El 5G
No es un fake: ya están aquí los intensos zumbidos electromagnéticos con los que nos achicharrarán el cerebro, nos radiografiarán la existencia y nos darán la mazamorra por turnos.
Con el 5G vendrá el escándalo, y no con ella, porque lo de hoy es más explícito, más grosero, más procaz, y no se comprende ya la coquetería. La pobre Norma Jean, en esta contemporaneidad gomorrizante y sodomitísima de ahora, sería una pacata pudibunda y ñoña que pasaría desapercibida o que, a lo sumo, recibiría la mofa y la befa de algún hatajo de mastuerzos.
El escándalo gordo —y es a lo que íbamos, porque la señora Mortensen se ha colado aquí por la gatera de la digresión—, la polémica, el enardecimiento de los ánimos, la sensación de vulnerabilidad e incluso de peligro inminente, las discusiones vecinales y los enfrentamientos callejeros, la conciencia de haberse quedado el personal en la puritita corambre llegará con la generalización de la red 5G, la conexión integral, el internet de las cosas o el gran hermano, como quiera llamarse.
Cuando nos arrolle la ola gigante del 5G habrá cientos, miles, millones de covachuelas ultrafuturistas y megatecnológicas en que se sabrá, con exactitud japonesa, cuándo abrimos la nevera y con qué la llenamos, cuándo cogemos el coche y para qué, cómo conducimos y de qué hablamos, qué vocabulario utilizamos, qué ropa nos ponemos, con quién estamos, con qué frecuencia nos duchamos —con alguno irán de cabeza—, dónde vamos y cuándo volvemos, cuántos pasos damos, a qué hora nos dormimos y a quién le pagamos la reforma en efectivo exento, libre o de color.
Con el advenimiento de la tecnología 5G culminará la segunda y penúltima fase de la temible milnovecientosochentaycuatrización colectiva, que comenzó con el escudriñamiento y el registro, a través de las redes cotilleriles, de nuestras diversiones, opiniones políticas, preferencias gastronómicas y turísticas, aficiones y compras.
Luego, con un futuro y más que previsible 6G, accederán a nuestra mente y sabrán qué pensamos, con lo que perderemos la última brizna de dignidad y vendremos a ser ilotas integrales, parias consumados y machacas a tiempo completo.
Pero de momento no han obtenido ese chilindrón esclavizatorio, así que centrémonos, que no es poco, en la inminencia del 5G. Viene la conexión de todo a la nube, al voyeurismo del poder, al big data y a las enormes computadoras omnividentes; ya están aquí los intensos zumbidos electromagnéticos con los que nos achicharrarán el cerebro, nos radiografiarán la existencia y nos darán la mazamorra por turnos.
No es un bulo; no es un fake: los que atornillan las antenas del 5G a las azoteas de los ignorantes visten unos trajes que les protegen de la radiación, los neutrones, los protones o como se llame la gorrinada invisible que rezuma el armatoste. Van con las máximas precauciones y después lo dejan ahí, a pleno rendimiento, y ponen pies en polvorosa. Te pagan los gastos de la escalera y te dejan encima el muerto, como dejaban los conquistadores el abalorio y rapiñaban el oro. Es el mismo cambalache, la misma gatada, sólo que aquí el oro afanado es la privacidad y la salud popular.
Mientras el gregarismo y la corrección política nos hacen arrancar estatuas, corregir la historia y saquear las tiendas, mientras nadamos entre memes y boutades, mientras nos indignamos con el circo político, nos escondemos del virus, nos emborrachamos de tele, desalojamos a los okupas y aprovechamos el encierro para modelar en secreto un cuerpazo que asombre al mundo, la red 5G va tomando su forma definitiva de soga, de cadena, de pretina, de camisa de fuerza, de argolla para fijarnos el garganchón al poste mientras nos dejan seco el encéfalo.
El 5G será una llamarada, un vendaval ustorio que nos arrancará la piel a tiras, que nos chamuscará el pensamiento y nos abrasará la personalidad. Nos cocerá por dentro y por fuera, nos dejará fritos, doraditos y crujientes como torreznos. Nos anulará como no nos anuló nadie, nos exprimirá como nunca y nos dejará, en cuanto soltemos la última sustancia, en el montón seco del cagafierro.
El 5G será el escándalo del control inaudito, de la manipulación descarada y de la invasión de la intimidad. Pero correremos a ello como almas que lleva el diablo —no yerra el arzobispo de Valencia cuando nos recuerda la realidad y el zascandileo de Satanás— porque ha finalizado con éxito el proceso de atontamiento que nos han endiñado.
Nos arrojaremos con gusto, a lomos de la inmadurez colectiva, el pizpiretismo y el enseñaculismo, en las zahúrdas de Plutón. De nada nos ha servido el arresto domiciliario. Nada hemos aprendido, y salimos tan superficiales, tan rijosos y tan equivocados o más que antes. No ha sido para nosotros un aviso de lo verdaderamente prioritario, sino una represión y un dique seco.
Y el 5G nos espera, nos vigila, nos acecha la salida, que adivina ciega de imprudencia y exhibicionismo, para ofrecernos mil y una oportunidades de achabacanamiento, anonadamiento y aherrojamiento.
Nosotros mismos pondremos el gaznate bajo la cuchilla cibernética; embestiremos, heridos por la divisa, contra todos los capotes, muletas y picadores digitales que nos echen; correremos desalados hacia la trampa de la rapidez, la inmediatez y la locura del 5G. Nos dejarán hechos papilla corporal, fosfatina espiritual y ceniza estupefacta si no reaccionamos.
*Escritor. Puedes contactar con Juan Vicente Yago escribiendo a la dirección juviyama@hotmail.com