Los detalles no contados de cómo rodó Berlanga Todos a la Cárcel
El primer director de la cárcel de Picassent rinde homenaje a García Berlanga y saca a la luz varios de los pormenores de la grabación de "Todos a la cárcel".
Hoy no voy a escribir del puñetero virus que nos tiene sumidos en la ruina y el acojono. Tampoco de los abuelitos idealistas que se creen que los políticos hacen caso de unos cuantos jubilados que se manifiestan con pancartas y silbatos. Pero no se preocupen que la semana que viene vuelvo a la carga sobe el mismo asunto.
He leído en dos o tres lugares distintos y hablado con mi amigo Rafael Maluenda de un evento, un aniversario que no puede pasar inadvertido para cualquiera que amemínimamente la cultura. En junio de 2021 se cumple el centenario del nacimiento de Luis García Berlanga. Andaban las harcas morunas de Abdelkrim preparándose para infligir al incompetente y corrupto ejército español en el norte de África – encabezado por un rey vago, pornógrafo y también incompetente, de nombre Alfonso- una derrota sonadísima que conocemos como “El desastre de Annual”.
Los generales Berenguer y Silvestre - ¡ole tus cojones!- le mandaba telegramas al monarca mientras se refocilaba por aquí y por allá con Carmen Ruiz Moragas. Los dos generales, digo, que no supieron valorar la situación conforme se le puede y debe exigir a un alto mando, comandaron una desbandada calamitosa que costó la vida a diez mil españolitos a los que intentaban convencer de que luchaban por la patria en el Rif marroquí.
España estaba empezando un siglo convulso y en Valencia iniciaba su vida, posiblemente y para mi gusto, el mayor genio del cine que ha dado nuestro país. Solo hay que echar un vistazo a su filmografía: Bienvenido míster Marshal, Plácido, El Verdugo, La escopeta nacional, La vaquilla, Todos a la cárcel…Una obra de arte detrás de otra, nada de una genialidad ocasional. Unos hacen del delito continuado su modo de vida y mi buen amigo Luis hizo de la genialidad recalcitrante su modo diario de actuar.
En la primavera de 1993 tomé posesión – forzosa por la amenaza de un atentado etarra descubierto y unas conversaciones en Alcalá Meco entre Iñaqui de Juana Chaos, Esteban Nieto, Artola Ibarretxe y los abogados Arantxa Zulueta y Txemi Gorostiza - de la Dirección de la prisión de Picassent, que inauguré en junio de ese mismo año, presidido el acto por un extraordinario ministro y excelente persona: Tomás de la Cuadra Salcedo. Alguna escena digna de Berlanga tuvo lugar en aquella inauguración protagonizada por una abuelita recauchutada, rubia de bote, ansiosa de baños de multitudes, de chupar cámara y de abrazos eléctricos y publicitarios.
Inaugurada Picassent, seguía funcionando, como Sección Abierta, una pequeña parte de la vieja cárcel de Mislata. Una mañana, la secretaria de dirección entra en mi despacho con la cara iluminada por la sonrisa: “Está aquí don Luis García Berlanga y pide hablar con usted” -dijo emocionada.
Don Luis, sonriente y humilde como todos los genios, porque la soberbia y la estupidez es mucho más común en los tuercebotas, me cuenta sin ninguna ceremonia:
-Quiero rodar una película que se desarrolla en el interior de una cárcel. Hemos pensado – lo acompañaba Pepe Ferrándiz, uno de los productores- que si usted nos dejara una galería de la cárcel vieja, que está vacía, nos ahorraríamos cien millones de pesetas en decorados porque, usando la cárcel, no tendríamos que crear esa galería de cartón piedra desde cero y ya sabe los mal que andamos de dinero los titiriteros.
-Don Luis – le dije inmediatamente-, tiene usted la autorización con tres condiciones: El teléfono que hay en aquella vieja cárcel lo pagarán ustedes, que ya saben como son los titiriteros y no quiero infartos por conferencias con Nueva Zelanda ni con novias en Nueva York. Si hacen falta extras los cogerán de los presos que hay en aquella sección abierta, y el estreno mundial de la película será en esta cárcel de Picassent en la que estamos.
Me ofreció hacer un cameo en la película. Todavía me estoy arrepintiendo de haber sido un imbécil imperdonable y haberle dicho que no
Luis García Berlanga aceptó y cumplió punto por punto. Hay un motín en la película y tanto los amotinados como los guardias civiles que reparten leña para sofocar el alboroto, son penados reales y verdaderos de aquella cárcel a punto de completar su cierre. Incluso a mí me ofreció hacer un cameo en la película y yo, con la gilipollez de la juventud, le contesté: “Don Luis, ¿cómo voy a salir en una película en la que el director de la cárcel – Agustín González, todo un señor- es un golfo redomado y se acaba fugando con un travestí? ¿Yo, que soy el director de la cárcel de verdad?”. Todavía me estoy arrepintiendo de haber sido un imbécil imperdonable diciéndole que no.
