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En el nombre de la ciencia

Estos días han salido a la luz imágenes que no pueden dejar a nadie que tenga un mínimo de sensibilidad indiferente

Imagen de Cruelty Free Internacional/Carlota Saorsa

Publicado por
Raquel Aguilar *

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Una rata seccionada con vida y consciente, otra a la que se clava una aguja en el ojo, también sin anestesia, para extraerle sangre, lesiones en la columna de conejos, posiblemente como consecuencia de un mal manejo, cerdo al que se le debe introducir un tubo en el estómago, pero termina invadiendo sus pulmones y lo asfixia,…

Además de toda esta tortura física, hemos podido observar como la crueldad y cinismo de quienes manejan a los animales no tiene límite. Frases como: "Me cago en el puto perro", "Déjale que se rompa la columna, no pasa nada", "¡Cerda psicópata!", "¿No es más fácil y económico pegarle un cogotazo?", "Como Hitler, pasajeros al tren",...muestran la absoluta falta de empatía hacia unos animales que viven instaurados en el terror y la desesperación, como podemos apreciar, sin ningún lugar a dudas, en sus expresiones faciales, gestos y vocalizaciones.

Desgraciadamente, los laboratorios son lugares extremadamente opacos, de los que conseguir imágenes y pruebas resulta prácticamente imposible y es muy probable que lo que ha estado pasando en Vivotecnia no sea una excepción. En Vivotecnia hemos visto cómo se vulneraba incluso la legislación que permite utilizar a los animales como instrumentos con que investigar.

No obstante, en el nombre de la ciencia y de forma legal, se permite hacer a los animales auténticas atrocidades. Y aunque quienes viven de ello tienen muy claro que lo que no se ve no existe, a estas alturas de la historia, sabemos que los muros se levantan para invisibilizar aquello que no es ético.

Como tampoco lo es la perversa disociación que rige la experimentación con animales: los utilizamos como instrumentos porque consideramos que tenemos tanto en común que los resultados en ellos obtenidos pueden ser extrapolables a los humanos; sin embargo, no reconocemos sus intereses propios y derechos básicos porque no les consideramos similares a nosotros.

Por suerte, existe una corriente creciente de científicos, en todo el mundo, con gran experiencia en experimentación animal, que defiende que su uso no es ni útil ni necesario.

La base principal de su teoría es: los animales de laboratorio no son humanos y, por tanto, los resultados obtenidos con los experimentos con estos animales no son extrapolables al ser humano.

A partir de la multitud de experimentos con uso de animales, estos científicos concluyen que el paralelismo entre la reacción de una especie animal, distinta de la especie humana, ante un medicamento y la reacción del humano coinciden por casualidad. No existen garantías reales de que dicha reacción va a ser la misma.

Sólo por poner algunos ejemplos, la experimentación con animales ha ayudado a la industria del tabaco a que no se asociase durante décadas el cáncer de pulmón con el tabaquismo porque, pese a haber relación entre estos dos elementos en humanos, la experimentación animal no conseguía esta correspondencia. Un caso prácticamente igual tuvo lugar con el amianto. Estos son solo dos ejemplos que han costado la vida a miles de personas porque los animales con que se experimentaba no reproducían cánceres y ante esta engañosa premisa, no se previnieron.

Y si hablamos de cáncer, ¿cuántos recursos, años de investigación y vidas se han destinado a curar cánceres inducidos en ratones que no han sido eficaces en humanos? Según un artículo de Los Ángeles Times, publicado el 6 de mayo de 1998, según el Dr. Richard Klausner, director del Instituto Nacional del Cáncer en EEUU, "La historia de la investigación del cáncer ha sido una historia de curación del cáncer en el ratón. Hemos curado ratones de cáncer durante décadas, y simplemente no funcionó en humanos".

De hecho, el Medical Research Modernization Committee, organización formada por médicos e investigadores contrarios a la experimentación con animales, en su informe “A Critical Look at Animal Experimentation”, cuya lectura recomiendo, indica que entre el 92% y el 95% de todos los fármacos que son efectivos en ensayos con animales fallan durante los ensayos clínicos en humanos debido a su toxicidad y/o ineficacia, y por tanto terminan siendo descartados.

Por no hablar de la cantidad de fármacos que podrían haber sido útiles en la cura de distintas enfermedades y se habrán descartado por no ser válidos en modelos animales.

La experimentación en animales implica una cantidad ingente de recursos y tiempo perdidos, por no hablar del daño irreparable, tanto físico como psíquico, infligido a millones de animales en todo el mundo. Y a estas alturas del siglo XXI, donde tenemos a nuestro alcance todo tipo de avances tecnológicos, es hora de que ciencia y ética vayan de la mano y se destinen estas cuantías a validar métodos de investigación alternativos.

Porque estos métodos existen.

Y siguen apareciendo nuevos métodos más rápidos, fiables y económicos.

En la actualidad se utilizan con éxito análisis de datos eficaces en la toma de decisiones como estudios epidemiológicos, poblacionales, evolución en pacientes, realización de autopsias y biopsias.

Además, ya existen complejos sistemas informáticos que simulan moléculas y las reacciones que éstas van a tener entre sí, además de poder contrastar y relacionar simultáneamente miles de datos a través de la big data.

Y no hay que olvidar los avances como aquellos que, a fecha de hoy, ya permiten producir piel humana y otros tejidos vivos sobre los que experimentar y que poder emplear, por ejemplo, en trasplantes, sin ser rechazados.

Porque la ciencia debe representar avance y progreso, y desarrollarse de forma ética y eficiente, es necesario y urgente un interés por parte de quienes nos gobiernan, las instituciones y la comunidad científica en promover y validar métodos que no atenten contra los intereses de nadie, independientemente de su especie.

*Coordinadora provincial de PACMA en Valencia