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Angosturas

Los telediarios vienen, de un tiempo a esta parte, con epílogo incultural, con cierta coda hedionda, con un tributo emético a la vulgaridad arrabalera

Angosturas

Publicado por
Juan Vicente Yago *

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Angostan las calles, las posibilidades y el pensamiento; no por las calles, las posibilidades ni el pensamiento, sino porque su vocación es angostar la vida. Éstos de aquí angostan las arterias de la ciudad con la excusa del medio ambiente, aunque la gente sospecha, por significativos asomos, que la verdadera intención es nivelarnos a todos en el pedestrismo y el proletariado.

Aquéllos de allí, que son unos y los mismos con los de aquí pero en otra onda, se oponen radicalmente a la instalación de granjas porcinas en la Españurria despoblada —granjas enormes con mucho empleo directo y más todavía indirecto—, so pretexto de librar al paisaje de la triste apariencia del cemento y al subsuelo de la venenosa filtración de los purines, aunque se huele de lejos el tufo anticapitalista, el prurito ideologista, la neurosis cegadora que los arrastra compulsivamente al marxismo prehistórico, a ver la humanidad con el monóculo sucio, renegrido y capcioso del combate de clases.

La siniestra de aquí, de allí, de acullá, que siendo actual sólo puede ser la de ayer, y que nunca será moderna porque nació antediluviana —porque surgió ectoplasma de la envidia, la rebeldía y el encocoramiento—, es una doctrina que angosta, constriñe, aja, limita y depaupera; que necesita la miseria para someternos, para humillarnos, para que vayamos en chanclas y camiseta, para que guardemos turno en la cola del racionamiento y esperemos que nos den el mendrugo patriótico del auxilio social.

De modo que recortan, sesgan y tergiversan, llamando «bono cultural» a lo que sólo bonifica bahorrinas, libertad a la esclavitud —a la muerte de la voluntad a manos del instinto—, progreso al atraso, ecologismo al ecologisismo, feminismo al feminisismo y arte a la cochambre intelectual. Sin embargo el desatino prospera, porque han montado, con la pasta del erario, un inmenso armatoste propagandístico; porque han criado, con el pienso de la ignorancia, un hidrón de siete cabezas, un ente corruptor que petrifica juventudes al trocarles el anhelo de pureza y trascendencia por una sensualidad amarranada, un egoísmo rampante y un mirar cenagoso; que desactiva madureces cortándoles las alas, bajándoles los vuelos y aherrojándoles la iniciativa con los grilletes de la exacción, la prestación y el subsidio; que desprecia vejeces con el garlito del imserso y el escarnio macabro, la rechifla satánica de la eutanasia.

Lo de afuera es indicio de lo de adentro, y el angostamiento callejero es un rubor que delata el ansia de angostar espíritus, como el angostamiento económico —la voracidad fiscal— manifiesta el sueño jacobino, el principio leninista de tener al pueblo comiendo a sus horas la mazamorra sectaria y la cecina politicorrecta.

Los telediarios vienen, de un tiempo a esta parte, con epílogo incultural, con cierta coda hedionda, con un tributo emético a la vulgaridad arrabalera. Los documentales y las películas van repletos de anormalidades y aberraciones, en un intento de imponer al populacho acrítico, ignaro, y por tanto inerme, la cuadratura del círculo.

La publicidad sigue la moda, sigue la corriente, sigue la pasta, y asume lo que sea sin escrúpulo ninguno. La enseñanza se tachona de consignas, de mixtificaciones, de manipulaciones, de inmoralidades y de tonterías. El pensamiento se condiciona, se atenaza, se aprieta en el torno inquisitorial de lo que se puede y lo que no se puede opinar, con leyes de memoria histórica parcial y tipificación selectiva de las infracciones de odio.

La libertad para expresarse ya no es universal, y el recibo de la luz, como el precio del carburante, de los que una porción gorda es para el politburó, están por las nubes. Pero el sindicalismo calla; y los adalides de la «gente»; y la gente misma, fenómeno retepreocupante porque la explicación es melancólica: nos arrancarán los higadillos y no diremos nada; seguiremos pegados al televisor, a la computadora y al móvil, con los ojos chiribitas, enganchados al pizpiretismo del famoseo y enajenados ante la parte del mundo, cuidadosamente seleccionada para nosotros, que nos embuten a través de las pantallas.

En cuatro días iremos a pie, pensaremos lo que nos digan y no aspiraremos a nada. Será un asentimiento multitudinario, una gran corroboración, una fiesta de la obediencia, un corro de la patata, un infantilismo colectivo, una parranda universal, un gigantesco botellón. Al gentío le pirra oír que no hay premio ni castigo, que todo vale y ancha es Castilla; pugna, entre coces y mordiscos, por agarrar un remo y bogar, como alma que lleva el diablo, hacia la nada; por asir el clavo ardiente de la estupefacción y el desconcierto.

Las angosturas de las avenidas y los bulevares contienen otras angosturas, menos corpóreas, pero igual de reales. Preparemos las albarcas, el zurrón y la dulzaina; dispongámonos a la proletarización, al atraillamiento y a la pobretería; seamos ecologisistas, cobistas y feminorroides; aclamemos al amado líder mientras pasa, repantigado en su cochazo, por las calles redimensionadas; aceptemos la encorsetadura mental que nos hará votar bien, alcanzar la rebelión masiva y ser, al fin, chusma dócil y disciplinada.

Si angostan las calles y rechazan la instalación de macrogranjas en la Españona huera es por nuestro bien, sólo por nuestro bien, para que no nos ajumen las abundancias de la prosperidad, para que no caigamos en la molicie y la burguesía, para que nada nos oculte las bondades del soviet, del falansterio y de la comuna.

*Escritor. Puedes contactar con él escribiendo al correo juviyama@hotmail.com