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En la piel del toro

No me gustaría ser un toro. Y no es porque tenga nada en contra de ellos. Precisamente por lo opuesto, porque soy capaz de ponerme en su piel, no quisiera tener que vivir su calvario.

Cartel de concentración en Barcelona

Publicado por
Raquel Aguilar *

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La tauromaquia es una forma legitimada y promocionada por quienes nos gobiernan, a todos los niveles, de violencia explícita hacia los animales.

El martirio a que son sometidos los toros, vacas y becerros tiene muchas versiones. Unas más explícitas a la vista, otras los son menos, pero su reiteración convierte igualmente la vida de estos animales en un infierno continuado.

Con el fin de las restricciones algo que nunca debió ser normal, vuelve a la “normalidad”.

Bárbara “normalidad” como la que hace unos días PACMA documentó en Camarles, municipio de la provincia de Tarragona, donde se llevaron a cabo actos de bous al carrer (“correbous” en Cataluña). Las imágenes muestran la angustia, terror y desesperación de los toros que sin éxito trataban de apagar el fuego que ardía sobre material inflamable fijado sobre sus cuernos.

¿Alguna duda sobre el sufrimiento de estos animales? Para quien no tenga suficiente con verlo en sus ojos, deberían servirle como indicativos la espuma que sale de su boca, fruto del estrés, los golpes desesperados contra estructuras de metal y madera o sus carreras que en todo momentos buscan escapar de esa pesadilla, convertida en diversión para algunos.

Para ser sincera, cuando veo estas imágenes, automáticamente mi cerebro aplica el filtro de blanco y negro, los oídos me zumban y me siento trasladada al pasado, como si me introdujese en cualquier peli de Berlanga, por citar un contexto moderno.

Me entristece y preocupa mucho que haya gente con tan poca empatía que sea capaz de disfrutar con el sufrimiento de otro ser. Pero a quienes más debería preocuparles es a quienes tienen que velar porque vivamos en una sociedad más justa y menos violenta. Sin embargo, lejos de poner solución a este problema, se pliegan ante los intereses de los maltratadores. Y esto, lo disfracen como lo disfracen, me parece vergonzoso e intolerable.

Siento que vivimos inmersos aún en las políticas de pan y circo.

Imagino que sabiendo de la violencia que se esconde tras estos actos, prefieren poner una víctima en la diana y derivar hacia ella a los verdugos, para evitar que cualquier oposición dirija hacia ellos la rabia. Aunque sepan que no es ético. Aunque sepan que no es justo. Aunque sepan que es un quiste que tarde o temprano alguien tendrá que extirpar.

Si lo que les hacen a los toros, vacas y becerros se lo hiciesen a cualquier otro animal, incluso a aquellos de su misma especie que son utilizados como comida, que apenas tienen protección, estaríamos ante claros delitos de maltrato animal. Sin embargo ya se ocuparon de que el Código Penal estigmatizase a los animales torturados en plazas y maltratados en nuestras calles para que sus verdugos no acaben en la cárcel.

Estoy segura de que, por mucho que traten de justificar con argucias y cinismo quienes convierten la vida de los toros en un infierno, lo bien que viven, lo mucho que los quieren y que en realidad no sufren, ninguno de ellos querría estar en su piel.

En la piel del toro.

No obstante, pese a todo tipo de protección, promoción y subvención, es la tauromaquia la que agoniza.

Y cada vez más personas la rechazamos abiertamente.

No aceptamos la violencia hacia estos animales.

Porque a ellos les duele. Porque a ellos les cuesta la vida. Porque no sólo sentimos este suplicio. Sentimos una inmensa vergüenza.

Vergüenza por lo que todavía se permite en este país.

Este país que dicen tiene piel de toro.

*Coordinadora provincial de PACMA en Valencia

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