Pasarse de frenada
El panorama es, con todo, absolutamente desolador. La espiral de lo políticamente correcto y la autocensura se han adueñado de la esfera pública
Las sociedades son dinámicas y evolucionan. Gracias a los conocimientos y las experiencias acumulados por las generaciones que nos preceden, somos capaces de avanzar en campos más allá de lo puramente tecnológico: en valores. Lo que pudo ser aceptable en una época anterior, puede resultarnos atroz hoy día; no sin razón.
Se han realizado muchas conquistas sociales, como la no discriminación por razón de raza, sexo y religión. Nuestra sociedad es sin duda más abierta que la de nuestros padres y pocos son los que defienden lo contrario, pese a que siguen persistiendo problemas, que la muerte de George Floyd y la reacción de rechazo mundial subsiguiente ejemplifican, así como las quejas de organizaciones LGTBI, reclamando mayor sensibilidad y visibilidad para grupos trans, entre otros.
Es positivo ser más sensible, abierto y tolerante, pero nos topamos con un serio problema cuando nos pasamos de frenada y comenzamos con las tonterías y los revisionismos históricos absurdos.
- K. Rowling, creadora de la exitosa Harry Potter y poco sospechosa de ser una suerte de reaccionaria, ha sido víctima de fuertes ataques desde que, en respuesta a un tuit cuyo titular decía, textualmente, "Creando un mundo posCOVID-19 más igualitario para las personas que menstrúan", ironizó sobre si no existía una palabra ya para ese colectivo: mujeres. El propio Daniel Radcliffe se apresuró a unirse a los críticos de Rowling.
Todos estos son ataques absolutamente infundados y producto de un activismo de sofá furibundo. Hacer referencia a un hecho biológicamente objetivo, como hizo Rowling, no significa un menosprecio ni menoscabo para la dignidad de mujeres con pene, hombres que no se identifiquen como tales o la opción sexual que uno guste. Rowling se ha defendido con mesura y no ha caído en ese hábito peligroso de retractarse de palabras que, verdaderamente, nunca fueron ofensivas más que para los ojos de unos pocos con una piel muy fina.
El panorama es, con todo, absolutamente desolador. La espiral de lo políticamente correcto y la autocensura, aunque se pretenda vestir con otros ropajes, se ha adueñado de la esfera pública. La última en anunciar que retira en Estados Unidos un clásico como Lo que el viento se llevó, siquiera temporalmente y bajo la "promesa" de reponerla sin cortes pero con una advertencia histórica previa, ha sido la plataforma HBO tras un artículo del Los Angeles Times que acusaba a la película de glorificar la esclavitud y perpetuar estereotipos sobre las personas de color.
La BBC tampoco puede presumir de haber resistido los embates de la corrección política. Hace años le tocó al humor de Benny Hill, programa que canceló y cuyos contenidos retiró, y hoy le ha tocado a la ácida, satírica y mordaz Little Britain. Tampoco se escapan series como Friends, acusadas ahora de falta de diversidad racial, circunstancia "reconocida y lamentada" por su creadora, que entona ahora un mea culpa al que sólo le falta la autoflagelación para hacerlo más dramático.
Lo que estos casos tienen en común es una continua revisión de contenidos antiguos y condenarlos a algo tan viejo como la damnatio memoriae romana, borrando todo rastro de su existencia si es posible. Se juzga severamente y desde torres de marfil (o más bien desde el salón de casa), colocándose en una posición de (auto)superioridad moral, sobre obras que muchas veces no se han leido o visto directamente, arrogándose el derecho a decidir que otros no puedan acceder a ellas.
Me disculparán si me pongo algo pesimista, pero es un terrible error. De este punto a la quema de libros y arte degenerado en las plazas públicas media sólo un paso.
*Abogado y politólogo.