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Demoliendo una democracia

Las elecciones norteamericanas de este 2020 avanzan lentamente hacia su desenlace final, que es una previsible, aunque cualquier cosa menos pacífica, victoria del Demócrata Joe Biden

Las acusaciones de Trump erosionan el propio sistema norteamericano

Publicado por
José Luis López Valenciano *

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Las encuestas volvieron a equivocarse al atribuir una mayor ventaja a los demócratas que les permitiera pronunciarse como ganadores con holgura y de modo indiscutible la primera noche electoral. Los votantes de Trump han demostrado su fidelidad yendo a votar en bloque el día de las elecciones, dejando de lado la opción del voto por correo, que el presidente norteamericano se ha encargado de desacreditar en cada ocasión que ha tenido, sembrando sospechas de fraude.

Quizá en Europa, y particularmente en España, cuesta hacerse a la idea de la complejidad del sistema de votación estadounidense, pero en cualquier caso coinciden los controles por parte de administraciones independientes que se encargan de vigilar la limpieza del proceso electoral.

La posibilidad de un fraude masivo, que explique por qué comenzó ganando por lo que considera "voto legal" (en las urnas), y haya ido perdiendo fuelle progresivamente, mientras quienes recuperan terreno son los demócratas, es un verdadero absurdo.

No se trata de magia, ni de una conspiración, y muchos menos de que se haya hecho trampa. Es un fenómeno conocido que el voto por correo, particularmente entre los demócratas, es más utilizado. Dado que los primeros votos en contabilizarse son los emitidos a pie de urna, es lógico que, siendo los votantes republicanos los más movilizados sobre el terreno, al principio lleven ventaja. Este fue precisamente el momento en que Trump se dio como ganador de las elecciones.

Con el paso de las horas, al comenzar la contabilización del voto por correo, que es en una mayor proporción demócrata, Trump comenzó con el discurso militante y victimista de "nos están robando las elecciones" y solicitó que se parase el recuento de los votos restantes, cosa que afortunadamente queda muy lejos de su poder efectivo.

Sus seguidores, para muchos de los cuales sus afirmaciones son verdadera palabra de Dios, sienten honestamente que les han robado las elecciones porque Trump ha cometido dos verdaderos pecados cuyo impacto será duradero: poner en duda los fundamentos de la propia democracia estadounidense y romper todo puente de entendimiento con los votantes demócratas.

A Joe Biden le espera una tarea titánica de reconciliación nacional más propia del fin de una guerra civil que de las elecciones de la mayor democracia del mundo. El particular estilo de gobierno de Trump, que dejaba poco espacio para la reflexión, la serenidad y, admitámoslo, el sentido común, ha producido sus frutos. Una mitad del país casi no puede ver a la otra, y, además, la mitad del país republicana se encuentra muy mal dispuesta a aceptar cualquier resultado que no sea la victoria de su mesías.

Con excepción del populista presidente esloveno, Janez Jansa, quien ha respaldado públicamente la descabellada idea de fraude, el resto de gobiernos europeos esperan cautamente para felicitar a un vencedor que lo sea de modo inatacable, aunque cruzando los dedos la mayoría para que éste sea el encabezado por Biden.

Trump ha comenzado la ofensiva judicial para impugnar el conteo de votos, si bien con pobres resultados de momento. Lo más que puede conseguir es crear una situación vergonzosa que disguste a parte de su propio partido, dentro del cual hay ya voces que se han levantado en contra de la idea de fraude electoral. Algo positivo y que demuestra una de las grandezas del sistema estadounidense, que puede contener tanto el problema como la solución al mismo al mismo tiempo.

*Abogado y politólogo.

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