Bestiario gubernamental. Isabel Celaá
Toda un personaje. Grapada a la cosa pública desde que entró, antes de cumplir los cuarenta, como Jefa de Gabinete de José Ramón Recalde
Con la aquiescencia del director y el beneplácito -que espero- de mis amados lectores, me dispongo a elaborar durante las próximas semanas, en función de lo que nos vayan procurando los tan tediosos como excitantes acontecimientos diarios, este bestiario que sin ánimo expreso de continuidad inicié con la figura del ínclito Pablo Iglesias la pasada semana.
Hoy, con todo merecimiento, todavía retumbando el “¿pero de dónde viene usted?” que espetó más chula que un ocho al diputado popular Matarí, es el turno de la Ministra de Educación (y de Formación Profesional) Isabel Celaá. Toda un personaje. Grapada a la cosa pública desde que entró, antes de cumplir los cuarenta, como Jefa de Gabinete de José Ramón Recalde en el Gobierno Vasco, gusta de hacer constar en su currículo -no sin cierta ambigüedad- un amplio despliegue de titulaciones y doble alma máter (Deusto y Valladolid), más media docena de años de ejercicio de la docencia de inglés en bachillerato (hoy ESO), anteriores a su fulgurante carrera política.
Con Fernando Buesa, asesinado por ETA en 2000, fue viceconsejera de Educación. Después Jefa de gabinete de Ramón Jáuregui. Luego vicepresidenta del parlamento autonómico y finalmente, entre 2009 y 2012, consejera del gobierno de Euzkadi.
Ha combinado rapapolvos de portavoz con frases contundentes preñadas de superioridad moral, y formas de institutriz mercenaria
Negurítica de tercera por su demostrada soberbia, formada en colegios de élite y clásicos estudios de inglés en Dublín, es sabido que optó por similar educación para sus hijas, con la vieja máxima del predicador ambulante de “haced lo que digo, no lo que hago”, abundantemente practicada por esa figura del “pijoprogre” de tan pingües resultados en la política española más reciente. La concertada y la educación especial - ella sabrá porqué- son sus bestias negras.
Me cuesta imaginarla asistiendo a Jáuregui, que es un currante, hijo y hermano de currantes. Y cabe suponer, aunque no lo traduzca, su dolor mientras el gobierno del que ahora forma parte, se apoya en el terrorismo que atentó contra sus dos primeros jefes. No serán suficientes aquellos guantes morados que exhibió en el triste 8M pasado para apartarse del bicho. Como insuficiente resulta ese mantra de “léanse la ley … no la han leído” para justificar su sectarismo indecente y esa desafección con la lengua española que contrasta con su pelea contra el adoctrinamiento en las ikastolas
in illo tempore.
Es lo que tiene la ambición desmedida, el acostumbrarse al machito, al salario institucional, al chofer y demás prebendas. Que se convierten en el único bastión a defender.
Hay quien sostiene que su perfil es más propio del nacionalismo. No del que la llamó maketa sino del señorial, el de los Barandiarán o los Benito del Valle. Y también, quien cree que le hubiera encantado ser la Pilar Careaga de la izquierda. Patrimonio - acabamos de conocerlo más o menos- y modos no le faltan. Pero lo cierto es que en el gobierno de Sánchez se mueve como pez en el agua.
Con idéntica agilidad se movió en avión a su casa bilbaína, por una colitis, minutos antes de decretar inmovilidad domiciliaria para el resto de los mortales. Sus rapapolvos de portavoz gubernamental durante dos años -de muy diferente estilo que la actual- alternaban circunloquios inconexos al mejor estilo de “arriba y abajo”, con frases contundentes preñadas de superioridad moral, y formas de institutriz mercenaria (y disciplina inglesa).
Es la responsable de la peor Ley de Educación de todas y cada una de las ocho que se han ido sucediendo sin éxito durante nuestra democracia
No ha cambiado mucho. El lamentable episodio protagonizado esta semana en el Congreso, merece mucho más que la disculpa pública a la educación especial que le ha exigido el diputado popular en justo resarcimiento. “Abandonen toda esperanza”, repetido latiguillo estos días de mociones de censura, es lo que esta neskita cabezota habrá pensado, mientras le da una vuelta más al olvido de la historia y la geografía, a la pérdida del conocimiento y la memoria, con la excusa de la formación por competencias (mientras se pasa de curso suspendiendo).
Ha hecho, que ya es meritorio, la peor Ley de Educación de todas y cada una de las ocho que se han ido sucediendo sin éxito durante nuestra democracia: la Lomloe (sólo el nombrecito ya se las trae) también llamada – ay, los egos- ley Celaá.