Mi última crónica desde el confinamiento: Nueva anormalidad
Papá gobierno vuelve a ensayar experimentación social y pretende observar nuestro contento por el mero hecho de levantarnos el castigo. No nos engañen más por favor.
Tomo prestado de mi buen amigo Vicente Climent este giro del último -aunque no tan reciente- mantra presidencial. He leído también a Gabriel Albiac, y no han faltado referencias o insinuaciones irónicas en editoriales y artículos de opinión en los pocos medios no abonados con el infecto maná gubernamental y de los todavía periodistas u opinadores independientes. O al menos no apesebrados.
Lo cierto es que, al argumento ontológico por el que la normalidad nunca puede ser nueva, que necesita cuajarse con la práctica, con la costumbre, con la norma consuetudinaria, fruto precisamente del pasado, de la historia, de la tradición, de la cultura de un pueblo, se suma el más definitivo de que la normalidad no se decreta, ni se anticipa, ni se impone.
Ganan por el momento los bulos y mentiras gubernamentales. Perdemos nosotros, los muertos, sus familiares, los mayores confinados, los adultos desinformados y sin trabajo, los niños mal educados y sin escuela.
Lo “ordinario”, en palabras certeras y apropiadas del profesor argentino Enrique Walker desde su cátedra de arquitectura de la Columbia University, es algo mucho más profundo y serio que esta vaciedad con la que nos machaca a diario la nefasta política del Gobierno español.
Sé que el giro en sencillo y nada ingenioso. Es lo que tiene lo ordinario, sencillo y natural. Lo que no ha sido capaz de hacer el gobierno de Sánchez desde mucho antes del famoso -fatídico- Estado de Alarma; nada sencillo y natural, todo complicado en exceso, artificial e incluso estúpido, como si se tratara de una campaña de marketing de altos vuelos e importante presupuesto para vender
mercancía averiada. Y así nos va.
Sé que puede parecer un poco cruel hablar de “anormalidad” (“alarmaridad” es neologismo por el momento no nato). A mí me lo parece más -más cruel- el flamante colorido de las corbatas ministeriales, y humillantes las sonrisas de sus tenedores durante las intervenciones parlamentarias de la oposición. Humillantes no para el interviniente, sino para los españoles, sobre todo para los que llevamos el luto encima, el crespón en los balcones y en nuestros corazones también. ¿De qué se ríe usted señor presidente, cuando debería llorar de impotencia y compasión?
¿Qué hace el bueno de Simón (dimisión) “comiéndose una almendra” poco antes de comparecer como máxima autoridad y en directo, para empezar tosiendo como un descosido? De opereta. Y es que son tontos, muy tontos, y exhiben a diario una torpeza con un raro recochineo. Así nos va.
Esta nueva anormalidad, se basa fundamentalmente en la anormalidad de los preceptores. Porque convendrán conmigo en que normales no son. Se entiende, en consecuencia, que pretendan que el resto tampoco lo seamos. Y a punto están de conseguirlo.
Me parece más cruel el flamante colorido de las corbatas ministeriales y humillantes las sonrisas de sus tenedores. Humillantes para los españoles, sobre todo para los que llevamos el luto encima, el crespón en los balcones y en nuestros corazones
Hoy, tras la ceremonia de la confusión de las fases numeradas y calificadas con toda suerte de eufemismos y torpezas, con el desorden y la imprevisión acostumbrada, cronificada como el propio dolor al que estamos sometidos, papá gobierno vuelve a ensayar experimentación social y pretende observar nuestro contento por el mero hecho de levantarnos el castigo. No nos engañen más por
favor.
Levantar un castigo injusto, eso lo sabe cualquier madre, no es prebenda sino reparación de la injusticia, y debe acompañarse de disculpa y reconocimiento de la inexistencia de falta y de la desproporción del castigo. Pero no van por ahí los tiros (seguimos con el lenguaje belicista que tanto nos repugna).
No voy a ser partícipe de la anormalidad, voy a recuperar mi normalidad, esa que he cultivado durante décadas, basada en el sentido común y en los nobles principios en los que me educaron, nunca exenta de riesgos medidos, siempre responsable, nunca meliflua y amparada por una subsidiaria protección externa. Mucho menos de la Administración.
Ganan por el momento, ganan sus bulos y mentiras gubernamentales y la persecución de la opinión libre. Ganan sus sanciones a recurrir y sus negligencias a condenar. Gana su palabrería mientras sucumbe la sucia y triste realidad. Perdemos nosotros, los muertos, sus familiares, los mayores confinados, los adultos desinformados y sin trabajo, los niños mal educados y sin escuela … Y así
nos va.
Es esta, querido lector, mi última crónica desde el confinamiento. No voy a blanquear -comparto el contenido del clarividente artículo de Enrique Martín hoy en ESdiario- a este gobierno ni un minuto más. No voy a seguir su torpe y macabro juego.
Toca pasar a la acción amigos míos. Porque, mientras tanto … así nos va.