Mis crónicas desde el confinamiento: “Ha sido muy difícil, es otra dimensión”
Me irrita en lo más profundo tanta blandenguería, tanta parodia de léxico belicista endulzado de cinismo, tanto error, tanta torpeza.
Son las palabras literales del breve Whatsapp que me acaba de poner un colega tras ser dado de alta. Ya me contará, si tiene ganas, cómo ha resultado el regreso a la dimensión ordinaria. Me contará si le aplaudieron al dejar el hospital en camilla, si le filmaron. Si saldrá al balcón cada tarde … Sé que me contará otras cosas “cuando todo pase”, cuando volveremos a ser los mismos (siento discrepar otra vez señor presidente). Porque volveremos a serlo. Unos y otros, ya se verá. Unos los pillos, otros los ingenuos. Y cada uno en su sitio.
Antes del notición del alta de mi amigo, de su viaje de ida y vuelta a “otra dimensión”, al inicio de la vigésimo quinta jornada efectiva de confinamiento - aislamiento, empieza a imponerse en el lenguaje de la calle, que es hoy el de las redes sociales- antes de sentarme al teletrabajo, que tiene un plus de sobrecarga que me hace hoy compadecer a teleoperadores y solidarizarme con enseñantes y gestores de servicios, antes de revisar la despensa y volver a lavarme las manos, me ha invadido la desidia disfrazada de melancolía.
Al inicio de la vigésimo quinta jornada efectiva de aislamiento, he pensado que no somos héroes sino marionetas, que no resistimos sino que nos conformamos, que no luchamos sino que apenas nos defendemos, que esto no es una guerra sino una desgracia descomunal...
Antes del notición del alta de mi amigo, de lo “difícil” que le ha sido, al inicio de la vigésimo quinta jornada efectiva de aislamiento, he pensado que no somos héroes sino marionetas, que no resistimos sino que nos conformamos, que no luchamos sino que apenas nos defendemos, que esto no es una guerra sino una desgracia descomunal, que las curvas carecen de picos, que desescalar es descender, que ya no saldría a aplaudirme a mi mismo, que los niños ni son héroes ni deben serlo. Que me irrita en lo más profundo tanta blandenguería, tanta parodia de léxico belicista endulzado de cinismo, tanto error, tanta torpeza. Que el ministro Pedro Duque no puede ser tan bobo como representa con holgura.
Antes del notición del alta de mi amigo, de este nuevo y amoroso encuentro con la vida, he pensado en el provocador encanto de la infracción -que tanto me recomienda un buen amigo- esa absenta para situaciones extremas del espíritu. Y vive Dios que es esta una de ellas. Y he recordado tantas cuántas cometí cuando existía el Tribunal de Orden Público, cuando la Ley de peligrosidad social, o la de Vagos y maleantes. Cuando los “sociales” se sentaban en el mismo banco universitario, cuando los serenos y conserjes (con dignísimas excepciones) eran chivatos y confidentes, cuando se corría delante de los guardias, en vez de escupirles impunemente o, incluso, sirvan de escolta al manifestante.
Pero ¿qué nos quieren contar a mi amigo de vuelta y a mí esta panda de farsantes? O mejor ¿cómo osan pretender que les creamos? Sé y conozco los modos, reconozco los tics autoritarios, rememoro los gestos de condescendencia por abuso, me retumban las mismas palabras huecas, el mismo autobombo y la misma vanagloria insoportable, me resuenan los cánticos de victoria y los himnos revolucionarios. Vayan ustedes a hacer puñetas.
He cumplido con todas mis obligaciones ciudadanas y he lavado, claro que sí, mis manos profusamente (no será por falta de modelo, viendo tanto Pilatos de ocasión en esta insólita Semana Santa)
Antes del notición del alta de mi amigo, ya lo imaginan, he teletrabajado, y melancólico de la normalidad -¡habrá algo más hermoso!- he cumplido con todas mis obligaciones ciudadanas y he lavado, claro que sí, mis manos profusamente (no será por falta de modelo, viendo tanto Pilatos de ocasión en esta insólita Semana Santa). He vuelto, miren por donde, a este sucedáneo de normalidad que cursa, por ende, en sucedáneo de belleza.
En mi barrio valenciano, y per ofrenar noves glories a España, un toque de corneta anuncia el aplauso de las ocho (la cacerolada de las nueve es espontánea y menos compartida). Hoy he visto un matrimonio joven con un niño en brazos en la terraza de enfrente. O sea, que he aplaudido, a los profesionales, que no incluyen a los gobernantes precisamente.
Pero no descarto la infracción. Tal y como van las cosas, seguiremos vigilantes.