La Comunitat: moderada, diversa y posible
Puig y su gobierno viven, pese a los sueños de pactos inalcanzables con Ciudadanos, de la respiración asistida de los diputados cada vez más radicalizados de Compromís y Unides Podem
La agenda política valenciana pasa siempre para el Consell de Ximo Puig por Catalunya. El primer peaje de cualquier proyección institucional, ya sea a título personal tratando de adoptar un papel de barón territorial o ya sea desde el punto de vista institucional en president, pasa primero por el peaje catalán.
Cuando se erige en estadista territorial y habla de esa expresión tan foral, por cierto, de las Españas lo hace en su afán de ofrecerse como mediador entre esa suerte de relación bilateral poco definida entre los gobiernos central y catalán. Cuando reclama la solución del antes, no hace mucho, denominado como problema valenciano, que no es otro que la infrafinanciación autonómica que padecemos desde el pacto entre Socialistas y Esquerra en el año 2009, el conseller Soler se descuelga en plena campaña de las elecciones anhelando la vuelta de representantes catalanes al Consejo Territorial de Política Fiscal y Financiera.
Alguien debería recordarles que es la ministra Montero la que debe impulsar desde el consejo la necesaria reforma en lugar de estar tan pendientes ella y el conjunto del Gobierno Sánchez – Iglesias en convocar la denominada mesa de diálogo entre con la Generalitat de Catalunya.
Volviendo a las Españas a las que apela Puig, en el marco de su no conocida propuesta federal, sorprende y mucho que el canto a la diversidad que en efecto constituye una riqueza común, olvida al fijar su mirada en la Comunitat Valenciana.
Nuestra pluralidad, la de Alicante, Castellón y Valencia, constituye también un patrimonio común de todos los valencianos y suma desde el respeto a este proyecto colectivo único, diverso y posible de la autonomía valenciana. Un gobierno que no cree en las diputaciones, que las trata de suplantar creando una comarcalización encubierta por la vía de la Ley de Mancomunidades, que cree en una visión mono color de una la Comunitat que en ocasiones se expresa con exabruptos y desprecios como el que profirió hacía los Alicantinos el ya dimitido consejero de À Punt, cuyas salidas de tono no son más que un síntoma de la falta de tolerancia y comprensión de su propia realidad. Una realidad que desde un punto de vista sociológico se arraiga en una sociedad manifiestamente moderada en sus planteamientos y en sus formas de proceder.
Es precisamente esa acción política de moderar la que implica templanza y sensatez, la que está desprendiéndose de la propaganda que hasta la tercera ola protegía al Consell y sobre todo a su president. Los alejamientos calculados respecto de las políticas de Pedro Sánchez, ni el triunfalismo oficial respecto de la pandemia que vivimos en septiembre auspiciada por una triste comparación con la Comunidad de Madrid que el viento se ha llevado con suma facilidad tal y como lo hizo con el malogrado hospital de campaña estrella para atender los pacientes de Covid19.
Lo cierto que Puig y su gobierno viven, pese a los sueños de pactos numéricamente inalcanzables con Ciudadanos, de la respiración asistida de los diputados cada vez más radicalizados de Compromís y Unides Podem, que muestran cada vez sin más tapujos su manifiesta animadversión por todo aquello que suponga sostener a los sectores productivos: autónomos, hosteleros, pequeños empresarios, que lo único que quieren es sobrevivir a esta brutal embestida económica para después contribuir a la recuperación económica movidos por un anhelo de libertad que se sustancia en la voluntad de prosperar para darles un futuro mejor a sus descendientes.