El gobierno de la imposición
En Valencia nos encontramos ante una izquierda clásica pero sumisa, sin criterio propio y fagocitada por otra nacionalista
Ahora no se hablará de otra cosa. El coronavirus y la suspensión de cualquier evento multitudinario, en definitiva, todos y cada uno de los cambios que hemos tenido que hacer en nuestras vidas para evitar su propagación copará todas las portadas y todos los titulares de cualquier medio de comunicación que se publique. Y es necesario, sí, pero hablemos de otras cosas que también nos incumben que intentan pasar desapercibidas.
Nos venden la idea de democracia como una idea revolucionaria en la época en que se fraguó. Y lo fue. La participación de todos y todas en un proyecto común para la formación de políticas públicas era algo tan revolucionario que provocó, incluso, rechazo en grandes ámbitos de la sociedad. La democracia es, simple y llanamente, un lugar común para el consenso.
Imaginen que un padre lleva dos películas o tres a su casa para decidir, entre todos los miembros del núcleo familiar, cuál verán esa noche, eso es democracia. Un lugar para el encuentro entre diferentes. Una especie de win-win en que todas las ideologías, convicciones y sociedades se sienten representadas y partícipes de las decisiones que se toman para el conjunto. En definitiva, la creación de leyes de aplicación para quienes las crean.
Y es la izquierda quien la abandera. La izquierda en este país se siente precursora de la democracia, cuando fueron todos los partidos políticos quienes fundaron el régimen constitucional y su puesta en marcha, y aboga por la representatividad cuando purgan, en cuanto pueden, a los menos fieles dentro de sus cúpulas orgánicas y políticas.
En Valencia nos encontramos ante una izquierda clásica pero sumisa, sin criterio propio y fagocitada por otra nacionalista, con la simple ambición de gobernar y engancharse a la vara de mando del tercer ayuntamiento más grande de España y no soltarla hasta que la ciudadanía se llene de hastío y le muestre el camino de salida.
De hecho, la izquierda valenciana decidió abandonar el consenso que tanto abandera, o abanderaba, hacia la imposición.
Los que nos gobiernan producirán cortes al tráfico privado y público obviando la voluntad de comerciantes, residentes, viandantes, técnicos expertos y demás implicados en un cambio tan drástico de la vertebración vial de la ciudad.
A partir del 23 de marzo, iban a prohibir el acceso de varias líneas de autobús público a la plaza del Ayuntamiento, dejando sin servicio a todo el barrio del Carmen, inundando la calle Colón de autobuses públicos para cumplir su capricho de quitar espacio a los vehículos privados, provocando más atascos y empeorando la accesibilidad al que es, tanto a nivel económico como social y administrativo, el centro neurálgico de la capital. Pero usted, ciudadano o ciudadana de la ciudad de Valencia, no tendrá nada que decir.
Porque no lo dirán, pero su opinión no contará cuando se embarque en su viaje en transporte público hacia el centro y cada vez, por querer llevar adelante su capricho en el centro de la ciudad, le hagan andar más, coger un mayor número de autobuses o simplemente le cambien el recorrido que cada día de su vida ha hecho. Se propusieron soluciones alternativas, viables y más ambiciosas, pero, otra vez, se impuso la mayoría gobernante en el Pleno del Ayuntamiento.
No evidencia más que las prisas del consistorio en aplicar una medida impuesta, sin plan de reurbanización y una falta de transparencia, diálogo y voluntad de consenso inmensa.
El problema no termina ahí. En la Albufera tenemos una obligatoria cita para salvar la biosfera valenciana, pero el gobierno del Rialto insiste en dejar el asunto en el tintero. En un intento de dar un paso más, desde una oposición constructiva y dejando de lado la destrucción, para ir más allá e intentar conseguir el mayor número de recursos para realizar las máximas actuaciones en el menor periodo de tiempo en una zona crítica, se propusieron medidas de urgente aplicación, pero, de nuevo, el gobierno municipal lo rechazó por unanimidad.
Era obvio que todo se pararía y se paró con la llegada de la pandemia a nuestra ciudad, pero el gobierno municipal, visto el resquicio legal que permitía el levantamiento de una parte del confinamiento para parte de los sectores económicos, ha vuelto a poner en marcha su agenda para realizar todo ahora que la población está preocupada por algo más importante: la salud de todos y todas.
No se aprobarán mayores ayudas para autónomos y pymes. No se adquirirá más material de protección para todo trabajador o trabajadora dependiente de las corporaciones locales. No se comprarán, tampoco, mascarillas o guantes para la ciudadanía. Pero sí, se gastarán más de 300 mil euros en plantar bolardos y maceteros en la plaza del Ayuntamiento.
El gobierno de la ciudad de València, con Giuseppe Grezzi como principal promovedor, ha decidido poner en marcha, de nuevo, la reversión de carriles de la calle Colón y la peatonalización de la Plaza del Ayuntamiento. Ahora que no está en uso, ¿no? ¿Habrán pensado en la vuelta a la normalidad? Está claro que la ausencia de tráfico rodado y la mínima frecuencia en el transporte púbico ayudará a la remodelación de ambos enclaves, pero ¿no han de tenerse en cuenta las opiniones de vecinos y comerciantes de la zona?
El gobierno de Joan Ribó y compañía parece gobernar para sus propios intereses y no para los de los valencianos y las valencianas que necesitan, cada día con más urgencia, medidas efectivas que cambien en positivo la tercera ciudad más importante de España, negando, por ejemplo, la reclamación de millones de euros que el Estado endeuda con la ciudad y que se perderán en el olvido. ¿Para qué necesitamos más recursos? Mejor tener menos y poder quejarnos de la inacción por la falta de estos. O por la “mala” gestión del gobierno anterior.
Esto es un llamamiento al consenso. Es cierto que la ciudadanía los erigió gobernantes de la ciudad, pero los temas más críticos deberían ser acuerdos de todos y para todos, no sólo para sus votantes que, muy frecuentemente, desconocen las consecuencias de sus medidas.
No blanqueemos la imposición, rebatámosla.
*Estudiante de Ciencias Políticas y Dirección de Empresas.