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Don Paco (forma en desuso)

El Don está en desuso -el don también- en esta sociedad que recela de la meritocracia y se ampara en una caricatura de igualdad, con el actual Gobierno como modelo o esencia.

El poeta de Oliva Francisco Brines, premio Cervantes, falleció en mayo del año pasado.

Publicado por
José María Lozano

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A mi suegro, que fue un abogado joven y emprendedor, en su pueblo granadino le llamaban Don Pepe. Huéscar es un pueblo que además de sus virtudes propias, y de una evidente modernización, simboliza de manera sencilla la hoy tan cuestionada unidad de España. Hasta el punto de compartir, con su casi homónima aragonesa Huesca, el nombre de sus patronas. Alodia y Nunilón, las hermanas mártires hijas de cristiana y musulmán que pagaron con la muerte su fe cristiana. Esa curiosa manera de anteceder el apócope familiar con el privilegio del licenciado, no tan rara en los ambientes rurales, tiene algo de populismo o de napolitano, y aromas de fino de Jerez. De señorito campechano y generoso. Respetado y querido en consecuencia.

Con motivo del Informe naturalmente favorable a la Declaración como Bien de Interés Cultural (BIC) en la categoría de Sitio, ELCA, la alquería señorial en término de Oliva en la que vivió el gran poeta valenciano Francisco Brines, y en la que recogió de manos de los Reyes, y rodeado de los suyos, el prestigioso premio Cervantes de las letras. A él que fue quijote y sancho a la vez, por sabio y por sencillo. Don Paco le llamaba yo que acechaba el ascensor del edificio que compartimos algún tiempo, con tal de encontrarlo. Y oírlo. Un señorito de la cultura, un empedernido lector, un

experto del verbo y un coleccionista de emociones y recuerdos. Incluida la obra artística. ELCA fue el sancta sanctorum -capilla incluida- en el que el maestro ofició la ceremonia permanente de su profunda humanidad. Allí creó gran parte de su obra, como atestigua la Antología titulada “Desde Elca”, seleccionada por él mismo y prologada por Fernando Delgado, editada por Pretextos en su colección La Cruz del Sur.

Se compadece mal este mundo de la cultura de la inteligencia, de la cultura del trabajo y del esfuerzo con una realidad zafia, desprovista de razón y de belleza, ajena a la ética más elemental, zarandeada por el mundo del dinero y la política.

Un señorito de la geometría y de la sensibilidad cromática -con unas manos de ángel- fue el profesor y escultor valenciano Francisco Sebastián (orgulloso de su hijo que hoy es obligado referente) al que siempre admiré. Y siempre llamé Don Paco. También cuando conversamos en “Pedazo de Ciudad”, el programa de la TV de la UPV que conduje durante varias temporadas. Y cuando me recreo en la delicadeza de sus collages o de sus acuarelas magistrales, comparando su obra con sus mejores contemporáneos, así le recuerdo. Con el indiscutible cronista plástico de nuestra Albufera, al genial Francisco Lozano, una suerte de poliédrico representante del más noble patriarcado, no tuve ocasión de intimar. Y si conozco detalles y pormenores de su singularidad y grandeza, es por sus amigos y familiares. Y por colaboradores o discípulos. Muchos de ellos le llamaban Don Paco. Ambos eran sencillos y generosos. Respetados y queridos en consecuencia. Como el Don Pepe andaluz (que también lo fue por cierto "mi pariente" Don Pepe Caballero Bonald).

Y la cosa es que se compadece mal este mundo de la cultura de la inteligencia, de la cultura del trabajo y de la cultura del esfuerzo, de la cultura en suma, con una realidad zafia, desprovista de razón y de belleza, ajena a la ética más elemental, zarandeada por el mundo del dinero y la política. Llámese Don Paco -aquel- o Don Pedro -este-, o Don Pedrito que, en diminutivo, es otra forma coloquial de referirse al señorito. Tal vez con algo más de ironía, y con menos de respeto y poco de cariño.

El martes próximo, si nos portamos bien y seguimos hablando de tetas y de Chanel, nos bajamos la mascarilla

El Don está en desuso -el don también- en esta sociedad que recela de la meritocracia y se ampara en una caricatura de igualdad, con el actual Gobierno como modelo o esencia. Estos son señoritos de tres al cuarto. Que no aman su tierra ni creen en su prosperidad. Que nunca ayudaron a nadie más que a si mismos. Ociosos, improductivos. Manoseando haciendas y criadas. Que no merecen el Don. Ni parecen querer ganarlo. O buscan atajos para obtenerlo o presumen de carecer de él. Un modelo de mediocres y para mediocres que entierra la excelencia para poder así manipular la historia.

Menudo espectáculo dieron algunos el jueves en el Congreso. Pero el martes próximo, si nos portamos bien y seguimos hablando de tetas y de Chanel, nos bajamos la mascarilla. O no, Darias dirá. Que Dios anda distraído. O nosotros dejados de su mano.

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