La última prórroga que Pedro Sánchez agota en el mar de los sargazos
El lenguaje bélico encierra siempre la búsqueda de un enemigo común frente al que unirse imposibilitando cualquier crítica o disidencia
Una catástrofe natural no es una guerra, tras un terremoto no hay una victoria que atribuirse y tras una catástrofe como una pandemia tampoco. El lenguaje bélico encierra siempre la búsqueda de un enemigo común frente al que unirse imposibilitando cualquier crítica o disidencia, tapando los errores cometidos.
No estamos, al menos formalmente, en un Estado de Excepción o de Sitio, estamos en un Estado de Alarma sanitaria, y lo que corresponde al mando único es gestionar con un objetivo prioritario: salvar vidas, y el objetivo adjunto de reducir al máximo el impacto económico y social.
Sánchez y su gobierno han dispuesto ya de un Estado de Alarma que se demora más de un mes y medio. En este tiempo, y sin cometer la osadía de entrar en aspectos médicos o técnicos, el mando único del Gobierno ha sido incapaz de proveer a los sanitarios de equipos de protección individual en número bastante que pudieran evitar la infección de los que están en primera línea.
En este tiempo ha sido incapaz de adquirir test suficientes al menos para poder hacer la prueba a aquellos cuerpos de funcionarios que están velando por el cumplimiento del orden público, para los que realizan tareas de desinfección o para los trabajadores esenciales, o para aquellos que sin ser calificados de esa manera están resultando indispensable para que la economía del país pueda seguir respirando.
La adquisición de test masivos como prometió en su alocución televisiva del día 24 de marzo ha resultado un fraude, sin que conozcamos hasta la fecha respuesta oficial alguna a la pregunta que desde hace días se está realizando en voz alta una mayoría de ciudadanos.
Pese a todo lo expuesto y a la ausencia de un plan de desescalada definido, el Gobierno en estas semanas no ha parado de generar propaganda, de veracidad dudosa en muchos casos, con una alarmante ausencia de autocrítica. El concepto de lealtad exhibido por el presidente Sánchez ha quedado reducido al de informo antes de reunirme contigo, véase oposición o presidentes autonómicos o incluso el propio Gobierno, de tal forma que la reunión queda limitada a efectos informativos.
Y en materia de libertades es sencillamente escandaloso que exista una instrucción por escrito en el que se les encomienda a los mandos militares monitorizar opiniones desafectas de los ciudadanos con la gestión se trata del ataque a las libertades fundamentales más obsceno vivido en España desde que tengo uso de razón.
No obstante a todo lo referido, Sánchez y su entorno son sabedores de que no controlan la situación. Sus socios de investidura hace un buen rato que le han abandonado. Intuye que Iglesias abandonará el barco cuando las cosas se pongan feas y se tengan que tomar decisiones duras. Pero incluso antes de ese momento los números dicen que tendrá complicado aprobar otra prórroga del Estado de Alarma. De hecho el líder de la oposición Pablo Casado ya se lo advirtió en el último pleno del Congreso.
Mientras se le agota la última prórroga el país se encuentra sumido en el mar de los sargazos donde la ausencia de viento de liderazgo le impide avanzar, y el problema es que esa última prórroga se está convirtiendo en un tiempo de descuento para demasiada gente, para demasiadas pequeñas empresas, para demasiadas familias, para demasiados trabajadores que viven en la incertidumbre, para una sociedad que acumula ya mucho cansancio y estrés social que no es provocado ni por supuestos bulos, ni por bots que alaban los perfiles de redes del Ministerio de Sanidad.
Si que lo genera una sobredosis de propaganda, una gestión incompetente y una falta de liderazgo total de quien acumula bajo su mando único más poder que ningún otro presidente del Gobierno y cada vez que se dirige a la nación es incapaz de esbozar ningún plan concreto para abandonar con garantías el desconfinamiento.
*Abogado.