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Mis crónicas desde el confinamiento: Sánchez en el G20, ¡curaremos!

Los españoles no estamos sordos, ni ciegos, ni -mucho menos- mudos. Tampoco impacientes, sino precisamente lo contrario, pacientes y potenciales enfermos. Curaremos.

Mis crónicas desde el confinamiento: Sánchez en el G20, ¡curaremos!

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Un respiro porque Sánchez está entretenido con audiencia reducida de altos vuelos -su deporte preferido-, y un suspiro, no vaya a ser que ahí también mantenga su discurso tan vacío como ampuloso, tres veces ya ensayado ante las cámaras y envuelto en preguntas enlatadas que, no obstante, es incapaz de contestar. ¡Qué horror!

El lector que me sigue me hizo ver de inmediato mi error confundiendo a Martínez Soria con Pepe Isbert. Mis disculpas. Me pasa por recurrir a paletos de ficción cinematográfica en vez de nutrirme de los que ahora usufructúan banco azul.

Sirva de muestra este botón: El flamante ministro de Sanidad, Salvador Illa, al mando del núcleo duro, cariñosamente llamado profesor por los medios afines, y filósofo por todo quisque, ha sido concejal de su pueblo (La Roca del Vallés, 10.000 habitantes) antes que fraile -la carrera la terminó dos años más tarde, al parecer-, luego alcalde (por defunción del titular), luego director general de Justicia de la Generalitat catalana, luego director de gestión económica del ayuntamiento de Barcelona … Ni una clase que yo sepa, ni una publicación, ni un salario pagado a otro de su bolsillo, ni una cotización a la seguridad social más allá de los nueve meses de enchufe, entre col y col, de ejecutivo en el sector privado. Un figura.

Andan justificándose los más críticos opinadores, de Jiménez Muñoz a Félix de Azúa; los “intelectuales de izquierdas” más atrevidos, desde Javier Marías a Antonio Muñoz Molina; los otrora corifeos como Miguel Bosé no soportan el dolor tan cercano (nadie puede hacerlo mientras pierde a su madre). Y a la gresca, lucha de egos Marhuenda y Ussía; pela y censura, vieja pócima de incurativos, más bien venenosos, efectos. Ganó la pela.

No seré yo quien me disculpe por cantarle las cuarenta a esa panda de impresentables. La disciplinada actitud de obediencia a las medidas dictadas bajo la supervisión del doctor Simón (dimisión), hoy mismo le daba igual ocho que ochenta -u ochenta que ochenta y siete (sic)- que acepto como todos sin rechistar. La carencia temporal de los padres, de los hijos, de los nietos; tan cruel como esperanzadora, que sobrellevo. Los diarios aplausos en los balcones a los servidores públicos, las mascarillas artesanales, los envíos de comida entre amigos, la labor de los taxistas, de las cajeras, de los reponedores … de los que me nutro. Todo ello me autoriza a no callar, me autoriza a criticar, me autoriza a denunciar.

He despertado pensando que en los casi 800 metros cuadrados del Salón Columnario de la Lonja de la Seda,  hubieran cabido las camas que se pretenden en la antigua Fe, al modo de IFEMA, en un santiamén

No me hablen de lealtades de esbirro, mi lealtad no tiene precio. Es la lealtad del débil hacia débil, del pobre por el pobre, del desamparado por el desamparado pobre o rico, tanto da. Es el amor al prójimo tan en desuso.

He creído oír en las noticias que han cesado a la consejera de salud canaria … que Puig tome nota por favor. Y, por cierto, hoy he despertado pensando que en los casi ochocientos metros cuadrados del Salón Columnario de la Lonja de la Seda, Patrimonio de la Humanidad, hubieran cabido las camas que se pretenden en la antigua Fe, al modo de IFEMA, en un santiamén. (Claro que también en Feria Valencia, IFA Alicante, Tecnificación Deportiva Vila-real … y tantos otros). Perdón por la ocurrencia.

Crecen las cifras malditas a velocidad superior a la de nuestras propias preocupaciones. Se alejan inexorables del buenismo “progreísta”. Compiten con la torpeza en la gestión, con la ruindad en el comportamiento público, con el cinismo institucionalmente vestido y el impudor de su desnudez.

Soportaremos, resistiremos, unidos en disciplina y esfuerzo, desgarrados los corazones, exhaustos y firmes, mientras sordo, Sánchez -como Isbert en el rescatado Bienvenido mister Marshall- nos debe una explicación. “Y esa explicación la deberá pagar”. Cuando haga falta, donde haga falta y como haga falta.

Los españoles no estamos sordos, ni ciegos, ni -mucho menos- mudos. Tampoco impacientes, sino precisamente lo contrario, pacientes y potenciales enfermos. Curaremos.

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