puntos de desembarco.
El presidente Roosevelt ordenó a su servicio secreto diseñar una operación en caso de que España se mostrara beligerante ante el desembarco aliado. Nada más pisar las playas del Norte de África, los americanos le harían llegar a Franco una carta solicitando que continuara con su neutralidad en la guerra. Le darían esa oportunidad.
Caso de rechazar esta solicitud, se activaría un plan secreto que la agencia OSS (antecesora de la CIA) diseñó en septiembre de 1942 y que fue desclasificado en noviembre de 2016.
Uno de los oficiales norteamericanos que estuvo al tanto de estos preparativos fue el coronel Black, hombre de confianza del general Patton, que custodiaba en su caja fuerte una copia del plan. El general George Patton mandaba la división norteamericana que tomaría el Norte de África.
La primera fase del plan no se alejaba mucho de lo que sería la Operación Torch: un desembarco en los puntos elegidos para –posteriormente- hacer llegar a Franco la carta de Roosevelt. Si los españoles cooperan, perfecto: continúa por la costa el avance hacia el Este de las fuerzas de Patton. En caso contrario, se lanzaría la segunda fase de este plan.
Se buscaría, entonces, provocar una revuelta de las tribus rifeñas: EEUU no descartaba incluso liberar algunos de los líderes de aquellas tribus que permanecían presos o exiliados para ponerlos al frente de la rebelión. Se cita en el plan la idea de trasladar al caudillo rifeño Abd el-Krim que se encontraba desterrado en una isla cerca de Madagascar.
Otra de las acciones previstas, y que reconozco me ha sorprendido leer, es una serie de sabotajes en las principales ciudades de la Península Ibérica. En mi opinión, la capacidad de los servicios secretos norteamericanos en España estaba lejos en 1942 de provocar una parálisis a nivel nacional. Eso requeriría una actuación de manera coordinada de varias decenas de agentes que considero demasiado ambiciosa.
El plan continúa con una idea que, esta sí, tenía opciones de éxito. Se trata de un alzamiento de tropas indígenas alrededor de Melilla para tomar la plaza. Previamente, aviones estadounidenses habrían lanzado en paracaídas 1.500 rifles en la zona de Imzouren para armar a las tribus rifeñas.
Tras tomar Melilla, se dirigirían hacia el sur de Alhucemas para enlazar con uno de los batallones norteamericanos. Tras esta acción, el flanco Este quedaría libre para ir al encuentro de Rommel.
Para asegurar el éxito de esta acción se debían neutralizar las fuerzas españolas acantonadas en Ceuta, si no, el alzamiento en Melilla se vería amenazado por el flanco Oeste. La inteligencia norteamericana pensó que lo más rápido y seguro era “una aproximación” al general Mizzian, Comandante General de las tropas españolas en Ceuta, para que no acudiera a sofocar la revuelta.
El general Mizzian había nacido en la colonia de Marruecos. De niño había sido alumno del líder rifeño Abd el-Krim, entonces profesor en una humilde escuela. El maestro lo sacó a la pizarra en enero de 1911 para resolver un problema enfrente de Alfonso XIII que se encontraba de visita oficial en el Norte de África. Su inteligencia y desparpajo impresionaron al monarca que le pregunto qué quería ser de mayor, a lo que el niño Mizzian respondió: “Capitán”. Dicho y hecho, Alfonso XIII lo apadrinó e ingresó en la Academia de Infantería de Toledo siendo su primer alumno musulmán.
Con los años Mizzian fue combatiendo –y ascendiendo- al lado de Franco. En 1942, en un informe complementario de la Operación Torch, se califica al general Mizzian como “accesible” a la hora de colaborar con los norteamericanos. El plan era contactar con él “a través de su suegro o su cuñado” justo un mes antes del desembarco. También se habla de 100.000 dólares para “gastos”.
Finalmente, no fue necesario activar la fase 2 del plan. Cuando Franco recibió la carta de Roosevelt mandó al general Orgaz, Alto Comisionado Español en Marruecos, al encuentro del general Patton que acababa de desembarcar.
Se saludaron militarmente, se dieron la mano y se dijeron, casi sin hablar, que norteamericanos y españoles no se enfrentarían en esa guerra.
El general Orgaz invitó a Patton a presidir un desfile de la legión. El general norteamericano los había estudiado bien por si tenía que luchar contra ellos y, sin embargo, la primera vez que los veía en persona era en una parada militar organizada en su honor.
Las borlas de los “chapiris” (el gorro típico de la legión) bailaban al ritmo de la marcha. El cabo que abría el desfile sujetaba marcial su fusil cuando gritó “vista a la derecha”. Fijó su mirada en la de Patton y en ese momento el general norteamericano se imaginó por un segundo cómo hubiera sido combatir contra la legión.
Y en ese momento, se alegró de que el plan nunca hubiera salido de la caja fuerte.
*Experto en Seguridad y Geoestrategia.