Fui varias veces a ver cómo era un rodaje – no había visto nunca uno- y vi repetir cien veces dos escenas hilarantes: sacaban de una celda al “asesino de Burjasot” que había matado a alguien con un hacha y contestaba algunas preguntas sobre su crimen. Berlanga tenía el suelo lleno de señales con esparadrapos y hacía movimientos de cámara milimétricos para captar la imagen que deseaba. La otra escena la protagonizaba Mónica Randall que salía, subiéndose la cremallera de la falda, de un desvencijado cuarto lleno de colchones viejos, como si saliese de una visita íntima. Juan Luis Galiardo le preguntaba: “Pero… ¿tu marido no está de viaje en Canadá?” Ella, sorprendida in fraganti, contestaba: “Espero que sea usted discreto”.
Comían durante el rodaje, servidos por un catering, en el patio del edificio de oficinas de aquella cárcel - algún día escribiré algo sobre ese edificio que deja en ridículo a políticos famosos, padres de la patria valenciana-. En mi primera visita con Berlanga comían allí López Vázquez, Saza, Galiardo, Chus Lampreave – la mujer del director en la ficción- Marta Fernández Muro, José Sacristán y Agustín González, entre otros.
Me presentó don Luis, a la vez que me invitaba a comer con ellos, diciendo: “¡Este es el director de la cárcel de verdad!” Y Chus Lampreave contestó mirándome con sus gafas de culo de vaso: “¡Anda, pégate una vuelta!”. Ella creía que para ser director de una cárcel había que ser mayor, calvo, barrigón, con bigotillo fascista y cara de mala leche.
José Sacristán, con la clase y el señorío que le caracterizan, dijo: “Cuando un tipo de sesenta y tantos persigue a una chiquilla de veinte y pocos es una señal inequívoca de decrepitud”.
En esa misma visita – fui acompañado de tres subdirectoras porque aprovechamos para celebrar una junta de tratamiento en la sección abierta, ya saben los permisos, las libertades condicionales, etc…- Galiardo se lanzó en plancha, nada más entrar, intentando que una de la subdirectoras, una preciosidad de mujer, jurista, buena persona, inteligente… “le enseñara Valencia la nuit”. Ella solo acertaba a balbucear: “Es que me voy mañana de viaje con mi marido”. A lo que Galiardo, buitre profesional y experto asaltante, respondía de inmediato: “Yo no he dicho mañana, he dicho esta noche”. José Sacristán, con la clase y el señorío que le caracterizan, dijo: “Cuando un tipo de sesenta y tantos persigue a una chiquilla de veinte y pocos es una señal inequívoca de decrepitud”.
Finalizó el rodaje y Berlanga, en el mismo patio en el que comían, organizó una fiesta de despedida con la típica orquestilla de pueblo que tanto le gustaba. Era entonces mi novia una letrada, culta, guapísima… De pronto me di cuenta de que le había perdido de vista. La vi en un rincón de aquel patio literalmente acorralada por un actor bajito y dirigiéndome hacia él le dije: enano, aunque seas un artista famoso… ¿no pretenderás ponerle los cuernos al director del trullo en sus propios dominios? No llegó la sangre al río y aquella mujer de bandera pudo salir de su encierro en el rincón. Berlanga lo excuso diciendo: ya sabes cómo son y te lo han demostrado dos veces en pocos días.
Y Berlanga dijo: “Ahora tendría que salir un preso mal encarado y secuestrarnos poniéndonos un cuchillo en el cuello. Esa sería la mejor publicidad”.
Se estrenó la película en la cárcel de Picassent y Berlanga, con su genio y su humor característico, me dijo cuando entrábamos al salón de actos: “Ahora tendría que salir un preso mal encarado y secuestrarnos poniéndonos un cuchillo en el cuello. Esa sería la mejor publicidad”.
El mejor director español, en mi opinión, con diferencia. Retrató una sociedad que se repite: Todo es teatro, todo es postureo, todo es falsedad. Todos buscan enriquecerse y pillar lo que pueden. Unos días memorables. López Vázquez, Rafael Alonso, Agustín González, Aleixandre, Sacristán, Berlanga... unas personas entrañables. Cuanto mejor director y mejor actor, más normal, más sencillo.
*Director de la cárcel de Picassent cuando se rodó la película