Chiringuitos
Los presupuestos representan en si mismos la madre de todos los chiringuitos, el estado límite de un estado democrático social...
Mi chiringuito preferido es El Rolo, que regenta Enrique en el malagueño Rincón de la Victoria. Me encantan sus espetos con mis amigos Curro y María Victoria (espectacular el de rodaballo). Antes era El cabra, en el Palo. Otros prefieren la tertulia futbolística de jugones de Pedrerol. Yo también me estimo, y mucho, todos los chiringuitos que rotulan en español en Cataluña. Por cierto, la RAE, siempre estricta, lo define como “quiosco o puesto de bebidas al aire libre” pero no incluye por el
momento el concepto país valenciano ni, mucho menos, países catalanes. El 16 de marzo de 2016 respondía en Twitter la consulta de un ciudadano informando que la única denominación correcta es la contenida en el Estatuto de Autonomía: Comunitat o Comunidad Valenciana.
Hay chiringuitos de temporada, populares, algunos medio improvisados, ocasionales o ambulantes y otros de postín, a precios de mariscada sindical. Se ha ampliado el uso -con la misma legitimidad que en la obra póstuma de Rueda que nos ha tenido tan ocupados estos días atrás en Valencia- y se ha mantenido el término. La RAE, siempre atenta, tendrá que acabar consignando nuevas acepciones en su Diccionario. De chiringuito, por supuesto. Sobre la Comunidad Valenciana es el Senado quien debe rectificar.
Sánchez ha convertido los presupuestos de su desgobierno, en mercadería barata (bueno, barata, barata, no)
De pequeño los llamábamos merenderos y eran normalmente muy familiares. Padres e hijos atendidos por los propietarios, padres e hijos. Eso también ha cambiado. Lo que no ha cambiado es el ambiente festivo y desenfadado, una instantánea del alegre carácter del español. Cierto compadreo con los dueños y una complicidad espontánea entre comensales desconocidos. Tal vez exagero si digo, una manera de vivir.
Por eso es tan repugnante esa acepción del chiringuito político que persigue VOX, tan festivo y desenfadado como el tradicional pero donde los encargados no pegan ni chapa y la clientela va a cortar el cupón.
Acabamos de asistir, con doce votos de colchón, a la fiesta del Manual de Instrucciones, que es en lo que Sánchez ha convertido los presupuestos de su desgobierno, en mercadería barata (bueno, barata, barata, no) y pago de adhesiones. O compra de voluntades, dicho con más crudeza. Mientras continua con el eufemismo de la descentralización del Estado, de palabra y con su aniquilación, de hecho.
Hay unos chiringuitos innominados como son los sobresueldos (legales y parcialmente exentos de impuestos) a Lastra y Sicilia por presidir sendas Comisiones parlamentarias. Hay otros, rayanos en la prevaricación, como el episodio de la injerencia de Dolores Delgado en el caso Stampa. Lo es, desde luego, el que soportarán los 400 millones para la chulería de sus amigos independentistas de
Ezquerra Republicana. De manera que los presupuestos representan en si mismos la madre de todos los chiringuitos, el estado límite de un estado democrático social, fruto de la querencia de sus promotores por sistemas de gobierno más totalitarios. Como en la Alemania hitleriana o en la Rusia estalinista.
Hay chiringuitos diversos como los ejemplos locales: Perelló, À Punt, Magas Republicanas...
Y hay chiringuitos diversos como los ejemplos locales que pongo a continuación. El de Ximo Puig acomodando a Andrés Perelló en Casa Mediterráneo o usando la Abogacía de la Generalitat en su interés político y partidista. El del nuevo programa catalanista de À Punt que encima hace perder audiencia, a la vez que El Botanic rechaza la protesta de María José Catalá ante el Senado por la hiriente denominación aceptada. Ya lo hicieron también Ribó y Gómez, padres del chiringuito
de las Magas Republicanas que conmemoran el recuerdo de Stalin, pretendiendo colar
esa chirigota como enraizada tradición valenciana. Para ellos que Tabarca es isla catalana. Como es un raro chiringuito para amigos, ese de la Capital Mundial del Diseño al que el empresariado del sector sensatamente ha dado la espalda.
Todos, y sus corolarios de despilfarro e ineficacia, son igual de execrables. Auténticos quilombos. Y no en la acepción originaria de los negros cimarrones.
El Partido Popular, llamado a gobernar aun cuando parezca en ocasiones olvidarlo, hace bien en vigilar tanto quilombo. Y en cuidar en no caer después en eso mismo.