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Euforia fingida, sobreactuada y desmedida

Esta euforia fingida y sobreactuada no resolverá problema alguno. Por el contrario, puede resultar un nuevo alejamiento de la realidad.

Representantes de Bildu con el vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias

Publicado por
José María Lozano

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Ahora que el español peligra -la lengua también- conviene ser muy preciso con las palabras y sus significados. La etimología griega de la palabra euforia connota “fuerza para soportar”, aunque la acepción habitual contemporánea nos conduce a una sensación de optimismo, natural o artificialmente obtenida, que produce satisfacción en el individuo. Sin embargo, en términos médicos, dice la RAE (o lo que vaya quedando de ella si el español deja de ser lengua vehicular en algún punto de nuestro territorio) que se trata de una patología que se observa en algunas

intoxicaciones y enfermedades del sistema nervioso.

Pese a que, indiscutiblemente, el 2020 pasará a la historia como el más aciago de los últimos cien a nivel mundial, los anuncios -que es lo que de verdad son- sobre los avances en la producción de la vacuna -particularmente la de los laboratorios Pfizer- han desatado una ola de optimismo en gobiernos y parqués bursátiles que, muy probablemente, se corresponde con la etimología citada. En España, a esa euforia generalizada se une la que manifestó el gobierno y sus socios de oportunidad tras otro anuncio, el de los presupuestos generales del Estado, que si nada o nadie lo remedia, marcarán no sólo los tres eternos años que restan de legislatura, sino toda una década. Y el futuro de nuestro país.

Al precio inmoral que, vía Ley de Educación, se paga a los separatistas catalanes se ha unido la bajeza moral de la adhesión de los filoetarras de Bildu, altovoceada apenas horas después en el parlamento vasco con la amenaza de “tumbar el régimen”

La euforia nacional, sin embargo, parece compadecerse mejor con las acepciones más modernas. Artificialmente, más que con naturalidad, la ciudadanía española asiste a un bombardeo de hipótesis, datos, fechas, cifras y precios que finalmente arrojan más prevenciones y rechazos que convicción en cuanto a la vacuna (un sesenta por ciento, el mismo porcentaje de los que suspendemos la gestión del gobierno, no parece estar muy por la labor). Y, definitivamente, los saltos de la ministra de Hacienda tras contar tanto voto mendaz e interesado -no sé exactamente en qué apartado consignar los de Ciudadanos- para esos presupuestos que inquietan al FMI y al Banco de España, tengo para mí que coinciden con la versión especializada de la medicina.

Al precio inmoral que, vía Ley de Educación, se paga a los separatistas catalanes se ha unido la bajeza moral de la adhesión de los filoetarras de Bildu, altovoceada apenas horas después en el parlamento vasco con la amenaza de “tumbar el régimen”. ¿Qué régimen? … ¿El de libertades, el de derechos constitucionales, el de seguridad jurídica, el de igualdad de todos los españoles, el de prosperidad, el de paz y concordia?

¿Es eso lo que comienza con la ignominiosa colaboración en la “dirección de estado” (Iglesias dixit) que enigmáticamente anunció el portavoz de la banda en Madrid? ¿Es un estado de terror, de desigualdades y abusos, de impunidad para asesinos, de tolerancia con la ocupación de viviendas, de abandono del respeto y la decencia, de involución democrática en suma? … Pues es eso lo que parece.

Las todavía demasiado tímidas voces críticas de socialistas pendientes de seguir viendo sus nombres en listas electorales -tal vez preocupados por el efecto de tanto dislate entre sus votantes-, o las más llamativas de los que ya no tienen nada que perder o están suficientemente amortizados, contrastan con el silencio, la soberbia y el cinismo presidencial y de todo su gabinete ministerial.

Esta euforia fingida y sobreactuada no resolverá problema alguno. Por el contrario, puede resultar un nuevo alejamiento de la realidad, la constatación de la incompetencia de quienes carecen de preparación para gestionar una desgracia que han contribuido a acrecentar. Tomo prestadas palabras que lo resumen con acierto: “El Gobierno de Sánchez es el obstáculo que puede impedir que España pase de la euforia momentánea al crecimiento económico y la prosperidad”. El Gobierno, querido lector, es el mayor y más decidido obstáculo.

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