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Clases telemáticas: "Los alumnos españoles no han aprendido nada"

El estudio realizado en los Países Bajos insinúa que los alumnos españoles de primaria y secundaria no han aprendido nada en el encierro por culpa de las clases telemáticas. No es verdad.

Clases telemáticas: "Los alumnos españoles no han aprendido nada"

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Un sesudo y riguroso estudio elaborado en los Países Bajos —un estudio universitario solvente y fiable para cuya confección se han tenido en cuenta sutiles y reveladores parámetros— ha concluido que los alumnos españoles de primaria y secundaria no aprendieron absolutamente nada en el tiempo que duró el confinamiento domiciliario; que los vídeos explicativos —auténticos dechados de imaginación y buen hacer pedagógico— que prepararon los profesores, el inmenso trabajo invertido en pergeñar y corregir actividades, las jornadas maratonianas frente al ordenador y la dedicación sin precedentes a la docencia con mayúsculas han sido esfuerzos inútiles; que todos han perdido el tiempo en afanes ímprobos pero sin fruto porque la muchachada no ha sacado nada en limpio de las clases virtuales; que solamente la enseñanza presencial garantiza el aprendizaje.

La estupidez es tan desorbitada que la investigación, más que producto de universidad holandesa, parece despropósito arbitrario de padres enajenados por el pizpireteo, el enseñaculismo y la eterna juventud/inmadurez hasta el punto de que necesitan aparcar al niño en algún sitio porque no les queda un segundo para criarlo.

La masa confía en los frikis, al tiempo que los desprecia

Todo quisque sabe, con o sin experimento universitario, que internet es hoy la fuente de conocimiento más apreciada por los niños y adolescentes del planeta; el mercado al que acuden cuando quieren allegar algún saber; el foro donde se comunican: su ágora predilecta.

No es posible, pues, que las clases en línea sean infructuosas por definición, así que para encontrar la clave del asunto debemos cambiar el objeto de nuestro análisis, que hasta la fecha era el canal. Fijémonos, por ejemplo, en el receptor.

Consideremos que los alumnos de primaria y secundaria quizá no han aprendido polinomios, ni ortografía, ni geografía, ni filosofía, ni educación física, ni música, ni plástica, ni sintaxis a través de internet, pero sí que han aprendido, y maravillosamente, la mecánica del último viodeojuego, la manera de liarse un petranco y las mil formas de reventar cerraduras, falsificar notas, coaccionar ex-amigos, hackear móviles, piratear lo que sea y chingar como posesos.

De modo que no habrán aprovechado las clases del arresto domiciliario, pero aprender han aprendido muchísimo; que todo el secreto y la operatividad y la eficacia de la enseñanza telemática depende únicamente del interés.

El interés, hoy como ayer, y con independencia del canal empleado, es la condición sine qua non, la piedra filosofal de la enseñanza. Y puede que la universidad holandesa tenga razón, pero su preocupante veredicto —que nuestros estudiantes de primaria y secundaria no han aprendido nada confinados, a pesar de la conmovedora entrega del profesorado— resulta un tanto simplista.

¿Es que aprendieron más cuando estaban de cuerpo presente? ¿Y ha sido el 100% o sólo una parte la que ha pasado in albis el confinamiento? Es muy probable —en realidad, seguro— que sólo una parte; y me juego una oreja —pura expresión efectista, puesto que no pienso abonarla si pierdo— a que se trata de la misma parte que también se queda in albis cuando está en el aula.

El establecimiento universitario de marras, con el castañeteo septentrional, ha errado el enfoque o tiene la intención torcida, porque ya sabía de antes, como sabe todo el mundo, que los jóvenes aprenden de lo lindo en internet, como aprenden de lo lindo en clase y en cualquier lugar siempre que algo les interesa.

Ahora el chilindrón de la vida es divertirse, viajar, consumir mucho y no tener ninguna curiosidad intelectual

El canal, como el método, es irrelevante. Sólo cuenta el interés. De lo que se infiere una circunstancia bastante más embarazosa que un simple desaprovechamiento coyuntural: el desapego, la indiferencia creciente de los alumnos, de la sociedad en ciernes, por las materias académicas, por las áreas clásicas y permanentes del saber, y el desplazamiento de sus preferencias hacia otras regiones, otras ciencias y otras indisciplinas, mucho menos útiles y edificantes, pero más instintivas y sabrosonas, como la procacidad, la ordinariez, la pornografía y la búsqueda febril del asueto escandaloso.

Un desplazamiento que, al fin y al cabo, se va extendiendo a todas las edades, y es el fruto de lustros y lustros de lobotomía televisiva y abundancia infravalorada. La cultura ya no es un objetivo; ya no devenga reconocimiento social ni satisfacciones inmediatas; y requiere un esfuerzo, una constancia, una espera que no casan con la impaciencia y la vulgaridad que caracterizan la rebelión de las masas.

De poco servirán los novísimos procedimientos didácticos —o la reposición de los antiguos (Montessori, etc.)—, ni el aprender jugando, ni la letra con sangre: han cambiado las prioridades colectivas, y eso lo trastoca todo. Ahora el chilindrón de la vida es divertirse, viajar, consumir mucho y no tener ninguna curiosidad intelectual. Disfrutar de la inmensa prole del ocio en completa ignorancia. No importa la cadena de sinergias y logros científicos que han posibilitado, por ejemplo, el teléfono inteligente, la tomografía axial computerizada o el televisor 8K. Eso queda para los frikis.

La masa confía en los frikis, al tiempo que los desprecia. Y se da la paradoja de la educación obligatoria, de la promoción de las ciencias y las humanidades —menos éstas que aquéllas— en medio de una sociedad infantil, atavizada y hedonista. El cavernícola retoza en el campo y hace videoconferencias; tiene a su alcance todo el conocimiento, pero se autoconfina en el cenagal del voyeurismo y el exhibicionismo.

El estudio realizado en los Países Bajos insinúa que los alumnos de primaria y secundaria no han aprendido nada en el encierro por culpa de las clases telemáticas. No es verdad. Si no han aprendido nada es porque no les interesa el tema. Si les interesase aprenderían en el aula, en internet y a la sombra de un abedul, escuchando al viejo Aristóteles. Y no: no se han quedado todos en blanco. Unos pocos han aprovechado las lecciones; unos frikis que seguirán empujando el mundo como lo empujaron sus antecesores.