Putin sin mascarilla
El antibelicismo naif y selectivo que exhiben no pocos sectores de la izquierda provoca una debilidad que otros aprovechan.
Nunca pensé que escribiría acerca de un asunto de tal gravedad. No me siento cómodo ni capacitado para hacerlo al hacerlo. Pero no callo porque me parece peor.
Desconozco las claves más profundas del conflicto que ya ha devenido en guerra cruel, más allá de los datos que nos ofrecen politólogos y especialistas. Me llegan, como les llegarán a ustedes mis queridos lectores, las asombrosas cifras de producciones ucranianas estratégicas para el bienestar común, comparables a la belleza de sus gentes y a la amabilidad de su trato. También a su extraordinaria creatividad y preparación. Aunque nunca visité Kiev.
Me esfuerzo en recordar la historia y la geografía de esa Rusia mítica, y en repasar la literatura y el cine. Y cómo no, la plástica, la música y la arquitectura, desde la tradición hasta el constructivismo. Algo sé de sus matemáticos e ingenieros, de sus deportistas y bailarines. (Evito una larga lista de nombres por todos conocida). Siempre fue una gran nación. Y una gran potencia.
La Unión Soviética supo blanquear su dictadura aliándose en la lucha contra los nazis. Aunque de inmediato hostigó a los yanquis desde Cuba.
La Unión Soviética no fue muy distinta en logros parecidos. Supo blanquear su dictadura aliándose en la lucha contra los nazis. Aunque de inmediato hostigó a los yanquis desde Cuba. Creó, experimentó y difundió el comunismo y acabó con las libertades y los derechos humanos. Algunos regímenes actuales lo siguen en la práctica, y muchos políticos parecen añorarla.
Coincido con mi amigo Eduardo -y él sabe de lo que habla- en que Putin pretende la reconstrucción territorial de la Unión Soviética, y de un nuevo zarismo como sistema político. Y no es de extrañar en un ex alto agente de la KGB erigido en jefe supremo de lo que no resulta extravagante considerar una suerte de “neocomunismo”. Ya ha dado abundantes pruebas de absolutismo.
Tal vez por tanto, tampoco es de extrañar que Díaz y Garzón convoquen contra la OTAN y se alineen con Putin oponiéndose a las sanciones. Poco importa que formen parte del Gobierno que parece dictar lo contrario. Como poco le ha importado al sinvergüenza de Jonqueras, en su delirio nacionalista, comparar a España con Rusia ante las pinochianas narices de Sánchez. También coincido con Abascal en que Sánchez carece de integridad y altura para liderar la posición de España en tan grave asunto. (¿Cómo estaría la calle y cómo hubiera sido la Gala de los Goyas con la derecha gobernando? Los comentarios irónicos inundan las redes sociales).
Los acontecimientos se precipitan y medidas de la importancia de la expulsión de Rusia del SWIFT -el llamado “botón nuclear financiero”- dependen de un hilo, así que ignoro qué estará pasando mientras me leen, pero hay dos reflexiones que me atrevo a compartir.
Este crudo encuentro con la realidad, con la existencia del mal traducido en ambición y violencia, del culto al poder y al dinero, del deprecio de la vida humana y la ausencia de espiritualidad y cultura, es la demostración de la inanidad de las políticas de la gestualidad y el postureo. Y de las desastrosas consecuencias de confundir los hechos con los deseos, gobernando desde y para la ideología.
Por tópico que resulte, “si vis pacem, para bellum”. El natural pacifismo que conviene a una sociedad avanzada no termina, por respetable que resulte, en el popular logo del movimiento hippy que mi generación disfrutó en sus orígenes. La defensa del territorio nacional y de los españoles -y en su caso de la UE- no es asunto menor ni en absoluto incompatible con el deseo de paz entre los pueblos. El antibelicismo naif y selectivo que exhiben no pocos sectores de la izquierda provoca una debilidad que otros aprovechan.
Aquí tenemos las desastrosas consecuencias de confundir los hechos con los deseos, gobernando desde y para la ideología.
Hago votos, por una solución finalmente pacífica de este conflicto que ya cosecha muertos y desgracias que nos avergüenzan. Y veo el verdadero rostro no sólo del sátrapa ruso y de gobiernos satélite -otra vez Cuba- sino también de socialistas españoles integrantes del grupo de Puebla, de ministros y socios del Gobierno, y de otros tantos caraduras, sin mascarilla.