Vacar
Dos personajes de talla distinta y distante -aunque de jeta similar- han coincidido en la desvergüenza de tachar de exitosa la operación de retirada de Afganistán.
Me provoca mi amigo Magín -gran arquitecto valenciano- para que abandone mi letargo estival antes de que me llame a capítulo mi director Álvaro Errazu, y lo hace recordándome a Henry D. Thoreau, autor a mediados del XIX (murió con menos de cuarenta y cinco años) de La Desobediencia Civil y de Walden, de entre más de una treintena de libros. Del segundo de los citados son estas palabras que el amigo me regala: “No puede confiarse sin prueba en manera alguna de pensar u obrar, por antigua que sea. Aquello de lo que hoy todo el mundo se hace eco o admite como cierto en silencio, puede resultar falso mañana, mero muro de opinión que algunos habían tomado por una nube que salpicaría sus campos con lluvia fertilizante”. Y apostilla mi amigo, 1845. Pese a su vigencia, re-apostillo yo.
No cabe duda de que el acontecimiento más importante (y lacerante) al que hemos asistido este mes de agosto ha sido la toma de Kabul por los fundamentalistas afganos -el fin de la guerra que han ganado los talibanes, para los más taimados- y el rosario de calamidades inmediatas, precursoras de las más graves todavía que están por venir. Y de la incertidumbre y el desequilibrio mundial que pudiera provocar una gestión equivocada, por improvisación o por impericia, por parte de Occidente. Por cierto, dos personajes de talla distinta y distante -aunque de jeta similar- han
coincidido en la desvergüenza de tachar de exitosa la operación de retirada. Jactarse de ello raya en la impudicia. El propio, esperó en alpargatas la llegada del primer avión -es sabida su afición al transporte aéreo- desde Kabul para dar la cara en público. Después arrastró al Rey -descorbatados- a recibir al personal diplomático (bendito embajador Gabriel Ferrán) y familias afganas de refugiados. Loco por las cámaras.
En comparación, la ley Castells de Universidades es una bagatela -que diría el protagonista de Los vencejos de Aramburu-, y casi irrelevante la subida de la luz y los combustibles en una sociedad hedonista (y buenista) que no soporta la pobreza (la “aporofobia” de Adela Cortina). Lo de los jueces atareados en atender a su propio criterio y ayunos de legislación específica, las pretensiones de cada autonomía o los recursos de los afectados, e impelidos de votar a los suyos (Bolaños dixit, que no pixit), no es nada comparado con la situación de las mujeres afganas que han ejercido la
judicatura y, en ocasiones, condenaron a talibanes en el ejercicio de la Ley.
Las vacaciones del gobierno y de su presidente a la cabeza, no resultan tan escandalosas como impropias
Ábalos le ha tomado la delantera a Iglesias y ya ha fichado por una televisión. Tal vez es el mejor indicador de lo acontecido en el terruño al agostar. La banalidad encandilando una España dormida. Y agostada al sol.
Vacar es verbo al que la RAE en su diccionario dedica hasta cuatro acepciones. La primera, dicho de una persona, es “cesar por algún tiempo en sus habituales negocios, estudios o trabajos” y la última es sinónimo de “estar falto” o “carecer”. Las vacaciones del gobierno y de su presidente a la cabeza, no resultan tan escandalosas como impropias. Un gabinete remodelado y en buena parte recién estrenado, con antecedentes ya más añejos, dedicado en exclusiva al gesto cuando no a la mentira, hace imposible la definición de vacar antes aludida. No se puede dejar de hacer temporalmente lo que no se ha hecho. Vacar por carecer resulta tautológico en este caso, pues las carencias de credibilidad que Sánchez ha cosechado no sin esfuerzo ni disimulo, son desde hace tiempo la marca de este gobierno.
No les canso hoy. No pensaba despedirme sin un breve comentario sobre el asunto de la mezquita y la media luna indultadas de súbito en una Falla valenciana, cuando el autor – José Luis Torró- me ha enviado el excelente artículo que ha publicado en ABC con el título ¿Para cuándo los ninots falleros con burka? Pues a él, con permiso de ESdiario, me remito.