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En chanclas y camiseta de tirantes

Ya esperamos el otoño para subirnos, hacinados —unos para ir al trabajo y otros para columpiarse gratis—, al tren subvencionado, al transporte público, a la divertida guagua estatal.

En chanclas y camiseta de tirantes

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Ya vamos todos en chanclas y camiseta de tirantes. No en chanclas y camiseta de tirantes físicas, de camarada chabacano, sino en chanclas y camiseta de tirantes anímicas, emocionales y casi ontológicas; las chanclas y la camiseta de tirantes que nos han echado encima los que mandan pero no gobiernan.

Consideren ustedes que ya esperamos el otoño para subirnos, hacinados entre los miles que también subirán —unos para ir al trabajo y otros para columpiarse gratis—, al tren subvencionado, al transporte público, a la divertida guagua estatal; y que ya cuentan los jóvenes con el subsidio del comité para que dejen su casa y busquen la oscuridad, el ocultamiento, el escondite venéreo, la madriguera de sus mil confusiones y sus dos mil vacíos; y que ya esperan los desesperados la paga, el auxilio, el sustento, el dinero común, el bodigo patriótico, lo que sea por el morro, por la cara, por el humo de promesas que va exhalando sin descanso la cúpula del trueno; y que ya ponemos por delante la vacación, el traslado, el viajecito, la sandía, valga lo que valga, cueste lo que cueste, porque una vez al año no hace daño y preferimos la humillación a la renuncia; y que ya trocamos climatizador por abanico, y radiador por tabardo; y que apenas comemos carne; y que nos duchamos una vez a la semana, o al mes, o al año —lo que diga el soviet—, porque hay una guerra en las antípodas, porque lo manda el ecologisismo y lo decreta el gregarismo absoluto, la corrección política y la gilipollez colectiva; y que ya hemos pagado, sin el mínimo reparo, libertinaje con pobreza; y que ya nos tragamos el disparate de que un ser humano empiece no siéndolo y el desvarío de que una madre llame cuerpo suyo al cuerpo ajeno.

Así que ya callamos y otorgamos. Ya vamos con las chanclas del vicio y la camiseta del miedo por la escollera de la zafiedad voluntaria y la indolencia consciente. Ya somos la república bananera que tanto temíamos. Ya nos cambian la historia y el sexo; ya nos quitan el dinero y el decoro; ya nos dejan sin coche y sin herencia; ya nos llevan al hogar de alquiler, al trabajo temporal y a la inseguridad existencial; a carecer de todo para que al cupulazo, al trueno, al petardo, al inmenso armatoste burocrático no le falte de nada. Saben que mientras tengamos a mano el pan irreflexivo y el circo lúbrico —relieves tarados y nocivos que, sin embargo, nos cobran a precio de oro— llenaremos el bandullo y nos dejaremos hacer.

Nos deforman la perspectiva; nos provocan espejismos para distraernos

A tal abatimiento hemos llegado. Pero hacemos visera con la mano, entornamos los ojos y miramos a lo lejos, al futuro, para descubrir por dónde se acerca el peligro. Nos deforman la perspectiva; nos provocan espejismos para distraernos. Ven lo mucho que tardeamos, lo mucho que viajamos, lo mucho que gastamos y el saldo que nos queda. Lo quieren todo. Nos lo sacarán todo aparentando que lo sacan a los bancos y a las energéticas. Nos dejarán —ya nos han dejado, y esta es la noticia— en chanclas y camiseta de tirantes.

Porque ver los informativos de la televisión requetepública —ni un anuncio que aligere la factura— y darles crédito ya es llevar chanclas y camiseta, ya es pertenecer a la ruina, la postración y el horror de la camiseta sucia y la chancla roñosa. Es nuestro uniforme patrio, la librea de la chusma que ya somos —de la chusma en que ya hemos dejado que nos conviertan—, el atuendo en que se nos trasluce la sodomización ideológica y tributaria.

Idolatrando la vulgaridad y aplaudiendo la mutación del talento en culirrismo nos quitamos el traje y nos ponemos la indignidad y la ordinariez de la camiseta. Aceptando el doble rasero en la política —el uso arbitrario de la indiferencia y el escándalo—; aceptando la manipulación informativa y la promoción de la farándula «oficial»; aceptando el sectarismo desatado, el ecologismo figurado y el feminismo fingido; y aceptando que se cuestione todo menos el diezmo desechamos los zapatos y calzamos el poliuretano rancio de las chanclas.

Ya somos pura chancla y camiseta, con la nevera portátil y las bolsas de hielo, disputándonos un hueco en la playa, en el río, en la charca

Ya paseamos a deshora, en chanclas y camiseta, nuestra ociosidad por el malecón, por la Cuba, por la Venezuela del paro y la indigencia, de la serie y el reality, del aplauso forzoso y el insulto a la inteligencia. Ya no criticamos nada. Ya nos hemos resignado a todo. Ya somos pura chancla y camiseta, con la nevera portátil y las bolsas de hielo, disputándonos un hueco en la playa, en el río, en la charca, en la ciénaga, donde nos comerá el mosquitaje mientras embaulamos la tortilla fría del sometimiento. Mírate al trasluz y la verás: caladita, mugrienta, de tirantes; y las verás: deformadas, recosidas, inmundas, con su tira para los dedos. Ya eres pulgón de néctar, convicto de galera, proletario puro. Ya vas, aunque no te des cuenta, en chanclas y camiseta de tirantes.

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