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Caso IVAM: Se abre el melón del precio

El juicio sobre el caso IVAM ha dado un vuelco. La cuestión ya no está tanto en la autenticidad de la obra de Gerardo Rueda sino en el precio pagado por el museo valenciano.

Obra de Gerardo Rueda en Madrid.

Publicado por
Fernando García Bonet

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Con la finalización de la segunda semana del juicio conocido como “caso IVAM” parece que su aspecto nuclear ha ido mutando desde la delicada cuestión de la originalidad o autenticidad de la obra póstuma de Gerardo Rueda adquirida por el museo en tiempos de Consuelo Císcar, hacia la más prosaica del valor de mercado de las obras compradas -y de las donadas también- a su heredero José Luis Rueda. Y conviene recordar que la fiscal Virginia Abad ha tenido que urgir a las peritos judiciales Begoña Torres y Rosario Peiró la valoración que a comienzos del juicio no había sido

incorporada. Con especial interés en conocer por un lado, la valoración de las obras

indubitablemente originales -hechas y terminadas en vida del autor- y el valor de las

póstumas, que algún valor deben tener.

Lo cierto es que, tras la maratoniana sesión anterior, la de ayer resultó una jornada tranquila y de corta duración.

Declaró en primer lugar Antonio Chamizo, un cercano colaborador de Gerardo Rueda que le asistió profesionalmente durante buena parte de su trayectoria artística, experto en tratamientos y acabados, pátinas, texturas y oxidaciones metálicas. Naturalmente privilegiado conocedor de los gustos del maestro, de sus proyectos y confidencias artísticas. A preguntas del letrado Milans del Bosch ha ofrecido un relato amable, emotivo en ocasiones, aunque detallado y minucioso que vino a reforzar el argumentario de la defensa de José Luis Rueda.

Más breve ha resultado la comparecencia de José María Lozano, catedrático de Arquitectura de la Universidad Politécnica de Valencia y asiduo colaborador de opinión de ESdiario, en su condición de miembro del Consejo Rector del IVAM entre los años 2008 y 2015. A preguntas del abogado de Consuelo Císcar, Juan Molpeceres, y tras jurar decir verdad sin ocultar una relación cordial con Císcar y Lledó fruto de la coincidencia de siete años en el museo, ha explicado con naturalidad el

funcionamiento ordinario del Consejo al que perteneció y las no menos cordiales

relaciones que mantenían sus miembros entre sí.

Citando con naturalidad a Tomás Llorens y a Paco Calvo (sic), lamentablemente fallecidos, y a su colega de alma mater Felipe Garín, a propósito de un asunto que a todos interesó y preocupó (que nadie ignoraba). Declarado admirador de la obra de Rueda por su condición de arquitecto (el Morandi español, llegó a decir), explicó con claridad el origen de la Comisión de Adquisiciones y el carácter no vinculante de sus acuerdos, la toma de razón del Consejo en las adquisiciones por compra (por lo que no se veían los contratos) y, por el contrario, la necesidad de acordar una aprobación formal de las donaciones, con independencia del valor económico estimado. Y la

fluidez de trato y atención entre los miembros del Consejo y el personal del museo.

A lo que no contestó, o no supo contestar ni a la defensa, ni a la Abogacía de la Generalitat que ejerce Miguel Cervera, fue cuando le pidieron una valoración. ¿Una tasación? se preguntó el experto. Hay que conocer muy bien el mercado, vino a decir. No hubo preguntas del ministerio fiscal y la declaración terminó con un recuerdo a Eduardo Chillida, y sin demasiado intríngulis. Pero se ha abierto el melón del valor real del negocio jurídico y el corolario definitivo de si hubo beneficio o pérdida para la Administración y el patrimonio público será determinante.

El comisario de policía que compulsó en Talavera de la Reina las ya conocidas autorizaciones de Rueda a su hijo José Luis (ESdiario incluye la publicación autorizada) vino a testificar sobre la autenticidad de las mismas y los motivos, totalmente intrascendentes por naturales, por los que efectuó la compulsa. Y así lo hizo constar.

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