Escultura y territorio: Elena Laverón, musa de arquitectos
En el Día Internacional de la Mujer, el catedrático de Arquitectura de la UPV José María Lozano rinde homenaje a la escultora Elena Laverón, musa de arquitectos.
Pese a la cercanía y trato afable que todos sus colaboradores y estudiosos certifican como rasgos característicos de su inmensa humanidad, he tardado en conocer personalmente a la escultora Elena Laverón. Sabíamos de sus piezas más urbanas en el campus malagueño de Teatinos o de la plaza de La Solidaridad, de la Plaza de los Reyes en Ceuta, de la de la Nogalera en Torremolinos, de Vallecas y la Estación de Chamartín en Madrid, de la sede de la UNESCO en París, y de la Piedmonte Avenue y la Crown Pointe en Atlanta (USA).
Sabía por boca de relevantes colegas malagueños de su sensibilidad para el arte urbano y su acierto al proponer tema, materia y tamaño con idéntica seguridad a la aprendida del arte primitivo y de los maestros de la estatuaria clásica. De su cultivado y profundo conocimiento de la historia del arte, de los valores y características técnicas de mármoles y granitos, piedras y metales, de su estereotomía, de la fundición a la cera perdida de bronces o fibras plásticas, del encofrado de hormigones y piedras artificiales, del vaciado de escayolas y reproducciones cerámicas o de fibra de vidrio y grava proyectada. Y, claro está, de su maestría modelando el barro.
Recientemente, de la mano de los arquitectos Victoria Acha y Francisco Taboada, he tenido el privilegio de visitarla en su taller de Torremolinos y de escuchar de sus labios la letra de una música que llevo tarareando desde que conozco su obra.
Nacida en Ceuta, de infancia en diversas ciudades de Marruecos, comienza su formación artística -apenas con once años- con el profesor Julio Ramis en el Instituto de Tánger. Y aunque, trasladada la familia a Girona, se inicia como pintora con el acuarelista Roca Delpec y como escultora en el taller del escultor Francesc Bacquelaine, es en la Escuela de Bellas Artes de San Jorge de Barcelona y en la
Escuela Massana, donde se forjará su poliédrica y singular personalidad plástica.
No pretendo reflejar en esta breve reseña la trayectoria de quien el Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa dice “Parecería que la implacable dicotomía que separa la materia del espíritu se reconcilia en la escultura de Laverón, con claras reminiscencias a Picasso y a Moore (y al arte primitivo)”. Y es que ese trío de ases que cita el autor de La Chunga, guarda lazos muy íntimos entre ellos. Nuestra
escultora, siendo muy joven, compartió espacio expositivo con el maestro español del cubismo. Más enigmática es la proximidad al magistral inglés, en la que críticos y expertos coinciden; aun a sabiendas de que el vacío modelado, el aire como materia, en las esculturas de Laverón es anterior a su conocimiento de la obra de Moore.
Tampoco tengo espacio para enumerar los museos que tienen en su acervo obra suya. Pero entre ellos, claro está, se cuentan el Reina Sofía, el Municipal y el de Bellas Artes de Málaga, o el Toluca de México y los norteamericanos Guggenheim, Hispanic Society of America de New York, y Danforth de Massachusetts.
La extensísima bibliografía especializada que se ha ocupado de Elena Laverón y la frecuente aparición de artículos de críticos y estudiosos mucho más autorizados que un servidor es, por supuesto, una muestra más –y relevante- de la importancia de su trabajo.
Pero yo, tras conocer y palpar sus esculturas en el antiguo Colegio de Huérfanos Ferroviarios de Torremolinos, obra de Francisco Alonso Martos, reconocido por DOCOMOMO, hoy Centro Cultural Picasso, primorosamente rehabilitado según proyecto de Feduchi, López-Bachiller y Morales Falmouth, y de ver con emoción cuántas personas lo hacían también en el Paseo bajo la
interesante pérgola ondulada de Salvador Moreno. Tras comprobar su gigantesca talla humana, desde mi propia perspectiva arquitectónica, desde mi amor por la ciudad y el territorio, en el Día Internacional de la Mujer, quiero celebrarlo rindiendo mi modesto homenaje a Elena Laverón, musa de arquitectos, pero que de las musas pasó a la acción desde chiquita, y ahora, mientras me mostraba su trabajo actual en su taller, con tal grado de sencillez que acompleja, recordé
palabras de la valenciana Antonia Mir -otra grande- “… ay! si yo supiera pintar … “ . Así son nuestras maestras.
Y así gusta y es deber, y es justicia y es honor, reconocerlo.
José María Lozano Velasco. Catedrático de arquitectura Universidad Politécnica de Valencia. Presidente de la Comisión de las Ciencias Consell Valencià de Cultura.