La madre de todas las fake
El diario oficial del PC de Cuba, titulaba el otro día “Cuba y Rusia: dos pueblos más cerca que defienden la paz” y para ello se clausuran medios independientes y se suspenden las RRSS.
Sé que es cansino e irrelevante el contenido de este artículo de opinión. Cuando lector, como ustedes, me detengo con desgana en titulares ajenos a la guerra, si es que los hay. Pero no evito el telediario, ni dejo de emocionarme con tanta tragedia.Herido por mi impotencia, asisto aterrado a este desprecio de la libertad y del individuo, de la libertad individual en suma, que es la enfermedad mental del despotismo y su materialización en el exterminio de la vida.
Oí explicar a una mujer de Kiev lo angustioso que resulta el constante resonar de las sirenas. El dolor y el desequilibrio emocional que llega a producir. De manera que hasta los paliativos conllevan el veneno de la invasión criminal.
Y en el colmo -que no en la cima, a decir de los expertos- de esta afrenta humanitaria, he oído a los rusos explicar en la ONU que la explosión de Zaporiyia ha sido un sabotaje ucraniano. Así lo defiende Putin y sus ministros, y así lo han difundido en sus redes como única y tajante versión de lo ocurrido. Hasta Gramma, diario oficial del Partido Comunista de Cuba, titulaba el otro día en portada “Cuba y Rusia: dos pueblos más cerca que defienden la paz”. Opuestas, siquiera distintas, no caben, y para ello se clausuran los medios independientes que pretendieran hacerlo, se suspenden las redes sociales o los servidores de plataformas que puedan sostener lo contrario, y se llega a encarcelar a las personas que crean responsables de ello. Para reforzar la idea no han dudado en aprobar una norma que persiga a quien sea por ellos mismos considerado autor o difusor de noticias falsas.
La opinión pública rusa sabe que ha sido Putin el que ha iniciado esta guerra, pero que son sus hijos los que pagan con sus vidas por ello
Al contrario que en el dicho popular, “hecha la trampa, hecha la ley que la blanquea”. Hasta la opinión pública rusa sabe que ha sido Putin el que ha iniciado esta guerra, pero que son sus hijos los que pagan con sus vidas por ello. Pero también sabe -como ha explicado una experta profesora universitaria- que solo Putin puede acabarla. Y les termina resultando confortable escuchar las noticias oficiales y desechar como falsas, y hasta delictivas, las contrarias. Es lo que tienen en común fascismo y comunismo, elimiinar la libertad hasta de pensamiento.
Esta “madre de todas las fake” explica no pocos comportamientos pasados -y algunos más recientes- del gobierno de Sánchez y, de forma más radical de algunos de sus más significativos integrantes. Esa obsesión contra los medios privados y la creación de órganos de censura participados por las instituciones, por la imposición de sus propias comisiones de investigación y por el desprecio de la judicatura (léase la valiente denuncia presentada al respecto ente la CE por los juristas Isaac Ibáñez y José E. Soriano). Esos votos contrarios o en blanco en la condena de la invasión en el Parlamento Europeo. Ese pacifismo de salón. Esas aparentes divisiones internas para contentar banderías. Todo es, una vez más, la escenificación material del gigantesco aparato de agit-prop que la izquierda radical ha desarrollado siempre con eficacia, con Maquiavelo y Clausewitz en cada mano (Y el Manifiesto Comunista en un atril). Es decir, la realidad reflejada en un espejo de feria, deformada a voluntad y capricho, ahormada para ajustarse a la ideología, que es el lecho de Procusto de la libertad individual. La falsa noticia por excelencia, cocinada en los fogones del poder. El mundo al revés, que decían nuestras abuelas.
Ese pacifismo de salón. Esas aparentes divisiones internas para contentar banderías. Todo es, una vez más, la escenificación material del gigantesco aparato de agit-prop que la izquierda radical ha desarrollado siempre con eficacia
Sólo una ola -ahora que la de la pandemia se retiene- de sensatez y realismo puede poner coto a tanta locura y despropósito. Allí y aquí. Es lo que parece presentar y animar Núñez Feijóo con audacia tras el estropicio popular. Es lo que deseamos muy buena parte de la ciudadanía. Ojalá vayan por ahí los derroteros. Ojalá se erradique la política del postureo, se persiga con eficacia y prevención la corrupción de todo tipo. La transparencia deje de ser una pose y la igualdad una moda, para ser reales y efectivas. Ojalá ser servidor público deje de ser un eufemismo. La unidad de España y de los españoles un hecho incontrovertible y pacíficamente compartido. Ojalá la política española, con la imprescindible participación leal de todo partido constitucionalista, recobre el sentido común. Y destierre cuanto vicio acumulado en el abuso de la democracia pudiera hacer peligrar su propia esencia.