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El País Valenciano no existe, idiotas

El eufemismo de la “commonwealth mediterránea” no ha colado con Aragonés, que en este caso olvida “els països” y a la manera trumpiana “Catalunya primer”, negocia con Sánchez de tú a tú.

Pere Aragonés y Ximo Puig en el encuentro mantenido en Valencia el jueves pasado.

Publicado por
José María Lozano

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Tomé prestado el concepto del mosso desconocido que hizo viral la frase -“la república catalana no existe, idiota”- hace algo más de un año, para tuitear el martes pasado a propósito de la consigna “El País Valenciano no es España” que, con motivo de la visita de Pere Aragonés a Ximo Puig, calentaban los cachorros de Esquerra Republicana, la marca delegada en la Comunitat que preside Josep Barberá (ERPV) y una ignota Esquerra Valenciana en un cartel tan disparatado y tan tierno a la vez. Y también con esta frase titulo hoy. Un día después de la Diada. Triste Diada.Mosso desconocido para mí. Porque la stasi del poco ilustre visitante quiso empapelarlo con denuedo. La misma que persigue a la mossa rebelde Inma Alcolea y ampara al mosso independentista Albert Donaire.

No quisiera ofender a los improbables lectores socialistas valencianos que mantienen la denominación -bien libres son de hacerlo- en su asociación partidaria. Ni mucho menos a los amigos, que los tengo y disfruto, que sostienen y votan socialdemocracia. Personalmente, y en condición de vocal del Consell Valencià de Cultura, afeé al presidente Puig que utilizara la denominación no estatutaria en uno de los discursos oficiales de su primer mandato. (Lo que se la trajo al pairo, claro).

El adoctrinamiento, exacerbado tanto como su negación en la actualidad, nació con la propia autonomía

Porque la cosa viene de lejos. Renunciaron los tradicionalistas defensores de la extravagancia de que la autonomía adquiriera la denominación de Reino, con la elegancia que caracterizó a D. Vicente (Titino) Giner Boira. Admitieron para el Estatut el término Comunitat Valenciana -y Generalitat Valenciana para su Gobierno- los socialistas de Lerma y Císcar, a cambio del impulso lingüístico del valenciano eludiendo distingos con el catalán (los líos vendrían más tarde, y perduran recrudecidos). Pero a regañadientes, como evidencia el mantenimiento irrevocable de sus siglas.

El adoctrinamiento, exacerbado tanto como su negación en la actualidad, nació con la propia autonomía. Ya en el 78, en la Falla King Kong, un servidor cantaba ingenuamente junto a Julio Tormo y tantos más “sense blau, sense blau”, vestido con el blusón negro de huertano, camino de la Virgen en la Ofrenda mientras nos increpaban airadamente grupos liderados por la famosa Paquita “revientaplenaris”. Con habilidad, en el mundo universitario se había impuesto la especie de que libertad y democracia, los grandes valores alcanzados tras el final de la dictadura y la ejemplar

transición española, amparaban el nacionalismo catalanista. Que no se declaraba abiertamente independentista por entonces; o lo ocultaba con idéntica habilidad.

Los socialistas no han dejado de ser republicanos -o republicanistas- con distintas dosis de pudor y de pundonor

Los separatistas eran los vascos y el euskera apenas empezaba a estudiarse y difundirse. Pasaron los años e Ibarretxe por el aro de la Constitución e hizo pedagogía en el Parlamento. Y España, pese a ETA, se mantuvo unida hasta derrotarla. El eufemismo de la “commonwealth mediterránea” no ha colado con Aragonés, que en este caso olvida “els països” y a la manera trumpiana “Catalunya primer” le ha recordado que él negocia con Sánchez de tú a tú. Prat arriba o Prat abajo. Pero Puig,

ridículo tras ridículo, consiente a Marzá -que sueña con su sillón presidencial- su cansino catalanismo. Barracón escolar arriba o barracón escolar abajo. Sostenella y no enmendalla.

Se dijo que, a nivel nacional, el PSOE de Felipe y Guerra renunció a la República -los socialistas han sido siempre republicanos; es una obviedad- a cambio del control del poder judicial (el famoso “Montesquieu ha muerto”, del segundo). Los socialistas no han dejado de ser republicanos -o republicanistas- con distintas dosis de pudor y de pundonor. Y el control de la judicatura no están dispuestos a soltarlo. Por el contrario, dan signos indisimulados de preparar un nuevo asalto. Así que, como los locales, erre que erre.

Una tan justificada como improbable dimisión de Grande Marlaska, nos liberaría a los españoles de la vergüenza ajena colectiva a que nos somete su conducta diaria. Reúne de un plumazo todos los ingredientes de torpeza y totalitarismo que caracterizan al Gobierno de Sánchez en su conjunto. Un presidente que de seguir así - coincido plenamente con Díaz Ayuso- nos llevará al abismo.

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