El ocaso de la razón
Que cuide Feijóo su fiambrera política porque Sánchez muta más y más rápido que el COVID 19 a favor de sus más espurios intereses.
De ola en ola ahora toca soportar la de calor, de temperaturas extremas. Y como cantaba Radio Futura por los ochenta -¡qué tiempos aquéllos de la bendita transición!- “Arde la calle y hay tribus ocultas esperando la noche … Hace falta valor, hace falta valor … “
Casi un centenar de muertes ha contabilizado ya el Instituto de Salud Carlos III en España y es de suponer que esta vez el Ministerio de Sanidad no está mintiendo a la baja. En otras circunstancias cabría preguntarse por la imprevisión de los responsables ya sea de Meteosat o de Salud pública, pero lo cierto es que el famoso “piove, porco governo” de los italianos ya no es un chascarrillo sino un indicador. Y conste que no me estoy refiriendo a la dimisión -no aceptada- de Draghi, ni a la diferida de Johnson; ambas ya se vieron venir en la cumbre de la OTAN de la que me ocupaba la semana pasada. Sin embargo no tengo previsiones razonables para la de Sánchez, marmolillo incombustible -querido Rafael- por mucho que suba la temperatura política.Él mismo se ocupa con esmero de atizar el fuego.
Hemos visto, en consecuencia con su huida hacia delante en el debate de sordos que ha resultado el estado de la Nación, el desparpajo con el que les está robando la merienda a sus socias podemitas. Que cuide Feijóo su fiambrera política porque Sánchez muta más y más rápido que el COVID 19 (el resto de analogías posibles las dejo a su criterio) a favor de sus más espurios intereses.
En el debate de sordos que ha resultado el estado de la Nación, hemos visto el desparpajo con el que el presidente está robando la merienda a sus socias podemitas
La cosa es que me he hecho recientemente con una primorosa gorra blanca en la tienda oficial de los Reales Alcázares sevillanos, que condensa este disparate social y ontológico que nos toca vivir. Fabricada en China y de marca inglesa, se me antoja todo un símbolo de desapego de lo nuestro que hubiera puesto en razonable alerta a mi colega Rafael Manzano en sus mejores momentos.
Es el desprecio por lo normal, por la lógica y la eficiencia que cada acontecimiento diario viene a reafirmar en una sociedad descreída y ávida de muelles experiencias que no exijan compromiso, y eludan la responsabilidad individual a favor de la placentera ley del mínimo esfuerzo. La caduta degli dei que bordó Dirk Bogarde en los setenta.
A todo ello se suma un ejército de rastreadores de lo ajeno encabezado por el aparato institucional, que reinventando la historia -la ley de memoria democrática es el colmo- persigue el más mínimo indicio de crítica por parte del consumidor. Siquiera un gesto de disgusto es admisible para no ser expulsado por el buñuelesco ángel exterminador que el tierno Marlaska encarna a la perfección en el disparatado Gobierno de España con su permanente desprecio por los agentes del orden. (Poco falta para que se proclame aquí el corte de pelo obligatorio con mecha canosa para el varón,o la melena rubia y ondulada para las féminas)
Rastreadores de lo ajeno y salteadores de caminos, que con la excusa de “los impuestos a los más ricos” -hoy bancos, eléctricas y energéticas, dicen- no dejan títere con cabeza y a lo que van es a joder al personal, empezando precisamente por los más pobres. España hecha unos zorros.
Que tiemblen los funcionarios porque se acercan tiempos gélidos para sus salarios
Han echado cuentas electorales con los pensionistas -entre los que me hallo- y mantienen ese disparate de actualizarlos con el ipc en perjuicio de hijos y nietos, pero que tiemblen los funcionarios porque se acercan tiempos gélidos para sus salarios. Es lo que anuncia con su habitual charlatanería la Montero de los Eres (la otra es la de las vacaciones pagadas en New York; y en falcon) que, acostumbrada ya a la rectificación forzosa, pudiera cambiar de opinión si conviene al guión y al confort de sus posaderas.(Y la gallega comunista “sumando” a su bola, dice que ecológica, pero también le mola el falcon mogollón)
En este recurrente proceso de destrucción de valores e ilusiones, que mi generación consolidó con su lucha contra la dictadura y el retorno de la democracia, si Zapatero jugó el papel del perfecto imbécil, Sánchez interpreta con soltura el del perfecto canalla. Es el ocaso de la razón.