Cerrar

Davillier, Doré y el coso de Monleón

“Al penetrar en la plaza de toros de Valencia quedamos deslumbrados por uno de esos espectáculos que no se olvidan nunca". Año 1861

Davillier, Doré y el coso de Monleón

Publicado por

Creado:

Actualizado:

Año 1861. Dos franceses deciden venir a España. Uno es aristócrata, hombre de mundo, de gustos refinados, coleccionista de arte y erudito hispanista: el barón Jean Charles Davillier, de 38 años. El otro es Paul Gustave Doré, de 29 años, de origen modesto y autodidacta, pero ya uno de los más notables ilustradores de Europa.

El primero ha venido ya, al menos, nueve veces a nuestro país, el segundo es la segunda vez que lo pisa, pero en ambos arde el mismo deseo de empaparse de la España real, no la que buscaron – y apenas encontraron – ilustres predecesores, llena de bandoleros y majas con la navaja en la liga, toreros patilludos y procesiones de disciplinantes.

Lo que ellos encuentran es, más bien, una España en la que las élites hablan mucho de la Bolsa y de las acciones del ferrocarril, y el pueblo está empezando a oír hablar del capitalismo, del proletariado y de su compleja interrelación, quedando ya los bandoleros y majas en desvaído recuerdo. Los toreros eran otra cosa pues seguían siendo el paradigma del héroe popular.

La intención del viaje es publicar esas impresiones en la prestigiosa revista parisina “Le Tour du Monde” contadas por un periodista de excepción, Davillier, e ilustradas por un reportero gráfico de lujo, Doré. Y así fue. Entre 1862 y 1873 las publicó dicha revista en cuarenta y una entregas, apareciendo como libro en 1874 con el título “L’Espagne”.

Ambos amigos eran también aficionados a los toros, no perdiéndose las grandes corridas que anualmente se daban en Bayona y otras localidades del sur de Francia desde que la española Eugenia de Montijo las pusiera de moda allí. Davillier además contaba con amigos españoles que eran verdaderos expertos en el arte de Cúchares.

El caso es que la inauguración de la Plaza de Toros de Valencia en junio de 1859 traspasó las fronteras, suscitando en la afición gala un verdadero interés por visitar esa maravilla que levantó el arquitecto municipal de Valencia D. Sebastián Monleón y que, según el diario de Madrid “El Contemporáneo”: “Hoy la primera plaza de España, por todos estilos, es la de Valencia, porque seguramente es la de mejores condiciones, y además de su hermosura es tan sólida, que no hay temor pueda ocurrir una desgracia”.

El tándem Doré-Davillier recala en Valencia en octubre de 1861, hospedándose en la muy taurina Fonda de la Esperanza, ubicada en la calle de San Vicente y asistiendo a la corrida celebrada el día 6 del mismo mes con Antonio Carmona “El Gordito” como único espada, lidiándose reses del Duque de Veragua y de los Herederos de Gil flores.

La impresión de Davillier al entrar en el coso la describe así: “Al penetrar en la plaza de toros de Valencia quedamos deslumbrados por uno de esos espectáculos que no se olvidan nunca, aunque sólo se haya presenciado una vez. Imaginad doce o quince mil hombres con magníficos trajes, iluminados por un espléndido sol y bullendo como inmenso hormiguero”. Incluso menciona pequeños pero interesantes detalles como que el paseíllo se hizo al son de una canción francesa muy de moda entonces: “Les filles de marbre” (“Las chicas de mármol”), en alusión a esas jóvenes prostitutas que iban perdiendo su marmórea frialdad según subía la suma a cobrar. Todavía no sonaba en nuestra plaza la “Marcha de la manolería”, también conocida como “Pan y Toros”, pasodoble compuesto por Barbieri para la zarzuela del mismo nombre, estrenada en Madrid en 1864.

Hay que decir también que, de todas las magníficas ilustraciones taurinas de Doré, las relacionadas con esta corrida son mayoría, destacando la de “La llegada de los picadores a la plaza” donde, al fondo, se ven perfectamente los arcos de sus plantas altas.

Esa corrida del 6 de octubre de 1861 es, nada más y nada menos, la que compendia el tema taurino en las crónicas del “Voyage en Espagne”. El relato no es fiel reflejo exclusivo de lo ocurrido esa tarde en el ruedo valenciano, es mucho más, fruto de todo lo presenciado tanto en Francia como en otras plazas del sur de España.

Lo mismo cabe decir de las ilustraciones, pero lo innegable es que se trata de un verdadero homenaje a la Valencia taurina de su tiempo, materializada en el soberbio coso de Monleón, usando éste como marco para describirle a un extranjero qué es y cómo se desarrolla una corrida de toros en España.