La conjura de los generales
Finalizada la II Guerra Mundial, militares de alto rango diseñaron un plan para derrocar a Franco. Era una misión arriesgada y con extraños compañeros de viaje que finalmente no arrancó
A finales de 1946, y con el empuje y apoyo de la embajada británica en Madrid, se celebraron distintas reuniones entre varios generales y partidos políticos y sindicatos en la clandestinidad para trazar una hoja de ruta que obligara a Franco a dimitir y entregar el poder.
Los militares implicados en esta conspiración eran, sin duda, el grupo sobre el que recaía la mayor parte de los preparativos y la responsabilidad de iniciar el plan. El general Varela, en aquel momento “desterrado” fuera de la península en su cargo de “Alto Comisionado de España en Marruecos”, era uno de los principales instigadores y, aun estando alejado de los principales centros de poder, seguía siendo un referente en el ejército de la época. Sus dos cruces laureadas de San Fernando pesaban mucho en su uniforme y en el imaginario colectivo.
En la conjura también participaba activamente el general del ejército del aire Kindelan. Los desencuentros de éste con Franco no eran un secreto en la época. A pesar de ser el militar de mayor rango entre los aviadores, Franco lo humillaba nombrando a otros generales de tierra como Ministros del Aire.
El general Muñoz Grandes, que había mandado la División Azul, también estaba en aquella conspiración. Mandaba la I Región Militar por aquellos días y había prometido tomar Madrid, El Pardo incluido, en caso de que fuese necesario usar la fuerza.
También Juan Vigón, del Arma de Ingenieros y Ministro del Aire, veía con buenos ojos aquella acción. Su relación con Franco no era mala, incluso llegó a ser su persona de confianza para llevarle a Hitler misivas personales. En este caso, lo que inclinó a Vigón a unirse a la conspiración era su carácter monárquico: años atrás había sido ayudante del rey Alfonso XIII.
Camilo Alonso Vega, director de la Guardia Civil, tenía dudas pero al final dio el sí. Era otro de los que su amistad profunda con Franco le provocaba reticencias, pero también se unió a la conspiración.
Y bueno, los informes enumeran varios generales más: Antonio Aranda que había sido capitán general de Valencia, el general Cabanillas, que había sido ministro del Ejército, y Queipo de Llano, ya en la reserva.
Liderando este grupo de militares iba a estar el militar “más antiguo”, el teniente general de más edad que no era otro que Alberto Castro Girona. El general Castro ya estuvo en una asonada contra Primo de Rivera y su falta de empuje provocó el fracaso de aquel golpe en 1929.
Los agentes estadounidenses lo espiaban en calidad de jefe del golpe, pero –como años atrás- al final no quiso seguir adelante y tomó su relevo el más ambicioso del resto de generales, el general Varela.
Los documentos desclasificados y la trama civil.
Los servicios de inteligencia norteamericano monitorizaron día a día estos preparativos. Desde el 13 de diciembre de 1946 hasta el 12 de agosto de 1947 fueron cinco los informes secretos que se enviaron a Washington.
No sólo los EEUU; también Reino Unido estaba al tanto de la operación y la financiaba con la ayuda del empresario Juan March.
Pero volvamos a los documentos de EEUU, porque hay un dato muy importante y que para mí es lo más novedoso de este plan. No se trataba sólo de una camarilla de militares aislados en sus cuarteles, sino que este grupo estableció un enlace permanente con partidos políticos y sindicatos clandestinos en la época.
El contacto entre los militares y los políticos era el general Beigbeder, que había sido nombrado Ministro de Asuntos Exteriores por Franco en 1939, y que debido a líos de faldas fue destituido y enviado lejos de España como agregado militar.
En 1946 Beigbeder ya estaba de vuelta a casa, pero sin destino, así que tenía todo el tiempo del mundo para conspirar. Ansiaba volver a ser Ministro de Asuntos Exteriores, pero por si acaso era descubierto, ya tenía un plan para exiliarse a los EEUU, previa huida por Tánger.
Los informes relatan sus reuniones con el partido “Izquierda Republicana”. Su contacto era Manuel Jiménez Fernández, ex Ministro de Agricultura de la República, que había obtenido permiso para vivir en Sevilla.
Otros partidos que exploraban la posibilidad de unirse eran el “Bloque Republicano” y la “Alianza Nacional de Fuerzas Democráticas”. En cuanto a sindicatos, destaca el papel sorprendente de la CNT, que según estos informes mantenía “encuentros diarios” con Beigbeder. Los líderes “cenetistas” involucrados eran Luque y Santa María.
Además, Beigbeder hizo esfuerzos para contactar con el Gobierno Vasco en el exilio y tuvo entrevistas con militares retirados que lucharon en la guerra con el bando republicano, como los “ayudantes de campo” del general Gamir o del coronel Casado.
Otras personalidades de la época que apoyaban aquella acción fueron Antonio Goicoechea (gobernador del Banco de España) o el duque de Alba.
El Plan: los documentos desclasificados de la CIA.
De los cinco informes desclasificados, el de fecha de 27 de diciembre de 1946 es, sin duda, el que mejor detalla la hoja de ruta para tomar el poder.
El plan era establecer un Directorio Militar “preferiblemente” forzando una dimisión “voluntaria” de Franco. En caso contrario, el alzamiento en las principales Regiones Militares le obligaría a apartarse del poder.
Se instauraría, en un primer momento, la Constitución de 1876 y todos los militares de carrera que perdieron la guerra –y lo solicitaran- serían readmitidos en la estructura del ejército.
A continuación, la prioridad absoluta del directorio sería formar un gobierno de coalición -que incluyera también políticos de izquierdas- y que asegurara el orden en el país.
Más tarde habría elecciones, sí, pero antes se organizaría un referéndum para estudiar la restauración o no de la monarquía.
Los promotores del golpe estaban seguros de su victoria tras comprobar que el 80% de los generales veía con agrado alguna solución de este tipo. No hay que olvidar que el Eje acababa de perder la II Guerra Mundial.
Había sin embargo un dato curioso que preocupaba a los instigadores: la lealtad de los cargos más bajos a Franco. Sus estudios afirmaban que “de comandante para abajo, no tenemos apoyos para derribarle”.
Finalmente el plan no triunfó, o ni siquiera arrancó. Repasando la biografía de los generales que se conjuraron contra Franco, ninguno tuvo problema en aquel régimen y casi todos siguieron ascendiendo en el escalafón, ostentando importantes responsabilidades e incluso recibiendo títulos nobiliarios.
Kindelán fue nombrado marqués en 1961, Muñoz Grandes llegó a Vicepresidente en 1962, Juan Vigón fue nombrado Presidente de la Junta Nuclear de España y también recibió el título de Marqués, Camilo Alonso Vega fue ministro de la Gobernación durante 12 años y Castro Girona fue recompensado con una misión diplomática en Japón y Filipinas.
Como suele decirse, y yo lo creo, “el hombre propone, y Dios dispone”. Todos los planes militares, los enlaces con políticos, los contactos en las embajadas, los cheques británicos y las leyes ya redactadas se quedaron en un cajón.
Eso sí, que nadie diga que los generales se aburrían.
*Experto en Seguridad y Geoestrategia.