Mis crónicas rebeldes desde el confinamiento: Desescalar
Somos carne de cañón. Pero agradeceríamos que se nos aparte del punto de mira. Estamos poniendo los muertos en este aquelarre y estamos dejando una estela de dolor en nuestros entornos.
Van sucediéndose, agotadores, los días de esta larga e incierta cuarentena que empezó, tarde, como un confinamiento quincenal y ya se conoce con el término más popular de “encierro” (sobre mansos versó la anterior). A las cuestiones de fondo, las principales y más misteriosas sobre el inicio, la propagación y las consecuencias de la pandemia, se unen irremediablemente y como siempre las relacionadas con su gestión.
Tras la accidentada salida, particularmente en Valencia, de los niños el domingo pasado, cuando aflora la importancia de la responsabilidad individual, papá gobierno, enfurruñado, amaga con sacar de nuevo la zapatilla. Resultado o no de una estrategia, es lo que tiene infantilizar primero a toda la población, engañando con los datos, confundiendo con los argumentos, distrayendo con los neologismos, exigiendo disciplina, obediencia y lealtad; constriñendo libertades, para después, suficientemente anestesiada o anulada, reducida en su capacidad de reacción crítica, acusarla de inoperancia y torpeza.
Hay mucho de “naif” en todo el procedimiento.
Desescalar es una forma de desbaratar lo que era armónico y coherente, una suerte de deconstrucción de lo básico, de lo sólido, de lo esencial, una disolución líquida por la que el continente oculta la vaciedad de su contenido.
“Desescalar”, en términos técnicos, es carecer de referencia comparativa, de criterio que permita entender la dimensión y la proporción de las medidas, de los tamaños, de las consecuencias. Desescalar es una forma de desbaratar lo que era armónico y coherente, una suerte de deconstrucción de lo básico, de lo sólido, de lo esencial, una disolución líquida por la que el continente oculta la vaciedad de su contenido.
Y en ello, al parecer, estamos ahora esperando el 2 de mayo –efeméride nacional de victoria popular sobre el invasor- y el 7, cuando se anhela la oportunidad de realizar breves y reducidos encuentros con familiares y amigos. Y sin más garantía que la fe ciega en lo preceptuado por una dirigencia que ha mantenido una trayectoria errática y fullera en soluciones. Débil garantía.
Aguardando la finalización del consejo de ministros de turno, los previsores responsables del telediario que yo veo, han ofrecido una retahíla de declaraciones de personas mayores que, entre resignados y reivindicativos, mostraban sensatez, entereza y, claro está, madurez. “La rebelión de las canas” hemos leído en algún titular reciente dando cuenta del “cabreo” generalizado que hemos ido cultivando los viejos.
Somos carne de cañón, lo sabemos. Pero agradeceríamos que se nos aparte del punto de mira. Estamos poniendo los muertos en este aquelarre y estamos dejando una estela de dolor en nuestras familias y en nuestros entornos, difícil de olvidar. E imposible de desescalar técnicamente.
Me repugna la geolocalización amparada por el control sanitario, la prohibición de desplazarte con la persona con la que te has levantado de la cama, la imposibilidad de salir con los hijos con los que convives a diario, la sistemática imposición del capricho mandatario.
Pero también somos propietarios de una amplia memoria y de una cumplida hemeroteca. Esas son nuestras armas, emulando -otro absurdo- el abuso del lenguaje belicista. Y por eso no comulgamos con ruedas de molino, no nos quedamos embobados mirando el dedo gubernamental como pretenden, sino el perverso futuro que señala para España. Ni nos engañamos, ni nos engañan.
Me repugnan los helicópteros sobreactuando sobre nuestras cabezas lanzando consignas, ora buenistas, ora intimidatorias. Me repugna la geolocalización amparada por el control sanitario, la prohibición de desplazarte con la persona con la que te has levantado de la cama, la imposibilidad de salir con los hijos con los que convives a diario, la sistemática imposición del capricho mandatario.
“Doblegar la curva” ha sido el objetivo confesado, cuando la curva no es otra cosa que el resultado, manipulado, de la aciaga realidad. Pero la realidad, lo sabemos bien, es contumaz y son los tests, las mascarillas, los desinfectantes, los que permitirán doblegarla. No los eufemismos y mucho menos la edulcoración de los hechos. Y es, sobre todo, ese tan aplaudido personal sanitario (más de 30.000 infectados) ahíto de sensibles reconocimientos y ayuno de la debida protección.
Hoy he evitado nombres propios. Ni una sola negrita, sirva la “desescalada” en el ranking de la OCDE como muestra evidente de la madre de todos los bulos, del sofisma gubernamental, sostenido por el Presidente en el propio Parlamento.De la mentira como indigna coartada de la torpeza.