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Puig, ante el espejo de Camps

El president de la Generalitat de diciembre de 2020, ya asentado en su segundo mandato, ha cambiado sus prioridades y sus enemigos políticos. También su proceder, como le pasó a antecesores

Puig ya vuela en su papel de president buscando un papel nacional, extendiendo sus alas a Cataluña y arremetiendo contra Madrid

Publicado por
H. G.

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“La naturaleza de los pueblos es muy poco constante: resulta fácil convencerles de una cosa, pero es difícil mantenerlos convencidos”. Fue una de las enseñanzas de Nicolás Maquiavelo, el venerado asesor florentino de finales del siglo XV que se distinguía por su capacidad de enlazar el sentimiento humano y la política.

Esa dificultad para mantener la convicción provoca que, en numerosas ocasiones, y sobre todo cuando se ven asentados en la cúspide, muchos políticos traten de buscar nuevos horizontes en los que expandir su supuesta grandeza. El problema les sobreviene cuando lo hacen obnubilados por su triunfo. Cuando desechan consejos como el de Simón Bolívar, quien suscribía que “el que manda debe oír aunque sean las más duras verdades y, después de oídas, debe aprovecharse de ellas para corregir los males que produzcan los errores”.

El espejo de Camps

Quizás escuchan, aunque a quienes les adulan. El fallo consiste en no mirar a tantos predecesores, aunque sean de otros partidos, en el cargo para evitar cometer errores. Por ejemplo, que Ximo Puig, aunque le pueda dar grima o sentirse muy diferente, que no repase la hemeroteca de frases de Francisco Camps tras lograr su segundo y holgado triunfo electoral, en 2007.

Era en la época en la que el por entonces presidente de la Generalitat, en plena efervescencia de poder absoluto, afirmaba que "buscaré el máximo consenso, como siempre me ha gustado hacer las cosas". A la posteridad no ha pasado por ello, a pesar de insistir en la frase.

Hubo un primer Camps como líder emergente del PP; otro segundo Camps, como mandatario que manejaba la política valenciana con omnipotencia; y un tercer Camps, asaeteado por los procesos judiciales y por las críticas públicas. Y ese devenir de Camps afectó a su partido y benefició a los rivales.

Como también hubo un Ximo Puig del primer mandato en el que reivindicaba constantemente la financiación justa para la Comunidad Valenciana, veía su límite electoral en dos legislaturas, lucía complicidad con Mónica Oltra en su matrimonio político, buscaba alianzas estratégicas con Baleares o se reprimía en el nombramiento de cargos.

Y existe un Puig de su segundo mandato, en el que ha conseguido, por cierto, su primera victoria electoral, pues en 2015 gobernó pese a no ganar. La reivindicación justa ya no es tan prioritaria, el ´enemigo´ político ha pasado de ser el Gobierno estatal -al que exigía esa financiación-, para asumir la agenda nacional de su partido e iniciar una guerra fratricida entre autonomías, entre presidentes, con Madrid.

Una guerra fratricida sin beneficios

Una pugna que no reporta beneficio alguno a la Comunidad Valenciana. Ni primero presumiendo de tener menos contagios de covid-19 que la Comunidad de Madrid ni ahora -que Madrid nos ha superado a la baja- acusándole de que sus ciudadanos pagan menos impuestos que los valencianos. Esto último, como le recordó la vicealcaldesa de Madrid, Begoña Villacís, tiene fácil solución: bajar los impuestos de los habitantes de la Comunidad Valenciana. En su mano está.

Este Ximo Puig del segundo mandato huye de la algarabía de su matrimonio de altos cargos extendido a trío con la entrada de Unides Podem y que parece que le provoca una suerte de jaqueca política simplemente reunirse con ellos. Para eso ya están Manolo Mata, José Muñoz o Carmen Martínez. Tampoco responde a las críticas por los contratos a empresa vinculadas a su hermano. Además, el actual presidente no tiene reparo en extender todo lo que considere las fichas de personal a cargo del erario público ni dejar prácticamente claro que aspira a un tercer mandato.

El Puig de 2020

El Puig de diciembre 2020 está un escalón, o una escalera, por encima del de 2016. Ahora busca superar su mandato autonómico para convertirse en estadista nacional. Como lo hizo Eduardo Zaplana, que sí llegó a liderar el Comité de las Regiones de la Unión Europea. O incluso Francisco Camps, que buscó un eje con Murcia.

Puig se ha metido de lleno en la guerra política estatal. Y lo ha hecho de una forma que pasará a la posteridad y que puede marcarle en el futuro. Porque ir a Barcelona esta semana a criticar a Madrid de "independentista" se escapa de cualquier lógica. Entra en la reflexión del científico y escritor alemán, Georg C. Lichtenberg, al señalar que "cuando los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen pierden el respeto".

Quizás al Ximo Puig neófito como presidente no se le hubiera ocurrido proponer a Cataluña formar una ´commonwealth´. Baleares parece que ya se le quedó pequeña para este tipo de ocurrencias. Esas eran para el president de hace cuatro años. Ahora, mientras repite continuamente frases que apelan al consenso (como hacía Camps tras su segunda mayoría absoluta), no cierra el pacto de presupuestos con Ciudadanos. Más bien le va fichando peones.

Puede que Puig, como los cónsules romanos cuando celebraban un triunfo, necesite un esclavo detrás que, entre los vítores que recibe, le recuerde su condición de mortal. Los cantos de Mónica Oltra, como Ulises u Odiseo con los de sirenas, ya sabe cómo acallarlos y no le hacen perder su rumbo.

O quizás resultaría útil para él que alguien de su factoría de ideas le recuerde cómo era el Camps de 2007 y cómo fue juzgado apenas unos años después. La historia demuestra en demasiadas ocasiones su carácter cíclico. Y cuidado, como insistía Maquiavelo, "es difícil mantener convencido a un pueblo". Quedan menos de dos años y medio para las próximas elecciones autonómicas.