Pitaña, o la pobreza que viene
Ahora será la llantina y el rechinar de dientes. Y la pobreza, la miseria, el esconderse de los conocidos para no sufrir que pregunten cómo va sin la menor intención de ayudar.
Aquél país —Legaña o Pitaña se llama, no lo recuerdo bien— se abisma en las honduras de la pobreza. Un demonio corcovado, tiñoso y patojo, condotiero del averno y corchete de la zahúrda indepe-anarco-bolchevique —una de tantas como tiene Patillas en el mundo— lo arrastra desempleo abajo, dando furiosísimos tirones a la cadena de ignorancia, manipulación y miedo que la ciudadanía lleva en el cuello. Los legañoles —o pitañoles; que, ya digo, no acaba de venirme con claridad el nombre— han conocido etapas de mucha pobreza durante su historia, pero ninguna tan aguda y generalizada como la que ahora, en pago de sus vicios, ignorancias, disipaciones e inconsciencias, van a experimentar.
Dejaron atrás la saludable moderación y apelaron a su libertad para buscar libertinaje, para votar libertinaje, para tener libertinaje. Lo alcanzaron al fin, y se consumieron en él; y ahora, precitos, réprobos, carne de caldera, quisieran volver atrás y enmendarse.
No es posible. Seducidos por los halagos del instinto, por una perspectiva falsa y un argumentario falaz y salaz, han subido por su propio pie a la barca de Aqueronte. Ahora será la llantina y el rechinar de dientes.
Y la pobreza; la miseria; el esconderse de los conocidos para no sufrir que pregunten cómo va sin la menor intención de ayudar; el descubrir espaldas enormes y soportar conmiseraciones fingidas; el acongojarse por no tener un sitio, por no ser necesario; el pasar el día con la rapidez de los buenos momentos, a pesar de ser malos, porque la holganza con salud es fuente de júbilo aunque sea forzosa; el sentirse mal por sentirse bien; el angustiarse por los gastos, que los hay con ingresos o sin ellos; el navegar incertidumbres y tejer cavilaciones. el reconcomio de haber puesto en el mismo brete a quienes no eligieron este gobierno de concentración vulgar, esta rebelión de las masas hecha ejecutivo, esta sinecura institucionalizada y este inmenso exprimidor comunista que lo envuelve todo en humo de azufre y cochambre de sofisma.
Pitaña y sus habitantes ya no pisan el mundo de los vivos. Transitan, devorados por la carpanta, la tenebrosa ribera estigia, el hollín pegajoso de las antesalas infernales.
Pitaña y sus habitantes ya no pisan el mundo de los vivos. Transitan, devorados por la carpanta, la tenebrosa ribera estigia, el hollín pegajoso de las antesalas infernales. Gozan las bondades del racionamiento que la patria concede al sufragio certificado por los argos de Satania, los ministriles de Plutón, los esbirros del régimen y la boliva.
Sus inferneces jacobinas no aprueban así como así la paguita de subsistencia; no conceden de buenas a primeras la cartulina con casillas para el timbre del soviet: es imprescindible mostrar primero adhesión inquebrantable a la republicona y a sus forjadores, rubricar un compromiso y dejarse fiscalizar, inspeccionar y milnovecientosochentaycuatrizar sin reservas.
Los alguaciles de la tributaria patean la puerta y levantan las baldosas en busca de dinero negro, de dinero ahorrado, de dinero escatimado a la madre administración, de dinero destinado a la traición del disfrute particular, y no a la camaradería universal, a la heroica subvención del perroflautismo profuso, pluriforme y atorrante.
Los comités de instrucción pública velan por el estricto cumplimiento de las consignas centrales, medulares, constitutivas de la ultratumba: que ningún padre burgués, católico y con pretensiones de propietario insufle criterio y sentido común a su prole; que todos los niños accedan sin problemas a las bondades del pensamiento dirigido; y que se arrincone la religión cristiana —las otras no son estorbo para Lucifer—.
España rima con Pitaña, pero no es lo mismo. Aquí la demagogia y el desvarío no han arrumbado las instituciones.
Pitaña, que lo fue casi todo, ha parado en esta nada; y los pitañoles, asados en su propio jugo, añoran el pasado, se arrepienten —ahora ya sin remedio— de los errores pasados y ven venir, con el susto y la zozobra correspondientes, el espantoso fantasma de la indigencia.
Fueron autónomos en vida: hosteleros, abogados, periodistas, comerciantes, industriales, médicos, agricultores...; y ahora, en la muerte de la libertad y las oportunidades, por la estupidez generalizada y la torpeza intelectual de tantos botarates audiovisualizados, pornografizados, engañados, caídos en el espejismo de la eterna juventud y en el marasmo del pizpiretismo, el enseñaculismo y el consumismo que los ha convertido en hez encumbradora de la hez, recorren albergues y escarban contenedores en busca de peladuras y lechugas aprovechables.
Que no pase aquí lo que ha pasado en Pitaña. Sigamos el consejo que Gracián, a través del tiempo, nos manda en su Criticón, y aprendamos en cabeza ajena. España rima con Pitaña, pero no es lo mismo. Aquí la demagogia y el desvarío no han arrumbado las instituciones. Todavía no hemos comenzado, por tanto, la irreversible travesía del barquero infernal.