Otro ladrillo en el muro
La más patética de todas, de ese placebo inútil que ha hecho del aplauso un anestesiante genérico de sencilla y gratuita distribución tuvo lugar en la Moncloa a mayor gloria de un dirigente
Me dispongo a empezar unas inciertas vacaciones familiares. “Con quién y dónde es cuestión de vida o muerte …” dice ahora la OMS, o uno de sus portavoces, o cualquiera en su nombre. O así dicen que lo dice los locutores de radio, los presentadores de televisión, los plumillas de los periódicos … Y así me dicen que lo dicen mis vecinos, mis colegas … y ese señor tan locuaz que está delante de mi en la cola de la frutería pakistaní mientras vigila la correcta utilización de mascarillas por “todas y todos”.
Miedo, mascarillas y colas son algunos de los ingredientes de ese engrudo indigesto y dañino apodado -cada día con menor entusiasmo por el aparato gubernamental- como nueva normalidad y servido, como racionada dieta estatal, para una ciudadanía en proceso de sometimiento.
Las colas -la línea, la formación caprichosa- son el resultado formal de un programa disciplinado y autoimpuesto que evidencia la pérdida de la libertad y el abandono de la responsabilidad individual.
El miedo es el mejor caldo de cultivo de los peores sentimientos que la naturaleza humana alberga en sus rincones más oscuros. Egotismo, aislamiento, envidia, insolidaridad y crueldad suelen cursar como acompañamiento o como consecuencia. La máscara es el complemento perfecto para ocultar ese miedo y esos bajos sentimientos que acechan a la condición humana en los momentos más críticos y ausentes de grandeza. Igualando a la población en una suerte de anonimato cobarde que, tapando la sonrisa, prioriza lo material sobre lo espiritual y las vísceras sobre la inteligencia. Las colas -la línea, la formación caprichosa- son el resultado formal de un programa disciplinado y autoimpuesto que evidencia la pérdida de la libertad y el abandono de la responsabilidad individual.
Elijo familia, amigos y cultura a los sones del Muro (The Wall) de Pink Floyd (1979) y las imágenes de la película del mismo título dirigida por Alan Parker un par de años más tarde (“al fin y al cabo es sólo otro ladrillo en el muro”). Y elijo Andalucía, entre el espeto playero y la gachamiga ciruqueña, para encontrarme con mi hija y con mis nietos, con la gran escultora española Elena Laverón, y para llevar a la escuela de arquitectura de Málaga al maestro venezolano de arquitectos Oscar Tenreiro. Si nos dejan.
La última muestra, la más patética de todas, de ese placebo inútil que ha hecho del aplauso un anestesiante genérico de sencilla y gratuita distribución tuvo lugar en la Moncloa a mayor gloria de un dirigente sonado expulsado del ring europeo por ko técnico y, sin embargo, decidido a exhibir su derrota como victoria pírrica y a vender la piel del oso antes de iniciar la cacería ni asegurar la munición para ello. Dios nos coja confesados. Al fin y al cabo es sólo otro ladrillo en el muro.
“No necesitamos (ninguna) educación … ningún oscuro sarcasmo en el aula … no necesitamos control mental … (sic)” desgrana en la crudeza del inglés original, y a ritmo de machacona repetición, la letra que -en el despertar de la transición española- acompañó el entusiasmo de una generación que hoy estamos cansados y viejos. Pero no tanto. Ni tontos.
La pandemia está derivando -suele ocurrir- en una crisis de valores que la envuelve y nos confunde con una metodología perversa de cifras y datos carentes de credibilidad y confianza, que se manipulan al servicio de intereses inconfesables por ajenos al bien común.
Esta crisis de sanidad pública, como con la precisión y rigor acostumbrado la califica la ex ministra Ana Pastor, está derivando -suele ocurrir- en una crisis de valores que la envuelve y nos confunde con una metodología perversa de cifras y datos carentes de credibilidad y confianza, que se manipulan al servicio de intereses inconfesables por ajenos al bien común. Este fallo garrafal del sistema epidemiológico hasta terminar en colapso porque, indiscutiblemente, se llegó tarde y mal, amenaza con convertir el país en un enloquecido -sevillano y cervantino- patio de Monipodio. Si es que no se ha conseguido ya. (“¿es vuesa merced, por ventura, ladrón”?)
En general, Pedro Sánchez, es sólo otro ladrillo en un muro que, los españoles de bien, de inciertas y arriesgadas vacaciones, en nombre de la libertad derribaremos definitivamente a la vuelta.