Muere en un Hospital de Milán, el gran arquitecto Vittorio Gregotti
El gran arquitecto italiano Vittorio Gregotti, de 92 años, maestro comprometido y ejemplar ciudadano, ha fallecido en Milán a causa de una pulmonía agravada por el Covid-19.
Apenas iniciado nuestro necesario confinamiento, en la mañana de este sábado aciago, me llama desde Viareggio Paolo Riani para decirme, en un sollozo, que el gran Vittorio Gregotti ha muerto en el Hospital de San Giuseppe de Milán, víctima del virus, que se ha cebado con su lúcida longevidad (92 años cumplió el pasado verano). Noticia doblemente triste, por próxima y por desproporcionada.
Porque Vittorio Gregotti no solo fue grande de espíritu, maestro comprometido y ejemplar ciudadano, también de complexión y humana estatura; fue noble e incapaz para la ofensa, sociable y servicial. Porque decir Gregotti es decir territorio, para los muchos que, sin derecho alguno, nos llamamos sus discípulos. Y este virus, de miseria y progreso a partes iguales, se ha llevado por delante a un gigante de la arquitectura en pleno rendimiento de su maestría.
Algo, mucho tal vez, está fallando en este mundo contemporáneo que el arquitecto italiano contribuyó a mejorar de forma inteligente y sensible en su larga y profunda trayectoria.
Recordamos con orgullo patrio su decisiva participación junto con los españoles Margarit (reciente Cervantes), Buxadé, Correa y Milá, el anillo y estadio olímpicos de Barcelona; con devoción su practicado respeto por la “preexistencia ambiental” que aprendiera de boca de su maestro Ernesto Nathan Rogers; con admiración y envidia la elegancia y el rigor constructivo del edificio Pirelli en la ciudad que le ha despedido, aunque no puede hacerlo ahora como él merece.
Homenaje pobre también el mío, que me permite recordar la emoción de haberlo conocido y el privilegio de escribir a su lado, y con José Antonio Fernández Ordóñez, hace casi treinta años, prologando el libro de la obra de su amigo, el ya entonces relevante arquitecto español Salvador Pérez Arroyo.
Generoso con su tiempo, practicó con excelencia la enseñanza de la arquitectura y del urbanismo indisolublemente unidos, adelantándose sin reivindicarlo a la afortunada concepción del espacio público inclusivo y participativo en que todos hoy militamos. Y con su discurso amable y convincente recorrió escuelas y facultades del mundo, no sólo las más prestigiosas. De manera que nos contamos por millares sus discípulos. (“… uno más de mis maestros me abandona” he escuchado de labios del arquitecto valenciano Vicente González Móstoles al comunicarle la triste noticia; valga su pena por la de todos).
Sus reflexiones profundas compartidas con auditorios repletos en sinfín de conferencias, sus escritos medidos, didácticos y disciplinares, su bonhomía en la distancia corta, complementaron a la perfección un oficio responsable y preciso, nunca exento de investigación, y siempre respetuoso con el entorno y el medio ambiente.
Les invito a indagar en el conjunto de unas y otros, a recrearse en la abundante bibliografía que se ocupa de su obra proyectada y construida -siempre muy bien construida- mientras renuncio a elegir aquí más muestras de las ya citadas.
A la consternación que nos deja la muerte sobrevenida, a la orfandad que somete a discípulos y seguidores (“… otra figura que se nos va”, me escribía el urbanista malagueño Pepe Seguí; “genio … y figura”, querido Pepe), se suma esta vez la rabia. Una rabia impropia que frenaría de inmediato nuestro arquitecto.
Claro que frenaría también estas palabras sencillas, con las que me honro, por las que me honra él a mi sin saberlo y a la postre, y que quiero dedicar a mis estudiantes de arquitectura de la Escuela de Valencia, para que en su propio confinamiento estudien cuanto le debemos a quién, con justicia, el Corriere Della Sera de ayer llamaba Maestro de la Arquitectura del Novecento.
“El trabajo que mejor me representa es siempre el último”, solía contestar a la curiosidad periodística quien practicó –como nuestro Rafael Moneo, como las recientes Pritzker Farrell & McNamara- un eclecticismo inteligente y de excelencia. Con motivo de la exposición antológica de su obra y pensamiento, celebrada en el Museo George Pompidou de París en 2016, Miquel Adriá concluía “… Gregotti hizo del paisaje un material arquitectónico”. Tal vez sea esa la constante que, en todas y cada una de ellas, también le representa.
Descansa en paz, maestro, te seguiremos aprendiendo.
José María Lozano Velasco es Catedrático de Arquitectura de la UPV y Presidente de la Comisión de las Ciencias del CVC.