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A todo gas

Del precio de la luz ya ni se habla, mientras el periodismo apesebrado frivoliza con “trucos para gastar menos” cuando cinco años atrás amenazaba con muertos por congelación

La vicepresidenta tercera y ministra para la Transición Ecológica y Reto Demográfico, Teresa Ribera.

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José María Lozano

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He utilizado a menudo el verbo precipitar (se) como denominador común de las circunstancias que rodean la política gubernamental de Sánchez desde su “precipitada” toma de la Moncloa y, a la vista de los acontecimientos recientes encuentro, de nuevo, necesidad de repetirme.

Se trata de un órdago permanente -normalmente de farol y con señas secretas entre coleguis- con independencia de que las cartas vengan buenas.

La condena de la Audiencia Nacional al PP por responsabilidad civil subsidiaria a propósito de la reforma de su sede -más suerte tuvo Podemos cuando el juez Escalonilla archivó en enero una situación semejante- no es, obviamente, una buena noticia para Pablo Casado. Como tampoco lo es, para sus votantes, la reincidencia en la pelea de liderazgos madrileños.

Los famosos presupuestos ya han detectado un 40% de aumento de asesores y personal de confianza (dedazo)

Por lo que no es de extrañar el alborozo socialista y del propio gobierno, especialistas como son en descubrir la paja en ojo ajeno, ufanos del peso de la viga en el propio. (Me permitirán la referencia bíblica, ahora que hasta Más Madrid es más papista que el Vaticano). En el país del “tú más” los efectos del inapelable castigo judicial a los populares, blanquearán en breve la triple sanción por inconstitucionalidad de los excesos totalitarios de la coalición de socialistas y comunistas. Que fuera acertadamente promovida por Vox ayudará a opacar su relevancia.

Lo cierto es que esa especie de Midas a la inversa, que convierte en basura todo lo que toca, para después trasladar a su gabinete el síndrome (atribuido) de Diógenes, por acumular en bolsos y maletas de lujo que no en el tonel del sabio griego, cachivaches averiados, argumentos inverosímiles, gestos inútiles y -sobre todo- gastos estériles, muchos gastos. Y así nos va.

Cuidadosos lectores de la letra pequeña de los famosos presupuestos -los mayores en gasto social de la historia- ya han detectado un 40% de aumento de asesores y personal de confianza (dedazo) respecto del gobierno anterior (unos ciento cincuenta millones de vellón tirando por lo bajini), despilfarro social al fin y al cabo. Del precio de la luz ya ni se habla, mientras el periodismo apesebrado frivoliza con “trucos para gastar menos” cuando cinco años atrás amenazaba con muertos por congelación. Y la vicepresidenta Ribera -otra más- se sorprende (¡albricias! exclamaría mi amigo Chama) con el cierre del gaseoducto Magreb-Europa y se enreda en un circunloquio imposible de condicionales y posibilidades diversas, cuando todavía no ha explicado qué pasó con los 80 millones en subvenciones de la malagueña Isofotón durante su etapa de directiva entre secretaria de Estado de Zapatero y ministra de Sánchez. A todo gas.

A mí que, como María Jesús Montero me lío con las cifras macro, pero no soy capaz de salir airoso con un chascarrillo, una boutade o un simple disparate, esas cantidades se me antojan muy serias (parangonables a las ayudas por catástrofes naturales, por ejemplo) y bien podrían estar, junto a otras muchas, en el capítulo de ahorro. No citaré la bicha de la austeridad.

Ribera todavía no ha explicado qué pasó con los 80 millones en subvenciones de la malagueña Isofotón

La más grave y reciente disputa intragubernamental -o la apariencia de ella, ya saben hasta qué punto desconfío de su credibilidad- pretende zanjarse con la señal televisiva de Moncloa con un eterno y amigable paseo trujillano de ambas contrincantes. Otras cámaras menores captaron el tremendo abucheo a Sánchez a su llegada a la plaza. Lo que ya es costumbre y, de inmediato, inunda las redes sociales.

No coincido con Juan Manuel de Prada cuando desliza “La democracia era esto” en su excelente tribuna de opinión. Más bien me alisto con el Rey (lo vuelvo a recordar) cuando avisa sobre su fragilidad, y sentencia que no nos viene dada. Cuidar de su fortaleza es precisamente luchar por su permanencia. Y el despliegue de insumisión constitucional y de totalitarismo del que hace gala el Gobierno de Coalición (“a solas o en compañía”) obliga a la oposición sin matices. Y a la ciudadanía.

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