Un reencuentro especial con la Mare de Déu
Los valencianos se reencuentran con la Geperudeta en un emotivo domingo en que las lágrimas y el dolor estuvieron muy presentes.
Devoción, fe o tradición. Lo que sea, lo que cada uno haya sentido a su manera, a su alegría, a su dolor, pero sobre todo a su herida de vida. El reencuentro con ella era necesario y justo. Fue como un bálsamo a las penas del alma luego de dos años en que la vida dio un giro impensable por culpa de un maldito virus que ha dejado muerte, dolor e incertidumbre.
Ella, con la fe que sus fieles le profesan, supo esperar con paciencia el tradicional reencuentro del segundo domingo de mayo, para ser trasladada de la basílica a la catedral. Muchos días guardada en las frías paredes de una basílica y otros en su papel de Peregrina, visitando pueblos y comunidades, llevando consuelo y paz a quienes lo necesitaban. Y ellos, los valencianos, encerrados en sus propios hogares, aguantando, sufriendo y hasta renegando.
Las heridas que ha dejado la pandemia estuvieron a flor de piel en un mar de gritos con lágrimas, vivas, aplausos, flores y pétalos, en el marco de una Plaza de la Virgen abarrotada por creyentes, turistas y hasta curiosos que registraban todo momento con sus cámaras de móviles.
El dolor por la partida de una madre, un padre, un hijo o una hermana, era necesario depositarlo en ella, en la Mare de Déu quien, callada y con esa mirada serena que siempre transmite, parecía consolar a los que le entregaron amor y lágrimas de corazón, este domingo de sol radiante en que la Plaza de la Virgen recobró vida.
Y cómo no llorarle a la patrona de Valencia si el tradicional se suspendió por un tiempo muy largo. Ese domingo que años atrás era día de fiesta, de alegría, de familia, de oraciones, de agradecimientos, de peticiones y sobre todo de esos piropos que espontáneos le lanzaban en su recorrido por la plaza en forma de oraciones, vivas y poemas.
Se extrañaban esos Vixca la Mare de Déu, Vixca la Verge del Desamparats, Vixca la perla del Túria. Se extrañaban, se necesitaban y ya se escucharon de nuevo. Como igual esos momentos en que ciudadanos desconocidos, gritando “xiquet, xiquet”, alertaban que un crío sería trasladado de manos en manos hasta llevarlo al manto de la virgen, provocando gritos de alegría y aplausos, pero sobre todo el llanto del mismo niño de escasos meses o años, quien sin entender la algarabía, lloraba al costado de la Mare de Déu buscando con su mirada a su propia madre. Esto, como dijo una mujer mayor, “es alegría para los padres, aunque a los niños les resulte traumático”.
Se volvió a vivir esto y más, empezando por la emotiva Misa d’Infants a primeras hora de la mañana y con la cual arranca el Año Jubilar Mariano que enmarca una gran celebración: el centenario de la Coronación Canónica de la Virgen de los Desamparados.
¿Se habrán enterado muchos fieles de este acontecimiento que empieza? ¿Sabrán que un 12 de mayo de 1923, en el Puente del Real, ante la presencia de muchos valencianos, se coronó a la Virgen de los Desamparados? ¿Y que el acto estuvo presidido por los entonces reyes, Alfonso XIII y Victoria Eugenia? Igual sí, igual no.
Esto es historia y la religión también es historia. Y hay a quienes les gusta la historia, como a quienes no. Hay quienes tienen y profesan fe, como otros no. Por eso el segundo domingo de mayo se ve de todo en el traslado. Personas que con profunda fe depositan en la Geperudeta amor, confianza, esperanza y valores. Y hay quienes, fieles a la tradición familiar, heredada de bisabuelos, abuelos y padres, van “ a ver el traslado”, no a vivirlo, como sí en cambio lo viven desde el corazón y el dolor muchas personas creyentes y practicantes.
Sin embargo este domingo fue muy especial para todos los valencianos quienes con más o menos creencia, se reencontraron con su patrona y, con devoción y fe, o simplemente cumpliendo una tradición, se volcaron en ella, quien a su paso les arrancaba lágrimas de dolor, pero también sonrisas de agradecimiento y de esperanza por la vida, por seguir aquí, en la batalla diaria.
Los empujones que se viven siempre en el traslado se retomaron con alegría, con pasión, así como las largas colas para entrar a la basílica y ver la imagen rodeada de los hombres que la custodiaban en espera de la salida, siempre dispuestos a acercarle niños y mujeres; estas últimas emocionadas y satisfechas por el logro de haber tocado el manto, mientras que otras, contentas a secas, pedían que alguien les hiciera una foto con su móvil: la del recuerdo, la del “yo estuve cerca de ella; toqué su manto”.
Ya en catedral, instalada en el altar, la Geperudeta miraba a todos los fieles de frente que no paraban de piropearla y fotografiarla, hasta que en los altavoces del recinto se escuchó una voz que anunciaba el inicio de la misa de las12 del mediodía. Es entonces cuando el interior de la catedral empezó a despejarse al ritmo de los fieles que emprendían la marcha al exterior. Luego de dos años, a su manera, a su sentir, a su devoción, fe o traidición, los valencianos cumplieron con la Mare de Déu.
*Periodista.