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El miedo, enemigo de la formación integral

No habléis con vuestros alumnos de nada fuera de lo académico. Pensad sólo en proporcionarles un excelente «nivel» —vuestro cometido secundario—. No salgáis de vuestro espacio de confort.

El miedo, enemigo de la formación integral

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Temed. No cejéis en el empeño. Temed con soltura y énfasis. Temed con esmero y perseverancia. Temed con toda la obstinación de que seáis capaces. Temed como habéis venido haciéndolo durante los últimos años. Temed bien y a destajo. Temer es fácil y minimiza las complicaciones. Temer evita pensar y decidir, porque temer es contemporizar y transigir.

El que teme no discute ni se arriesga, de modo que su vida resulta sencilla y llevadera. Cuando se ingresa en la cofradía timorata ya no apetece salir. Tampoco se cavila mucho sobre otras cosas. El temor, si bien se mira, tiene su punto de liberación. Y el temor, además, ha sido, en vuestro caso particular, la manera de hacer frente a los nuevos tiempos. Una manera limitada, triste, ridícula —todo hay que decirlo—; una manera con la que muy posiblemente perdáis alumnos en vez de conservarlos, y con la que seguramente no ganaréis ninguno, pero que os ahorrará preocupaciones.

Todo indica, pues, que la mejor opción es el miedo; que la elección más asequible para vuestra capacidad intelectual, vuestra iniciativa y vuestras aspiraciones no puede ser otra que temer y temer. Temiendo conservaréis la inercia. Temiendo iréis tirando. Temiendo saldréis humillados pero airosos de los conflictos con los padres. Temiendo alargaréis el declive, conseguiréis dos o tres cursos antes de fenecer, y con ello haréis tiempo hasta la jubilación de algún compañero más —lo cual no es poca cosa, visto desde la mezquindad en que os habéis instalado—.

Sí: temer es ganar; temer es vivir; temer es encontrarse con la marginalidad y no rescatarla; es ver postrados a los jóvenes y no decírselo a sus padres por si se irritan; es cerrar los ojos para ver si calla la conciencia. Temer es no moverse, pasar desapercibido, no hacer nada y rezar para que la cosa no empeore. Temer es vuestro modus vivendi. Temiendo anteponéis vuestro sosiego a la edificación del alumno.

Temiendo preferís no arriesgar un palmo en la buena dirección a ser justos con el compañero «díscolo». Temiendo sostenéis y no enmendáis. Temiendo formáis rebaño, hacéis piña, os igualáis en la mediocridad. Temiendo encontráis justificación para fingir innovaciones mientras efectuáis torpezas.

Maestros apocados, profesores medrosos, directores despavoridos, que no decaiga el canguelo; porque si decae os veréis en el brete de afrontar dificultades y administrar correctivos.

Hay un «teme y haz lo que quieras» en el frontispicio de vuestra realidad. Y teméis por encima de todo al que no teme, porque os deja en evidencia. No permitís la valentía entre vosotros; no consentís la probidad; pero la doblez que tanto escondéis, esa enorme doblez que os ocultáis incluso a vosotros mismos brilla con toda la fosforescencia de vuestra cobardía. Son los gajes del temer, las propinas de la vida que habéis elegido. No se os puede ayudar porque teméis; ni se os puede advertir, ni contradecir, ni poner un tímido pero porque os enfadáis. Incluso que os den ejemplo es para vosotros un motivo de temor. Así que temedlo todo, ya que os habéis puesto a temer.

Temed indiscriminadamente y sin tasa. Temed a diestro y siniestro. Temed arriba y abajo. Temed a los hijos; temed a los padres; temed al espejo. Puede que, si llegáis a temer lo suficiente, consigáis horrorizaros de vuestra propia desnaturalización.

No habléis con vuestros alumnos de nada fuera de lo académico, porque si lo hacéis puede que surja la ocasión de orientarlos. Pensad sólo en proporcionarles un excelente «nivel» —vuestro cometido secundario—, y así no tendréis que afrontar los peligros de hacerlos crecer espiritualmente. No salgáis de vuestro espacio de confort —esas cuatro reglas que lleváis impartiendo, sin actualizar el método, tres o cuatro décadas—.

Maestros apocados, profesores medrosos, directores despavoridos, que no decaiga el canguelo; porque si decae os veréis en el brete de afrontar dificultades y administrar correctivos. No habléis con vuestros alumnos de nada fuera de lo académico, porque si lo hacéis puede que surja la ocasión de orientarlos.

Pensad sólo en proporcionarles un excelente «nivel» —vuestro cometido secundario—, y así no tendréis que afrontar los peligros de hacerlos crecer espiritualmente. No salgáis de vuestro espacio de confort —esas cuatro reglas que lleváis impartiendo, sin actualizar el método, tres o cuatro décadas—. Olvidad la misión, o minimizadla. Porque temiendo suprimiréis los quebraderos de cabeza y aligeraréis vuestra responsabilidad; tendréis menos trabajo y contaréis con el respeto de los alumnos cuando estén de buen humor; no supondréis un problema. Pasaréis de calificadores a calificados.

No recibiréis ni un reproche: sólo alabanzas y parabienes, como corresponde a los fámulos complacientes. Notaréis, acaso, cierta condescendencia por parte de los padres, cierta lastimilla con postizos de normalidad. Haced la vista gorda; no le deis vueltas, porque acabaréis atisbando lo que no queréis atisbar, que vale tanto como reconociendo vuestro verdadero aspecto. Ya son muchos años y demasiadas capas de afeite como para ponerse a buscar autenticidad. Consideradla perdida. Vosotros limitaos a temer y seréis felices. Temed, y no rasquéis. Temed, y no escarbéis. En esto, como en otras cosas, mejor es no meneallo.

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