La convención del PP
Ha terminado la cascada de gestos buenistas e interpretaciones líquidas y banalmente optimistas.
Cuesta distraerse del rugido del Cumbre Vieja, que de manera tan dramática como cierta encarna ahora mismo la España real de la que ocuparse profundamente. Y cuesta escribir de lo que no sea la angustia de tantos damnificados, de la debida compasión y solidaridad efectiva de todos los españoles. Es pronto para depurar responsabilidades, reconocer errores y comprobar rectificaciones y compensaciones necesarias, una vez ha terminado la cascada de gestos buenistas e interpretaciones líquidas y banalmente optimistas con las que, una vez más, se iniciaron desde este
Gobierno de mierda sus responsables, adláteres y corifeos de todo tipo.
Me retan algunos amigos -es sabida la importancia de los amigos en esta modesta columna semanal de opinador aficionado- a escribir sobre la gran convención semoviente en la que el PP de -y por- Casado se ha embarcado de Finisterre a Levante, y recojo gustoso el guante. Pese a no ser lo habitual hoy por hoy (recoger el guante, de retos estamos ahítos). Lo haré desde mi independencia partidista -librepensador me llamaba amagando insulto cariñoso mi querido Martín Quirós cuando era él quien presidía la Comisión de las Ciencias del CVC- confesando, sin más pretensión, que no he votado otras siglas desde que, tras el fin de la dictadura, decidí acercarme a las urnas con un voto en positivo.
Tampoco oculto mi satisfacción por la confianza que, primero Francisco Camps y luego Isabel Bonig, me depositaron para formar parte de la máxima Institución estatutaria en materia de asistencia cultural de la Generalitat Valenciana. La que desde la objetividad, rigor y neutralidad desideologizada, con firmeza intento no defraudar allí en mi cometido ordinario.
Conocen mis lectores -y amigos- de mi devoción por la riqueza del español (ahora se destapa Sánchez, envidioso y copiando a Ayuso, con una tardía defensa enunciada con la verborrea de un sacamuelas vendiendo crecepelo, que contradicen sus hechos más recientes) y me encuentro con que hay que esperar a la tercera acepción del Diccionario de la RAE -su Director ha recibido el día de San Miguel al agraviado escritor nicaragüense Sergio Ramírez, Premio Cervantes, mientras la
cultureta calla- para encontrar el significado preciso de convención como “reunión general de un partido político … para fijar programas, elegir candidatos o resolver otros asuntos”. Pero no conviene olvidar las dos primeras, la que se refiere a “norma o práctica admitida tácitamente, que responde a precedentes o a la costumbre” y la que remite a “acuerdos o pactos entre personas, organizaciones o países”. La cuarta, oportuno corolario a los titulares que los medios de ayer sábado dejaron tras el acto de presidentes autonómicos -no me gusta lo de barones-, aunque advierte en desuso, la identifica con “coincidencia y conformidad”. Unidad sería oportuno en este caso. De
donde se deduce que se trata de una Convención en toda regla.
No es baladí que el cierre sea en nuestra Comunidad
Estaría hoy en la plaza de toros de Valencia, mientras me leen, como estuve tantas veces a invitación de mi admirada Rita Barberá (cuyo nombre y carisma se citará a buen seguro) para conocer y pulsar de primera mano programa, posiciones y gestos -y vigilar su cumplimiento después-, si no siguiera andando con mis colegas rurales montes ciruqueños de la Sierra de Cazorla. Para aplaudir también sin complejos-¿porqué no, Cayetana?- cuando la ocasión lo merezca y lo escuchado resulte
adecuado y creíble.
La dimensión temporal y la miscelánea de invitados nacionales y extranjeros de esta macroconvención que parece producir el entusiasmo del neófito entre militantes, simpatizantes y votantes de la derecha española, deja -por sobreexposición- episodios de distinto calibre que no opacan el interés -y la preocupación- que en los mundos de la cultura, la economía y naturalmente la política, suscita la situación a la que el gobierno de Sánchez ha llevado a España.
No es baladí que el cierre sea en nuestra Comunidad. Es sabida la importancia de su electorado en la determinación del gobierno de la Nación. Tras una oposición firme y rigurosa durante el largo periodo de travesía del desierto, los mimbres y los nombres que pueden revertir el desastre de “el Botanic” (y del Rialto) y coadyuvar a la llegada de Casado a Moncloa, lucen preparados para ello y lo demostrarán hoy en Valencia.
Un servidor se mantiene expectante, crítico y leal a partes iguales - librepensador si quieren-, porque cree firmemente que a los que están “hay que sacarlos” y no valen excusas, medias tintas, complejos, celos u otras miserias tan humanas como estúpidas, para abandonar a los españoles y a la propia España hoy tan dolorida.