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9 d´Octubre: la procesión de la nueva normalidad que no fue tan mejorada

Con un recorrido tan acortado y con el público alejado de espacios clave como la plaza del Ayuntamiento o el parterre, todo ha perdido algo de sentido. Se ha cumplido el homenaje, pero light

La concejal Pilar Bernabé, portadora de la Real Senyera, sabía transmitir su emoción

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Contemplar desde tu tele o tu ordenador la procesión cívica del 9 d´Octubre o participar en persona ha sido, hasta la fecha, como hacer lo propio con un partido de fútbol en un campo de las dimensiones de Mestalla o del Ciudad de Valencia.

Si lo ves por la tele, aprecias los primeros planos, observas las juzgadas polémicas repetidas, contemplas los gestos de los protagonistas; si lo vives en el estadio, disfrutas del ambiente, miras hacia donde quieras sin que sea el realizador quien guíe tu mirada, escuchas los gritos, oyes los comentarios, te embriagas de sensaciones. Si no vas, te pierdes todo esto.

En la procesión del 9 d´Octubre de este año, salvo para un pequeño número de afortunados espectadores que a buen seguro llevaban horas guardando su sitio de primera fila cuando ha transitado delante de ellos la Real Senyera con su séquito, te quedabas a medias. Asistir ya no significaba vivir tanto el ambiente como en anteriores ocasiones debido a los numerosos cortes de calle y al alejamiento del público.

Con la gente prácticamente arrinconada en la plaza del Ayuntamiento, a una distancia de la bandera patria casi como la que existe desde el Gol Gran de Mestalla al césped, aunque en este caso en línea recta, el descenso de la Real Senyera del balcón consistorial, uno de los momentos de mayor emoción, parecía que se producía en silencio.

Ocurre como cuando en una retransmisión deportiva te dice el comentarista que el público está gritando. Te lo puedes creer, pero lo interiorizas más cuando se calla y escuchas tú el griterío. Hoy, en la retransmisión (por cierto, felicidades al equipo de La 8 Mediterráneo TV por la suya), no se escuchaba nada.

Sí, se podía percibir la emoción y el orgullo de Pilar Bernabé, la concejal socialista que este año ha tenido el honor de portar la bandera. También se veía los gestos de complicidad constante de ella con el president Puig, que le daba ánimos en un traslado tan emotivo.

Se apreciaba igualmente la solemnidad con la que caminaban los cuatro concejales que sujetaban las borlas (Amparo Picó, Gloria Tello, Santiago Ballester y Vicente Montañez) y el secretario municipal. Poco más.

El ritual ha vuelto a realizarse, algo que ya justificaba apelar a la normalidad porque cada año se llevaba a cabo. No obstante, con un recorrido tan acortado y con el público mayoritariamente alejado de espacios clave como la citada plaza del Ayuntamiento o el parterre, todo perdía algo de sentido. No ha sido mejor. Como espectador, me ha resultado light, tristón dentro de la emoción. Como que faltaba algo. Como que echaba mucho en falta. Ojalá el próximo año no sea una procesión de normalidad mejorada, como define el gobierno autonómico el nuevo escenario pandémico. Que sea simplemente de normalidad o mejorada.

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